Mario Ghibellini

La semana pasada anticipábamos aquí que la señora iba a modular en Davos un discurso muy distinto a aquel que ensayó en ese mismo foro en el 2022, cuando era vicepresidente y ministra de Desarrollo e Inclusión Social del gobierno que tenía por cabecilla a Pedro Castillo. La vez anterior se había dedicado a espantar inversiones y en esta oportunidad, suponíamos, se esforzaría por hacer todo lo contrario. Es decir, por pintarles a los concurrentes un retrato amable de nuestro país como potencial emplazamiento de sus empeños empresariales; y, quién sabe, a exaltar las virtudes del maridaje entre el chifa y la Inca Kola, como hizo el año pasado en China. Ni en las versiones más afiebradas de la intervención que imaginábamos, sin embargo, aparecían las figuras de hipérbole y fantasía con las que la presidente regaló en estos días a su auditorio. Si en la ocasión anterior nuestros ríos y pastizales estaban contaminados por la perfidia de las empresas mineras, ahora resulta que vivimos en la tierra de Jauja: esa comarca supuestamente ubicada por estas latitudes, donde, según algunos cronistas poseídos por el numen poético, corrían ríos de leche y miel, la eterna juventud estaba garantizada y la holganza era premiada. “El dormir que allí se trata/ es de espacio/y en riquísimo palacio/ y el que ronca más doblado/ es tenido por honrado”, reza un antiguo romance español que procuraba describir la mítica arcadia.

Pues bien, siguiendo esa tradición de estímulo fabulador a los espíritus audaces que soñaban con hacer la América en los tiempos de la Conquista, la mandataría les contó esta semana a los curiosos que asomaron a escucharla que “el ahora es un país que ha recuperado su tranquilidad política, económica y social”. Y su discurso fue saludado desde aquí con bombas y casquillos.


–Palabras peregrinas–

Mientras la señora Boluarte peroraba por allá sobre el presunto avance de nuestra patria hacia una “gobernanza tranquila”, los atentados con explosivos y los acribillamientos ejecutados por sicarios continuaban, en efecto, escalando de manera demencial en este rincón olvidado de Dios. Es verdad que, en un parpadeo de lucidez, ella tuvo a bien incluir una referencia a esa circunstancia en su relato feérico, pero lo hizo solo para atribuirle inmediatamente la característica de mal de los tiempos. Le ha tocado a su administración lidiar con “la criminalidad organizada”, reconoció. Pero luego agregó que ese problema “no es típico del Perú”, sino global. Un incordio de nuestros días, digamos, como el calentamiento del planeta o la popularidad de la pizza hawaiana.

A raíz de esas palabras peregrinas, en cualquier caso, le han llovido a la gobernante mil críticas de ciudadanos indignados por el drama de inseguridad que enfrentan cada vez que salen a la calle. El morro que la doña se ha gastado al trazar un cuadro idílico de lo que para todos nosotros es una pesadilla resulta ofensivo, piensan. Y, por supuesto, tienen razón...

No obstante, es justo admitir también que, desde su particular perspectiva e incluyendo quizás lo que ve cotidianamente en el , algo de razón tiene la mandataria. Después de todo, ¿en qué otro lugar del mundo le regalan a uno relojes Rolex por ser paisano del obsequioso? ¿Dónde puede uno limarse las asperezas nasales y coquetear con la eterna juventud sin someterse a los riesgos de la anestesia general? ¿Existe acaso un paraje semejante a este en el que la holganza oficial se gratifique con bonificaciones extraordinarias? No hay que perder las esperanzas. A lo mejor vivimos efectivamente entre ríos de leche y miel, y no nos hemos enterado.





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Mario Ghibellini es Periodista

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