Las series juveniles funcionan, sobre todo las que narran los problemas de adolescentes en un colegio de clase alta. Esta fórmula ha sido bastante utilizada en diferentes países y la volvemos a ver en la nueva ficción de Netflix “Blood and Water”. Si bien no es del todo novedosa, tiene varios aciertos que la convierten en una opción válida para entretenernos durante la cuarentena.
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“Blood and Water” es la segunda serie original de Sudáfrica para Netflix, y al parecer es lo que necesitaba para que la audiencia mundial gire sus ojos hacia este país. Es la historia de Puleng Khumalo (Ama Qamata), joven de 16 años que crece bajo la sombra de su hermana mayor, Phumele, raptada tan solo días después de nacer y que, a pesar de los intentos de sus padres (quienes tienen una habitación dedicada solo a investigar el rapto), jamás ha sido hallada.
El día del cumpleaños número 17 de la desaparecida Phumele, su familia, como cada año, se reúne para cantar el tradicional “Happy Birthday” y apagar las velas de la torta. No es una reunión de paz, sino tensa, sobre todo por los padres. Una incómoda Puleng discute con su madre por un tema de violencia familiar antes de irse de fiesta con su mejor amiga, Sama.
Al llegar a la fiesta, hace nuevas amistades, personas que serán de gran ayuda para encontrar a su hermana. Entre ellas están Fikile Bhele (Khosi Ngema), otra cumpleañera, y Wade Daniels (Dillon Windvogel), un joven aspirante a fotógrafo. Aquí siento que la trama se salta la lógica. Es un poco inverosímil ver a alguien, escuchar su fecha de nacimiento y creer que puede ser la hermana perdida que la Policía no ha podido encontrar en 17 años. Pero si no piensas mucho en el tema y dejas que la historia continúe su desarrollo, terminarás creyéndote eso de que “la sangre llama a la sangre”.
La adolescente investigadora pone en movimiento su plan: cambiarse al colegio Parkhurst College, donde estudia Fikile, y conseguir una muestra de ADN para compararla con la de su hermana. Puleng y Fikile, quien es una de las alumnas más populares, se hacen amigas; pero como estamos en una serie de adolescentes las hormonas no tardan en hacer que todo sea más complicado.
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Pero el drama no solo lo viven los estudiantes, también los mayores. Ese es el caso del padre de Puleng, acusado de formar parte de una red de tráfico de personas e, incluso, ser cómplice del secuestro de su propia hija.
Esta producción juvenil sudafricana, que se desarrolla en Ciudad del Cabo, es fácil de ver y entender. Si bien su idioma original es el inglés, también ha sido doblada al español para la comodidad de los latinos amantes de la series juveniles; que han convertido historias habladas originalmente en español como “Élite” y “Control Z” en sus nuevos pasatiempos.
Si bien no explora tanto la desaparición de Phumele, la serie teje una estructura bastante completa en sus personajes que les da identidad propia. A diferencia de los dramas en Las Encinas de “Élite”, en esta escuela se habla de la historia del país. Además, cuando el contexto lo amerita, hablan sus lenguas nativas y las reivindican. “Blood and Water”, como varias series juveniles, toca temas tabú que merecen ser puestos en la mesa. Solo tiene seis episodios, pero convence. Y mucho.
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