Mario Ghibellini

La declaración del jefe del Gabinete, , a la salida del Consejo de Ministros de este jueves quedará para siempre como una estampa de aquello que define a este gobierno: un gran énfasis vacío.

El premier, en efecto, se plantó hace tres días ante las cámaras de televisión rodeado por el resto del equipo ministerial –en lo que parecía una competencia por ver quién podía imitar mejor el gesto de los ‘angry birds’– y ejecutó un redoble de tambores retórico que sugería la inminente recitación de la respuesta definitiva a la decisión de la Comisión de Constitución de archivar el . Pero, como se sabe, el discurso acabó con un “nuestro gobierno no se va a quedar con los brazos cruzados” que, lejos de siquiera provocar intriga, dejó la impresión de ser precisamente el preludio de aquello que el anuncio negaba.

Quedó, más bien, la sensación de que se estaba intentando trasladarles el bulto a los “ciudadanos y ciudadanas”, pues tras lanzar la pregunta “¿Vamos a permitir que una vez más los intereses de la patria sean puestos por debajo?”, Del Solar añadió: “Apelamos a su conciencia cívica, a su responsabilidad, a su patriotismo y vigilancia”. Un remate con sabor a embozada solicitud de manifestaciones de rechazo al archivamiento resuelto por el Parlamento.

Tal fue el escarnio del que fue objeto en las horas siguientes el gobierno por su actitud anodina, que al final de la tarde sus voceros quisieron persuadirnos, vía Twitter, de que el Consejo de Ministros que había precedido al pronunciamiento había servido para tratar una agenda regular definida de antemano y que solo al día siguiente (viernes) se celebraría uno de emergencia para tomar posición frente al portazo de los padres de la patria. Es decir, pretendían que creyésemos que durante cinco horas los ministros y el presidente habían estado deliberando de qué color iban a pintar la fachada de Palacio, mientras el otro asunto les quemaba las entrañas.


—Menos no es más—

Vamos, la verdadera causa de la proclama vacua tiene que haber sido que, a pesar de la prolongada discusión, no lograron ponerse de acuerdo sobre qué camino tomar ante la nueva situación. Y eso tiende a confirmar que el mandatario nunca dispuso de un plan B para sacar adelante su proyecto de adelanto electoral en la eventualidad de que el Congreso hiciera… lo que era obvio que terminaría haciendo.

La circunstancia de que en su mensaje de ayer el jefe de Estado se deslizara a paso de polca sobre ese asunto para concentrarse más bien en el de la elección de los magistrados del Tribunal Constitucional constituye, además, una admisión implícita de la derrota.

Y no es que en la conducta de la mayoría en la Comisión de Constitución no hubiera elementos que evidenciaran un manejo de la materia sesgado por intereses políticos (como el hecho de que, de pronto, decidieran votar sin esperar la opinión de la comisión internacional que habían hecho venir con gran pompa). Pero sucede que podían hacerlo. La ley, sencillamente, estaba de su lado. Y la cantidad de asientos en la comisión, también.

Es por esa misma razón, dicho sea de paso, que la destemplanza de las cinco bancadas indómitas (Nuevo Perú, Frente Amplio, Peruanos por el Kambio, Unidos por la República y Liberal) por el hecho de que sus criterios son reiteradamente desestimados en las distintas comisiones “por la fuerza de los votos” tiene algo de gracia. ‘Menos es más’ puede ser un eslogan con cierto asidero en el mundo de la arquitectura, pero en la democracia no procede.

En todo caso, si esas bancadas quieren apostar a que “el clamor ciudadano” se encargue de doblegar en el futuro cercano la voluntad expresada en las ánforas en el 2016 se están internando en un territorio minado. La tesis de que hace falta imponer una lógica, digamos, extraconstitucional para salir de una crisis política –siempre única e irrepetible– ya ha hecho volar por los aires la reputación democrática de muchos merodeadores del poder en nuestra historia.

Lo mismo vale por cierto para el presidente y el premier Del Solar. Solo que en el caso de ellos, la cosa podría resultar aún más complicada. Y daría la impresión de que es justamente por eso que, ante el archivamiento de la iniciativa para adelantar las elecciones, han optado por limitarse a emitir gruñidos de disgusto.

¿Qué podían, efectivamente, hacer contra una votación en una comisión parlamentaria que no por apurada era ilegal? ¿Empaquetar el proyecto de un modo distinto y presentarlo de nuevo al Congreso pero amarrado a una cuestión de confianza? Eso solo habría conducido a que les dijeran que tal cosa no se podía hacer con un proyecto que, como el suyo, suponía una reforma constitucional. Y si el asunto terminaba en manos del Tribunal Constitucional el resultado amenazaba con ser el mismo, solo que con una agonía más larga.


—Gastada carta —

Para tratar de salvar cara, ayer el presidente ha decidido jugar esa gastada carta –la de la cuestión de confianza– pero relacionada más bien con la elección de los magistrados del ya mencionado Tribunal, a sabiendas seguramente de que la mayoría legislativa procederá primero a la elección que tiene programada y solo después a votar la confianza. Todo vale, sin embargo, en el esfuerzo por maquillar la vergüenza del “nuestro gobierno no se va a quedar con los brazos cruzados”.

En realidad, el problema del Ejecutivo para reaccionar ante el archivamiento del adelanto electoral no está en los brazos, sino en las manos: son estas las que tiene cruzadas y atadas por la Constitución, lo que lo instala en una especie de modo Kotosh con nudo.

Pero ojo: siempre es mejor tenerlas virtualmente atadas que materialmente esposadas.


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