Terror bajo el agua
Terror bajo el agua
Jaime Bedoya

Un personaje desconocido, identificado como un adulto de aspecto aparentemente normal, desarrolló como costumbre el aliviar sus intestinos en la piscina de uso común.

No fue una sola vez. No fue un accidente o una malinterpretación de señales internas. Se trataba de una metodología recurrente.

Cada uno de estos sucesos, además del pánico y evacuación inmediata del líquido elemento cual si de un ataque de tiburón se tratase, suponía una penosa jornada posterior de limpieza. Un tratamiento de choque de oxigenación y cloro para contrarrestar los efectos tóxicos del tema requiere de, por lo menos, diez horas de neutralización química. Y nervios de acero.

Para ese menester existía un antídoto científico. Pero quedaba pendiente una interrogante profunda: ¿qué lleva a una persona a cometer un perjuicio al prójimo de tan asquerosa naturaleza?

Se dio la coincidencia, casualidad que para la sicología no existe, que justo hace un año se dieran episodios análogos de evacuación pública. Se trataba de corredores, un hombre y una mujer, que casi simultáneamente en los Estados Unidos y en Australia solían salpimentar sus jornadas matutinas de trote con breves descansos para dejar testimonio de su digestión en la vía pública, sean jardines o puertas de casa. No hacían un esfuerzo por esconderse. Cámaras de vigilancia registraban apestosos selfies in fraganti.

Especialistas sicológicos fueron convocados por la prensa de ambos países en busca de una profilaxis racional. La respuesta más frecuente se resumía en lo siguiente: se trataba de una expresión de agresión a través de un acto primario y desestabilizador. Los niños y los presos usan el vetado recurso con frecuencia.

Uno de los sicólogos consideraba pertinente una pregunta cualitativa: ¿los residuos eran blandos o duros? La contextura, decía él, podía ayudar a determinar ya sea la naturaleza ansiosa o agresiva, respectivamente, del perpetrador. La sutileza rindió frutos.

Capturaron a ambos (el varón, ejecutivo de 64 años), a quienes la vergüenza y burla pública aplastaron inmisericordemente. El Consejo Americano de Ciencia y Salud apuntó un diagnóstico: el fenómeno de defecación pública debe ser referido como un “desorden mental vinculado a la eliminación de sólidos, y que, como la mayoría de actos antisociales, generaba imitadores”.

Sucedió en Inglaterra. Una secuencia escatológica en una popular serie de televisión —The inbetweeners 2— generó una sucesión de actos submarinos en piscinas inglesas. Lo grave es que un acontecimiento parecido ha dado primeras señales, ojalá las últimas, en la ciudad.

Esta semana otra piscina privada tuvo que ser cerrada para su tratamiento químico urgente al encontrar una tremenda bomba de profundidad asentada sobre las mayólicas. Tras investigación sumaria se llegó a una pista: un grupo de adolescentes embarcados en una travesura repulsiva llamada el Caca Challenge.

En mis tiempos se jugaba a Marco Polo. Mejor ser pavo que cochino.

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