(Foto: Archivo El Comercio)
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Marco Sifuentes

Ahora que ya no hay rescate posible para el naufragio de (el presidente), el primero en saltar del barco ha sido PPK (el partido). Y en esta triste lucha de un hombre versus sus siglas se ha destapado algo más: otro enfrentamiento, este tan viejo y jodido como la república que preside uno de los PPK.

Desde siempre, el discurso oficial nos ha dicho que ese enfrentamiento no existe, que es algo superado, que cualquier manifestación suya son solo vestigios de un pasado remoto, premoderno y derrotado. Se trata de esa mazamorra tan peruana en la que el clasismo, el racismo y mil otras formas de discriminación se mezclan para formar un orden inapelable, al cual ninguno de nosotros acepta pertenecer aunque sepamos exactamente –y lo sabemos muy bien, ya sea porque otros se encargan de recordárnoslo o porque nosotros mismos queremos restregárselo al resto– en cuál de sus múltiples posibles coordenadas nos encontramos (o queremos que el resto crea que nos encontramos).

Por eso es que , dirigente de las siglas PPK, encuentra pegada cuando dice que los ministros del hombre PPK parecen un “gabinete del Ku Klux Klan”. Obviamente nadie cree que Zavala va a salir a la calle con antorchas a quemar a nadie, pero aquí Villacorta (a quien, al margen de estas declaraciones, está muy bien mantener alejado del Gobierno) se refiere a un problema real y crucial del Ejecutivo: es una burbuja. Que flota. Muy arriba.

En teoría, en nuestro sistema representativo, el partido político que llevó a su líder a la presidencia es el que, a través de sus bases, debería aportar cuadros de todas las sangres que sirvan como bisagra entre las medidas tecnocráticas y los reclamos populares. Mal que bien, y con muchas deficiencias, eso es lo que ocurrió en los tres gobiernos anteriores. No es un sistema perfecto –hasta tal punto que los tres partidos de gobierno anteriores quedaron prácticamente diezmados– pero se sostenía. El problema actual de PPK (el hombre) es que PPK (las siglas) solo fueron un trámite para poder presentarse a las elecciones. El partido se diezmó antes de asumir. O nunca existió.

Hace ya varios meses que en esta columna se contó, a propósito de cómo el fujimorismo callejonero constantemente le ganaba la partida al Gobierno, que las bromas internas de los mandos medios del Ejecutivo sobre la falta de esquina de sus superiores –no solo en el Gabinete, sino también asesores, publicistas, directores– iban desde que son la “segunda República Aristocrática” hasta “White Supremacists” (sí, casi casi la misma figura que usó Villacorta). Y la cosa sigue igual. O peor. Es como si no se dieran cuenta de qué mensaje están transmitiéndole a ese resto del país que no está en las mismas coordenadas sociales que ellos.

Así no se puede lidiar, por ejemplo, con una huelga que reclama por sueldos que, incluso después del aumento, están debajo de lo que cuesta alquilar durante un fin de semana una de las casas de playa en las que se reúnen. Ahora más que nunca es urgente que PPK (el hombre, el presidente, el gobierno) salga de El Golf. Ya se le acabó el tiempo pero al Perú aún no. Aún.