De niña, Rosalyn Picón solía leer antes de dormir. Lo curioso es que estos libros, contrario a lo que usted imagine, eran sobre pastelería internacional. Había crecido entre harinas, mantequillas, fudge y fondant por el trabajo de su padre, Marino, maestro pastelero. Los colores y texturas de los pasteles llamaban su atención. Podía pasar horas observándolos. “Creo que me enamoré de la pastelería artística desde el momento en conocí lo que se hacía en otros países. Tuve la suerte de ver de cerca a mi papá trabajar: desde cómo intentaba después de miles pruebas y errores, hasta perfeccionar una técnica con solo ver la imagen. Eso me apasionó más”. Era 1989 y su familia había fundado Maluroka, una pastelería dedicada a la venta de bocaditos dulces y tortas de boda.
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