A las seis de la tarde, las calles de Ayabaca están cubiertas de neblina. No llueve aún en este punto de la sierra de Piura. Todo es una mezcla de blanco y amarillo por el alumbrado eléctrico. Entonces, mientras espero el vehículo que me llevará al distrito de Montero, tomo asiento en un banco de la Plaza de Armas y recuerdo lo que viví ocho horas antes.
Llegué junto a un compañero ayabaquino, Ulides, en su motocicleta, hasta el poco conocido pero imponente Centro Megalítico, que tiene grandes huancas -o conjunto de monolitos- de más de dos metros que, según se cree, fueron sagradas para los antiguos ayahuacas u otras civilizaciones incluso de la prehistoria. Está ubicado en el cerro La Huaca, dentro del caserío El Checo, que pertenece a la comunidad de Chocán.
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Este Centro Megalítico, de acuerdo con información de la Municipalidad de Ayabaca, tiene huancas “trabajadas con la técnica de corte con hachas de piedra y fue un centro de culto al falo (y representarían a la fertilidad), que en la actualidad aún es visitado por maestros curanderos” o turistas eventuales, como quien escribe esta crónica.
Para llegar allí, salimos de Ayabaca (2700 metros de altitud aproximadamente) a lo largo de unos 35 kilómetros de carretera, llovizna y sol. Bajamos por el sector Yacupampa, bordeamos el famoso cerro Yantuma y tomamos el desvío que lleva hacia Aúl, que es un sector apacible de ganaderos y agricultores donde hay tres desvíos hacia los pueblos de Chocán, Joras y Mostazas. Desde Piura capital, son cinco horas en auto o camioneta.
Fuimos por la vía de Chocán, entre neblina y frío que lavaba nuestro rostro, y vimos cómo se cruzaban los chanchos, los burros, las gallinas y los pájaros por los caseríos Cabuyo y La Cría, y aparecían de cuando en cuando senderos antiguos que unen chacras y asentamientos en esta zona fronteriza, porque sí, desde estos cerros verdosos y con peñas enormes ya se aprecian en a lo lejos las estribaciones ecuatorianas, más allá del río Calvas.
Así llegamos al caserío El Checo. Cielo despejado y fuertes golpes de viento. Las noticias sobre esta zona de frontera son pocas (una de las más impactantes fue el incendio de la iglesia San Francisco de Asís de Chocán, construida en el siglo XVII). La justicia del día a día está más ligada a las rondas campesinas o tenientes gobernadores. No suele verse policías patrullando estas zonas, salvo alguna diligencia específica o acompañamiento fiscal.
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Las mañanas pueden ser calurosas, pero por las tardes los aguaceros caen bravíos y baja el páramo del Bosque de Cuyas, cerca de allí. El Checo tiene lomas hermosas y verdes que sirven como miradores frescos y naturales del río Calvas, blanqueando en dirección sur, y que delimita la frontera Perú-Ecuador.
En una de estas lomas, pasando un cementerio con una capilla recién construida con bloquetas de cemento está el Centro Megalítico. Las enormes piedras dan la impresión de estar clavadas o surgir de la tierra, varias miden más de dos metros y otras parecen caídas o inclinadas por el peso del tiempo.
Este tipo de centros megalíticos tienen demasiado simbolismo para la visión de los antepasados incas o ayahuacas, que habitaron esta zona, o un significado espiritual para seres prehistóricos, empero indecoroso y pagano en la interpretación de los europeos extirpadores de idolatrías, que llegaron en tiempos de la conquista del Tahuantinsuyo con el español y católico Francisco Pizarro. Huancas similares hay en Áncash, por el callejón de Huaylas, Ayacucho o Puno.
La Municipalidad de Ayabaca desliza otro dato importante: “El cerro La Huaca se comunica directamente con el cerro La Ahuaca de Cariamanga (Ecuador), ancestral territorio de Los Calvas, quienes conformaban, con los Caxas y los Ayahuacas, la gran confederación de los Guayacundos”.
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De regreso a Ayabaca, aprecio casitas de adobe, teja y calamina que relucen y brillan por el sol. Aparecen niños tras las puertas y los corrales. Humean algunas viviendas, preparando la cena. Canta un gallo, cantan dos gallos. Por el viaje voy pensando en esas enormes piedras; en Aypate, el centro provincial incaico tan majestuoso, y en el Camino Inca o Qhapaq Ñan, también dentro de esta provincia serrana.
Dejo el recuerdo y los apuntes en mi libreta de notas. La noche es helada en Ayabaca. La mayoría de las tiendas están cerradas. Se escucha alguna cumbia y sanjuanitos de vecinos que conversan y beben licor en sus casas o restaurantes. Los vigilantes y policías observan desde las esquinas. De repente se escucha el claxon de un vehículo. Es hora de regresar a Montero, mi pueblo. //
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