Un comentario negativo. Uno solo, entre cientos de felicitaciones. Eso es lo que recibió el posteo que Paloma Casanave (más conocida en el mundo digital y gastronómico como Miss Cupcakes, con 31 mil seguidores en Instagram, 100 mil en YouTube y 300 mil en Tik Tok) compartió a inicios de julio, con una de las noticias más esperadas para ella y Carla Duarte, su novia desde hace ocho años: la llegada de su primer hijo. No es lo habitual.
La tendencia la ha llevado a saber que pierde seguidores cada vez que toca temas vinculados a los derechos LGTBQ. Pero esta vez era distinto. Paloma decidió no borrar dicha intervención; su reacción fue, más bien, responder con respeto. Tanto ella como Carla entienden que el diálogo es uno de los grandes pendientes en la lucha por la equidad. Y el rol que cada uno tiene es, hoy más que nunca, clave para conseguir un cambio tangible.
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—Ambas son activas en redes. No solo Paloma, sino tú también, Carla, que has liderado diferentes campañas de equidad desde un lado más corporativo. Desde hace unos meses hablan del embarazo de manera pública.
Paloma: Pública sí, pero contando lo que nosotras queremos. Yo me siento cómoda, porque tengo una comunidad bonita y cercana, con mucha gente que comparte lo que pienso. Nunca hemos ocultado nada, ni con familia, amigos o en el trabajo. Sabemos que somos afortunadas de no tener que hacerlo.
—¿Cómo comunicaron de su relación al comienzo?
(P): Lo de Carla fue bien rápido, pero no fue algo que “conté” como un anuncio, ni fue una salida del clóset, que para muchos es válido hacer. Para mí fue muy natural, con algunas fotos, cosas así.
Carla: Cuando cuelgas fotos de Navidad o eventos importantes, son momentos que sueles compartir con familia, no con una “amiga”. Empezamos a subir este tipo de contenido cada vez más, y eso hizo que la respuesta sea más obvia.
—Paloma, es posible que seas la única mujer vinculada a la repostería que es abiertamente gay en el Perú. ¿Perdiste seguidores?
(P): Estamos acostumbrados a los estereotipos. Ver a alguien que no encaja en el molde tal vez saca de cuadro a algunos. Cada vez que pongo una foto o hablo del tema, un porcentaje pequeño se va. No me sorprende, aunque mi contenido es muy sutil, no es un discurso agresivo (en Instagram). En Twitter sí tengo un perfil más activista.
(C): No se puede ser tibio. Tienes que mostrar una posición.
—Compartieron hace poco que se casaron en Miami. ¿Qué pasa con los derechos y beneficios que vienen con tener una sociedad conyugal? En el Perú no existen.
(P): Vivimos con mucha incertidumbre en ese sentido; incluso, si a Carla le pasa algo, a mí no me corresponde nada. Nosotras tenemos suerte, insisto. Carla está en un trabajo donde no se tiene que esconder y yo dirijo mi propia empresa, donde la inclusión es fundamental. El matrimonio en Estados Unidos nos da un poco de seguridad a nivel internacional.
(C): Hay gente que elige no casarse y es válido, pero pueden elegir entre si hacerlo o no. A nosotras nos gustaría poder tener esa misma opción. Antes era imposible que Paloma esté en mi seguro médico. Ahora ya cambió, pero es una decisión de las empresas privadas, no es lo usual. En la empresa donde trabajo actualmente hicieron un trámite especial para poder incluirla desde el embarazo, y es algo que agradezco muchísimo.
—Cuando hablamos del bebé, en nuestro país la ley dice que la madre es la gestante. Eso quiere decir que no va a poder llevar el apellido de Carla, a pesar de ser su óvulo.
(P): Legalmente soy madre soltera. Eso quiere decir que va a tener mis dos apellidos. Una ventaja que tienen las parejas de dos mujeres es la posibilidad de aplicar el método ROPA (se fecunda in vitro el óvulo de una, en este caso el de Carla; y luego se implanta en el útero de la otra, en este caso, Paloma), lo cual permite que Carla sea parte.
—¿Por qué eligieron hacerlo, si hay tantos pendientes por resolver en el Perú?
