El viernes, el Gobierno dio dos muestras clarísimas de su confusa percepción frente a la corrupción. Por la tarde, el presidente Pedro Castillo planteó crear “un organismo (...) para formar un equipo de supervisión a las municipalidades, gobiernos regionales, ministerios y entidades”, cuando eso ya existe y se llama Contraloría de la República.
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Por la noche, el primer ministro Guido Bellido dijo, en una entrevista con Ricardo Belmont que desnudó varios de sus puntos débiles, que “es un poco difícil que Vladimir Cerrón esté vinculado a temas de corrupción”, y dijo que pondría las manos al fuego por él. José Ugaz, abogado y exprocurador anticorrupción, analiza estas primeras semanas del gobierno desde esa óptica.
—Un tuit que usted escribió el 29 de julio decía sobre Castillo: “Contradice su discurso anticorrupción nombrando a un premier vinculado a los hechos de corrupción que vienen siendo investigados por lo ocurrido en Junín y que involucran a Cerrón y su partido”. Estas primeras semanas parecen darle la razón.
Hay que ver el tema en perspectiva. En el plan de gobierno de Perú Libre, las propuestas anticorrupción eran más de lo mismo y ni siquiera se habían enterado de que había una infraestructura básica para luchar contra la corrupción; entonces, proponían cosas que ya estaban en vigencia hace mucho tiempo. No sabían, por ejemplo, que ya existe la Comisión de Alto Nivel contra la Corrupción, que depende de la PCM. Luego de que fue elegido Castillo, vinieron los lugares comunes que los presidentes que están estrenándose en el cargo utilizan como un argumento muy rentable: “No vamos a permitir que haya corrupción, vamos a ser frontales”, etc.
—Lo que algunos ex presidentes aludieron siquiera desde la retórica, él lo mira desde el silencio.
El presidente Castillo, que dice que el suyo es un gobierno diferente, ha hecho exactamente lo mismo que casi todos sus predecesores: utilizar demagógicamente el discurso anticorrupción pero, a la hora de los hechos, dar signos absolutamente contrarios. Pero empieza una situación mucho más compleja cuando nombra como presidente del Consejo del Ministros a Guido Bellido, que aparece comprometido en el aparato de Perú Libre, y que tiene investigaciones por circunstancias que cuestionan sus posibles vinculaciones con grupos terroristas o de extrema izquierda al borde de la legalidad. Y después ha venido una avalancha de circunstancias en las que no solo guarda silencio, sino en algunas casos confirma estos nombramientos de personas prontuariadas, condenadas, investigadas. Buena parte del Código Penal aparece en estos nombramientos.
—¿En qué momento empezó usted a sentir que estos cuestionados nombramientos del Ejecutivo se iban de las manos?
Los gobiernos anteriores, con todas las objeciones que se les puede tener, mantuvieron una estructura básica de meritocracia. ¿Qué tiene en la cabeza el presidente, que no se da cuenta de que está desmontando la estructura esencial para que el Perú pueda funcionar como un Estado? Él no tenía idea de cómo se gobierna un país, y cuando ha llegado ha creído que él, como presidente, tiene poderes omnímodos, y se ha dado con la realidad de que, a pesar de que somos un Estado precario, tenemos una mínima estructura de gobierno que impide que un presidente sea un dictador o un reyezuelo.
—Nombrar personas no adecuadas para cargos públicos de alto nivel, ¿califica como una forma de probable corrupción?
Sí, y más aun si se da en un contexto como el que hemos conocido a partir de una entrevista que ha dado el señor Héctor Béjar. Él dice que hay tres tipos de funcionarios de este gobierno: los familiares y amigos del presidente Castillo, con lo cual estaríamos hablando de nepotismo, que es un delito; en segundo lugar, personas vinculadas a sus aliados políticos, que sería el menos objetable, en todo caso; el tercer grupo de personas, dice Béjar, son los aprovechadores, aquellas personas que están allí porque les están pagando favores, porque prestaron un vehículo, facilitaron un inmueble. Un gobierno compuesto en sus dos tercios por amigos y familiares del presidente, y personas a las que se está pagando favores, es un gobierno destinado al fracaso, y eso es corrupción.
—Cerrón, que no es funcionario de este gobierno pero lidera Perú Libre, es un caso aparte. Por donde se lo investigue –el policía que le brinda seguridad, por dar un ejemplo reciente– aparece una nueva sospecha.
Cerrón expresa un vicio de la sociedad peruana que se remonta a la época de la conquista: es el típico caudillo regional que se entronizó en su zona, que hereda una formación ideológica de su padre que después reforzó con sus estudios en Cuba, y crea una argolla de poder. A partir de relaciones clientelistas, que son delictivas, corruptas, empieza a armar su estructura de poder.
—Y, como todo caudillo, maneja un lenguaje específico. En su cuenta de Twitter habla a diario de persecuciones políticas.
Es curioso, y transporta en el tiempo, leer un tuit de Cerrón que habla de la “vanguardia política” de Perú Libre... Ya no hay ningún país en el mundo que utilice el lenguaje setentero del marxismo. Lo cierto es que esta persona, a raíz de que accede al poder como consecuencia de esta relación clientelar y caudillista en Junín, empieza a generar una serie de prácticas corruptas.
—Está el caso Dinámicos, el financiamiento de la campaña, los hospitales de Junín, etc. ¿Cómo puede seguir manteniendo tanto aparente poder?
