Si algo hemos aprendido el último año y medio es que el COVID-19 no hace distinciones: en un descuido, todos nos podemos contagiar. Y de ahí, lo que pase, resulta incierto. No importa si eres fuerte y grande como un tanque de combate o si el último tiempo has llevado una vida saludable. Aunque pareciera que estamos blindados, ese virus microscópico igual nos puede tumbar. Guillermo La Rosa Laguna (Lima, 1954) lo sabe bien. Hace tres meses, lo que en un principio parecía un simple resfrío se convirtió en un cuadro de neumonía que comprometió el 60% de sus pulmones. Ingresó de emergencia a una clínica local, donde por más de una semana recibió oxígeno debido a su baja saturación. “Este virus es tremendo, te destruye. Pero con la gracia de Dios, los medicamentos y cuidados que tuve, pude sanar. Después de muchos días volví a mi peso y felizmente no tengo secuelas”, reflexiona el exseleccionado nacional y dos veces mundialista, con la gratitud de alguien que ha recibido una nueva oportunidad.
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