(P): La pandemia nos hizo retomar esta decisión. La vida es una y no podíamos demorar las cosas.
(C): Tampoco podíamos aplazarlo mucho, porque yo acabo de cumplir 40 y teníamos que extraer mis óvulos. Lo hicimos en octubre del año pasado, cuando Paloma comenzó a averiguar sobre clínicas donde podríamos sentirnos cómodas. Yo no estaba muy convencida por la situación del país.
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—Sin embargo, aquí lo han hecho todo y aquí se van a quedar.
(P): Teníamos claro que queríamos ser mamás, pero no tanto serlo aquí. Más allá de encontrar la clínica, lo primero que hicimos fue hablar con parejas amigas sobre el aspecto social, el impacto que hay en la vida de un niño criado en nuestro país con padres del mismo sexo. Queríamos conocer cómo era la experiencia real. Nos sentimos tranquilas porque creemos que podemos darle una vida segura; incluso tener la posibilidad de costear el tratamiento para salir embarazadas. Sabemos que todo esto es un privilegio y nos sentimos afortunadas de poder hacerlo. En otros países, como España, lo subvencionan.
(C): En nuestro caso había una alta probabilidad de que no pase (por la edad), pero agarró a la primera. Algunos dirán, con tantos chiquitos que están en la calle… ¡tampoco podemos adoptar!
(P): Podíamos hacerlo como madres solteras, y a niñas mayores de siete años. Nosotras queríamos vivir la maternidad de otra manera.
—¿Cuáles son los retos, los miedos más grandes que tienen sobre la crianza de este niño que está por venir?
(P): Hay algo que no se dice mucho. Una persona de la comunidad LGTBQ tiene que salir del clóset todos los días. “¡Ay, te casaste, Paloma! ¿Cómo se llama tu esposo?”; ese tipo de cosas. Por eso buscas, y te acostumbras, a rodearte de esa parte de la familia y los amigos que más apoyan y que más entienden. Lo que quiero es que mi hijo crezca fuerte, ya que se va a enfrentar a situaciones diferentes. Tenemos que darle las herramientas.
(C): Y fue una sorpresa que haya sido hombre (no pudimos elegir el sexo, porque solo había un embrión). Hay algo bonito en la posibilidad de criar a un hombre desde esta perspectiva, con otros recursos.
—Y qué hay del mito de que un niño criado por padres gays va a ser gay…
(P): ¡Imagínate! Nosotras crecimos en familias heterosexuales, viendo televisión heterosexual, etc., etc. No tiene nada que ver. Nuestro objetivo es criar a un niño feliz.
Es una doble bendición el nacimiento de un ser que llegará a cambiar vidas y que crecerá en un hogar donde la diversidad es normalizada. Cuánta falta hace en la sociedad que las infancias crezcan sin ese prejuicio que hoy quita derechos y propicia situaciones de desventaja.
Y es que existen muchos vacíos legales que impactan en la vida de lxs hijxs de familias homoparentales y diversas, al no venir al mundo dentro de una figura legal que reconozca a su familia como tal, al no existir entre sus madres o padres un matrimonio civil igualitario. Paloma, Carla y su bebé representan a las más de 175 mil familias diversas con hijxs que se calculan hoy en el Perú. El número se sigue incrementando. ¿Hasta cuándo el sistema nos seguirá haciendo pasar ‘caleta’?
A nuestrxs hijxs, no les es permitido llevar los apellidos ni la filiación de sus padres o madres según corresponde. Es decir, cuentan con un DNI que no reflejan su realidad. Esta omisión tan elemental como la negación de uno de sus apellidos no hace más que vulnerar el derecho a la identidad, lo cual impacta luego en el derecho a la salud y la educación, a tener una familia, a no ser discriminado y no ser violentado, entre otros.
Hay complicaciones en materia de registro, herencia, seguros, dobles nacionalidades, bonos familiares y/o escolares, no existen los divorcios, ni régimen de visitas, ni pensión de alimentos. En ciertos casos menos privilegiados, los niñxs ni siquiera reciben un DNI. ¿Podemos hablar realmente de un interés superior del menor inclusivo, con todas las infancias en nuestro país? ¿O en el caso de nuestrxs hijxs esto no aplica?