Es un personaje que, por donde se le mire, está rodeado de sospechas de corrupción. Que Castillo no tome distancia, que lo siga considerando como una persona de influencia en el gobierno, que permita que se monte su agenda marcándole la pauta todo el tiempo, realmente ya empieza a hablar mal del presidente. No se explica tanta tolerancia del presidente a Cerrón, una persona que le carga una factura de corrupción y de extremismo.
—Leo un fragmento de “La gran corrupción”, libro que usted publicó en el 2020: “Los corruptos necesitan un ambiente favorable para llevar a cabo sus transacciones ilícitas”. Salvo quizá por los casos de crímenes violentos, ¿se puede establecer un paralelo con lo que sucedió en Áncash con César Álvarez?
Hay un elemento fundamental para que una sociedad sea viable y que es uno de los primeros que sufre cuando hay corrupción: la confianza, lo que los anglosajones llaman ‘trust’. Si se lesiona esa confianza y uno no cree en sus autoridades, en su vecino, desaparece el estado de derecho. Lo que ocurrió en Áncash y en muchos otros lugares tiene que ver con esa caudillismo y esas relaciones clientelistas. Es una herencia colonial que no hemos podido romper. Proética mide todos los años la tolerancia ciudadana frente a la corrupción, y no baja del 75%.
—Leo ahora un tuit del propio Cerrón: “El objetivo es destruir al partido Perú Libre, herramienta política del pueblo”. ¿Ayuda en algo escudarse en esa retórica?
Hay un tema fundamental: el metalenguaje, la posverdad, el ropaje populista y demagógico del que uno hace gala cuando está en el poder. Lo típico es que los corruptos dicen “soy un perseguido político”, y piden asilo. Pero ahora hemos encontrado en este gobierno una nueva narrativa: dicen que son perseguidos por su ideología pero además le agregan otros elementos. Bellido ha intentado justificar su proceder diciendo que viene de una comunidad andina.
—El ideario de Perú Libre, en el capítulo 12, sobre las políticas anticorrupción, plantea que el principal responsable de la corrupción en el Perú es el modelo económico neoliberal.
Creo que el caso Lava Jato es una buena expresión de que la corrupción ni distingue ideología. Es como el COVID-19: no diferencia status social, género, edad y no tiene cura. Lo único que se puede hacer es atenuarla.
—Bajo esa misma analogía, meses atrás usted escribió: “Cuando el virus de la corrupción muta y se fortalece con el populismo, el riesgo es mayor. La vacuna debe aplicarse a los escasos partidos políticos y a todos aquellos aventureros que aparecen espontáneamente en cada elección”.
Es difícil pensar una salida en un contexto en el que quienes ejercen el poder están permanentemente alimentando en tiempo real el tema de la corrupción. La única posibilidad de salida que yo veo es a través de la ciudadanía, la sociedad civil organizada. Tenemos que tomar un rol más activo, ir achicándole la cancha al Gobierno y demandando una actitud de integridad pública.
—Max Hernández dice que “no tenemos el copyright de la corrupción”. Es un fenómeno mundial y natural. La pregunta es cómo esta afecta al país hacia afuera.
Transparencia Internacional mide todos los años la percepción de corrupción, y hace unos años decidimos pintar los países por colores: rojo muy intenso para los países muy corruptos, e iba bajando en degradé hasta un amarillo claro. Si uno mira el mapa de Transparencia del 2020, dos terceras o partes de la humanidad están en rojo intenso, o en rojo atenuado, el Perú entre ellos. No somos los únicos que padecemos estos problemas. Creo que Max Hernández tiene toda la razón del mundo.
—A propósito de Cerrón y el agente de seguridad que lo cuida: hace 21 años, en el 2000, cuando lo convocaron para perseguir a Montesinos, le asignaron un policía que reportaba a Manuel Aybar Marca, un lugarteniente del propio ex asesor.
Nos asignaron seguridad, que al comienza fue muy precaria. Luego tomé conciencia de que era digitado por uno de los lugartenientes de Montesinos. Ese personaje me hizo un par de escenas, se presentó en mi dormitorio, hubo un simulacro de secuestro a mi hijo, etc. No teníamos ninguna seguridad real. Se evaluó la posibilidad de pedir seguridad a la Marina de Guerra.
—Usted ha sido durante una temporada el principal perseguidor de Montesinos. ¿Qué sintió cuando se enteró de que despachaba durante horas desde el teléfono de la Base Naval?
Eso fue indignante. Ahora, los marinos han sido formados para ciertas tareas. Ellos no son agentes penitenciarios. Les hemos dicho, como país: “Ustedes háganse cargo de los terroristas y otros presos, porque no podemos tenerlos en las cárceles”. Y quien no está preparado abre brechas que permiten estas corruptelas. Montesinos, a través de sus contactos, pudo penetrar el sistema de custodia que tuvo. Me parece muy bien que se haya decidido pasarlo a manos del INPE.
—¿Es muy forzada una comparación entre Montesinos y Cerrón?
Yo comparto una opinión que dio Carlos Basombrío: creo que tanto Montesinos como Cerrón –no son exactamente comparables, pero tienen algunos aspectos en los que se parecen– están totalmente sobredimensionados. Montesinos no es la mente maravillosa, el superdotado. Es una persona que utilizó las deficiencias del Estado peruano para concentrar poder y se aprovechó, con un personaje como Fujimori, y los altos mandos de las Fuerzas Armadas. Para eso no se necesita tener un IQ sobresaliente. Cerrón, a su nivel, ha hecho lo propio. Todo depende de las dimensiones. Montesinos está híper valorado, ha hecho lo que hace cualquier preso común.
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