Esto de buscar colegio casi me mata. Si apuntas a uno privado, en Lima, estás fregado con tan solo la famosa matrícula. Y luego, la pensión. Y después, el inglés. Y no te olvides del deporte, de si tiene bachillerato, si es o no es mixto, si es laico, si es religioso, si tiene áreas verdes, si tiene un enfoque antiguo, si es demasiado moderno, si exageran con la tecnología, si están paranoicos con COVID, si se enseña inglés, portugués y alemán… si es que tu hijo saldrá en perfectas condiciones.
Mi hija de 2 años y medio ya entró a un colegio. Mejor dicho, ya pagamos la matrícula del que queremos que sea su colegio, pero no he dejado de hacer cuentas. ¿Cuánto voy a tener que pagar para que su inglés sea mejor? ¿Acaso hará deporte en el mismo colegio o tendré que pagar algo aparte? ¿Si voy a estar moviéndola de un lado a otro no es mejor buscar un colegio más caro y así tiene todo en un solo lugar? ¡He buscado opciones hasta en Pachacamac!
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Para algunos es muy fácil. Pero para mí pensar en colegios ha sido sentirme decepcionada, frustrada y como una cazadora de moscas.
Matrículas impagables: chau
Exceso de uso de computadoras y pantallas: chau
No enseñan nada de inglés: chau
Es demasiado lejos de casa: chau
Es de solo mujeres: chau
No tienen actividades como campamentos y excursiones: chau
Quiero que los profesores sean empáticos, que mi hija esté en un espacio en el que puedan explotar sus habilidades, que no le corten las alas, que el arte, la creación y la lectura sean la base de todo, que pueda correr, que pueda saber del mundo, de nuestro pasado, de nuestro presente, de lo que se viene. Quiero que sea independiente, libre, feliz.
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¿Hay un colegio así?
Después de no sé cuántos meses de buscar opciones por las noches, de sacar citas, de preguntar, indagar, sacar cuentas, creo que he llegado a una conclusión: no siento que he encontrado el colegio perfecto. Y la razón es simple: me cuesta perder el control.
EL día que tu hijo vaya al colegio se abrirán tantas puertas que, como madre, va a ser imposible llegar a ver lo que hay dentro de cada una. Si tu hijo no usa pantallas, pues ahí empezará. Si no comía chocolate, ahí arrancará. Si no sabía lo que es que le quiten una pelota y jamás se la devuelvan, ahí pasará. Y seguirá creciendo y allí sabrá lo que es perder, enamorarse, bailar, romper corazones, que le rompan el suyo. Ahí es donde le contará cosas a esa o ese quien se convertirá su mejor amigo y no solo a ti. Ahí tomará una cerveza y quizás hasta se fume su primer porro.
Es el inicio de no más salidas al parque diarias a buscar caracoles, ver pajaritos volar e inventar fogatas con dos ramitas que encontramos en el jardín. ¡Uf! Estoy a 3,2,1 de que se me salgan las lágrimas. Pero es que es duro, ¿no? Para una madre, ir a dejar a un niño al colegio es realmente dejar ir. Y por eso creo que se me hace tan complejo sentirme 100% feliz con el colegio que elegí. Porque sigo pensando que no hay mejor colegio que casa.
Pero bueno. Toca madurar.
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