Era el verano de 1986. Un chico de 17 años encerrado en un salón de una academia preuniversitaria de Lima movía los pies frenéticamente, dibujaba en su cuaderno, esperaba el primer recreo entre clases, se lanzaba de ventanas a jardines, y huía de esa agonía para poder surfear. Nada ni nadie iba a convencerlo de lo contrario. Su idea era ser arquitecto, probablemente para construir casas y hoteles frente al mar. Pero moría de aburrimiento en las ocho horas diarias que exigía la preparación para ingresar a una universidad. Y escapaba.
LEE TAMBIÉN: Mataindios: la premiada película protagonizada por comuneros de Yauyos entra en cartelera
Alguna vez, un profesor le recriminó el estar dibujan- do en lugar de atender la aburridísima clase de álgebra y —pensando que con eso iba a quitarle la gracia— lo conminó a salir a la pizarra y dibujar un mural. Wawa empuñó la tiza, trazó líneas verticales y horizontales: su elemental dibujo fue definiendo un muro de ladrillo tipo la portada del álbum The Wall de Pink Floyd, y escribió al lado una palabra: Mural. Al ver que, aburridísimos como él pero nunca tan rebeldes, nos aguantábamos la risa, decidió romper el hielo con una imagen aún más irreverente y salvaje: una caricatura del profesor, precisa en sus rasgos, orinando contra el «mural». El profesor lo mandó a sentarse (botarlo hubiera sido complacerlo), y apenas sonó el timbre, Wawa hizo lo que mejor sabía, además de dibujar: se largó a surfear.
Al final del verano, el genio que tanto admirábamos nos dio la sorpresa mayor: sus amigos no logramos ingresar a la universidad después de meses de encierro, calor y somnolencia. Fernando Paraud sí. Ese era Wawa.
Pero la universidad tampoco lo retuvo. Wawa se mudó de Lima a Máncora un año después, con 18 años.
El lugar de escape
En Máncora, Fernando Paraud empezó con un restaurante, vendiendo platos preparados con el pescado que él mismo cazaba con arpón. El restaurante mudó en hotel y terminó siendo uno de los mejores de Máncora. Un clásico que hoy aún existe, de estilo hawaiano, sobre la arena, rodeado de escuelas de tabla: Del Wawa.
Wawa decidió cumplir su sueño frente a las olas de Máncora, donde en los años setenta su papá, Javier Paraud, se había instalado para abrir un hospedaje sencillo exactamente frente al point. Allí vivió Fernando, quien corrió olas inmensas en Cabo Blanco, viajó cuando pudo a Puerto Escondido (México), Tamarindo y Santa Teresa (Costa Rica) o Galápagos (Ecuador), y también se aventuró haciendo trekking por lagunas altoandinas del Perú y Bolivia, siempre fascinado por el agua. Compitió y ganó en las fauces de 8 metros de Pico Alto, al sur de Lima, y fue el primer residente en incursionar en el kitesurf en Máncora en 2003. Cuando el mar estaba tranquilo se dedicó a la pesca subacuática y cazó grandes fortunos, que luego cocinaba con cariño y perfección.
La conservación y la memoria
A Fernando nunca le gustó mucho la gente, pero era amable con quien no le trajera bulla ni tensiones. Y adoraba a sus perros. Ísimo, el que más recuerdo, era un rat terrier, al que llamó así porque decía que era rapidísimo, agilísimo, nerviosísimo, payasísimo, guardianísimo, todo junto.
Los últimos años de su vida, Wawa los consagró a emprender un importante proyecto de conservación en el norte del Perú, en la península Illescas, entre Piura y Lambayeque. Allí vivió en conexión total con la naturaleza, luchando por la vida de lobos, cóndores, flamencos, y la permanencia de olas sólidas de interminables tubos. Construyó un lodge al que llamó Punta Luna, y después de unos años de una vida auténtica, solitaria y soñada, partió. Un ser de luz. Un hombre de mar. Una leyenda. Nos vemos en el point, querido Wawa, con tus ojos de jaguar y tu pelo mojado, siempre.
VIDEO RECOMENDADO
TE PUEDE INTERESAR
- “Inka”: la espectacular muestra documental que recoge la tradición teatral andina de la muerte de Atahualpa
- Iquitos para el turista joven: locales nocturnos, nuevos restaurantes y actividades de aventura
- ‘Arqueomoda’: la tendencia que estudia y revaloriza la forma de vestir de los incas
- Xiomara Cjuno, la arequipeña que revaloriza el tejido tradicional con fibras recicladas
Contenido Sugerido
Contenido GEC