Como es de sobra sabido luego de 60 días de cuarentena, lavarse las manos es uno de los hábitos más importantes que debemos seguir para combatir el COVID-19. Y si hay un ciudadano que ha incorporado de manera ejemplar este hábito y ha tomado sumamente en serio el mensaje, es el alcalde de Lima, Jorge Muñoz.
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Es tal el compromiso del burgomaestre con la higiene de sus manos, que no solo se las lava 20 segundos, apenas el mínimo recomendado, sino que lleva meses jabonando y volviendo a jabonar palmas, reveses y falanges, sin estar conforme aún con la pulcritud obtenida.
Como usted comprenderá, estimado lector, lavar las manos por un tiempo tan prolongado requiere de ingentes cantidades de jabón para sostener la práctica. Es por ello que el alcalde consiguió un par de marcas que lo apadrinen: jabones “el Gobierno no ha hecho suficientes pruebas” y “no han articulado con nosotros”. Sin duda, Muñoz resultó un gran aliado. En todas las entrevistas que le he escuchado hasta el momento, el alcalde menciona puntualmente a ambos productos, y lo hace con una convicción que debe ser la envidia de todos los publicistas.
Es cierto que a caballo regalado no se le mira el diente y a jabón prestado no se le mide la espuma, pero ciertamente el señor Muñoz debería considerar la posibilidad de presentar un reclamo ante sus auspiciadores, porque, por más que lleva meses refregándose las manos, la mugre todavía se distingue desde lejos.
No soy experta en productos de higiene personal, pero puedo repetir lo que he escuchado de personas mejor informadas que yo. Según ellas, las marcas “pude haber sido proactivo en el reordenamiento de mercados”, “debí haber promovido la capacitación de comerciantes” y “pude haber empezado por la señalética” son tres productos de primera calidad en cuanto al combate del COVID-19 se refiere. MIRA:
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Lo que no queda claro aún es por qué, si esto no es ningún secreto, el alcalde Muñoz prefirió optar por alternativas bastante menos eficientes y continúa usándolas a pesar de que es evidente que no funcionan.
Es cuando menos preocupante que la persona encargada de una ciudad de casi 10 millones de habitantes no haya tenido los reflejos ni la capacidad de autocrítica como para adaptarse a las exigencias que traía consigo una pandemia. Ahora parece ser tarde, porque el Gobierno Central –ante la inacción de sus colegas locales– ya acaparó todos los productos que sí funcionan, pero, en una coyuntura tan sui generis como esta, siempre hay espacio para la innovación.
Por ejemplo, el alcalde Muñoz podría dejar por fin de lavarse las manos de esa manera tan compulsiva y ceñirse a los 20 segundos recomendados por los expertos. Y con todo ese tiempo que va a tener disponible, gracias a que no estará perennemente frente al lavatorio, podría aprovechar para coordinar con sus pares distritales qué es lo que van a hacer luego de que se levante la cuarentena y los ciudadanos salgan en tropel a las calles. Cómo se va a acondicionar las veredas, los espacios públicos y los servicios municipales para impedir que la reconquista de la libertad venga acompañada de una segunda ola de COVID-19.
En fin, un mundo de posibilidades. Ojalá el alcalde sepa identificarlas.