Cuando la dictadura de Manuel A. Odría (1948-1956) ya había perdido la popularidad de sus primeros años y Lima se expandía por el norte, sur, este y oeste de su entorno, un horroroso accidente de pista entre un auto y un tren dejó consternada a la toda la ciudad. Ocurrió al día siguiente de la Navidad de 1954, el 26 de diciembre, en el llamado “Pueblo de Mirones” (Mirones Alto), formado mayormente por migrantes de provincias. Al conocerse la noticia, no fue difícil imaginar cuál de las dos máquinas llevó la peor parte.
La noche anterior, el feriado navideño, cayó sábado. La gente limeña era mucho de salir esos días de descanso y más si era 25 de diciembre. Y lo hacían en familia, a parques, plazas, centros comerciales; también iban al cine, y entonces podían ver películas de esos días finales de 1954 como “Si volvieras a mí” con Libertad Lamarque, o “Un extraño en la escalera” con Silvia Pinal y Arturo de Córdova, estrellas del cine de oro mexicano.
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Pero la familia Del Carpio Quesada, de Mirones Alto, no quiso salir ese sábado 25. Prefirió quedarse en casa, y más bien hicieron planes para ir al centro de Lima al día siguiente, el domingo 26 de diciembre de 1954, por la tardecita. Allí fue que vieron la muerte frente a sus ojos.
MIRONES ALTO: UN LUGAR DE GENTE SENCILLA Y VÍCTIMA DE LA INDIFERENCIA
Las víctimas eran parte de Mirones, allí vivían desde que esa “barriada”, como le decían los medios, se formó en 1948, es decir, cuando recién empezaba la dictadura de Odría. Le decían entonces el “Pueblo de Mirones” y se hallaba en la margen izquierda del río Rímac, viniendo de Lima al Callao. Uno llegaba después de cruzar otras zonas como “Primero de Mayo” y “Dos de Mayo”, y ya para 1954, se distinguían un “Mirones Alto” y un “Mirones Bajo”. La familia Del Carpio Quesada vivía en la parte alta.
En sus inicios, Mirones había sido tierra de “areneros”, es decir, gente que empezó a vivir allí porque trabajaba extrayendo arena de los bordes del río Rímac. Ese oficio arrancó hacia 1936 al decidirse ampliar el cauce del “río Hablador”, debido a las crecidas de su caudal, especialmente en los veranos limeños. En esas décadas del 30 y 40, las casas de los alrededores eran de esteras y pajas. Luego, en los años 50, estas ya mezclaban el cemento con el adobe, los ladrillos con las esteras.
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Los propios vecinos, como los Del Carpio Quesada, hicieron de su “barrio” un lugar donde buscar una vida mejor. A pesar de depender de la Municipalidad de Lima, esta no los atendía (no tenían ni un “plano regulador”). Solos debieron hacer el trazo de sus calles y plazuela, con vecinos que sabían un poco de la “mensura de tierras”. (EC, 22/01/1955)
Algunos tenían agua y desagüe en sus domicilios, porque habían pagado para tener un tanque aéreo e instalaciones, pero otros no lo pudieron hacer y debían pagar por el agua que les traían. Mirones no tenía pavimento en ningún de sus accesos. Los vecinos con algún vehículo sufrían las de mil con los huecos, desniveles y piedras que abundaban en sus vías.
Mirones Alto, donde residía la familia Del Carpio Quesada, contaba con unos dos mil vecinos, aproximadamente. En 1954 se ingresaba a esa zona de dos maneras: la primera forma era partiendo “desde el Puente del Ejército hasta el Dique seco, bordeando el Rímac. Pero es poco transitado por las insoportables emanaciones del basural, aparte de lo accidentado del terreno”. (EC, 22/01/1955)
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Y la segunda forma era por una ruta que partía “de la Avenida Colonial, paradero tranviario de Mirones, y después de cruzar la Avenida Unión o República Argentina, a la altura de la cuadra 17, en donde se lee una muestra que dice: ‘Planta de Radio a 200 metros’, llega hasta el cruce ferroviario”. (EC, 22/01/1955).
Muy cerca de ese cruce fatal, vivían las víctimas de ese 26 de diciembre de 1954. En ese lugar, donde no había ni un centímetro de suelo sin piedras de distintos tamaños y enormes huecos y baches, los vecinos habían advertido a las autoridades de un peligro visual. Y es que en esa ruta que cortaba la del Ferrocarril Central había problemas con la visión del tren, especialmente en la salida de Mirones Alto hacia Lima.
El Comercio indicó ciertamente que “al regreso a Lima es materialmente imposible divisar la locomotora hasta tenerla encima del vehículo”. (EC, 22/01/1955). Esto era así por la presencia de un alto muro que pertenecía a una “chingana” y que se anteponía a la mirada de los conductores. Eso fue lo que le habría sucedido a Antonio del Carpio aquel domingo fatídico, cuando manejaba su pequeño camión embestido por el inmenso ferrocarril.
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MIRONES ALTO: LA TARDE MÁS TRISTE E INMISERICORDE DE ESE AÑO
Todas las calles, los jirones y pasajes de ese Mirones Alto no tenían luz eléctrica, solo las casas en su interior, lo que acentuaba el peligro de salir y volver para sus vecinos. Por eso uno podía imaginarse accidentes de tránsito de noche, pero no tanto de día. Sin embargo, los hubo. Y sangrientos.
A las 2 y 50 de la tarde, del domingo 26 de diciembre de 1954, la vida no sería la misma para la familia Del Carpio Quesada; la vida se les volvería un infierno, un desamparo, una escena de pura sangre y dolor. Y pensar que solo salieron de su casa a pasear, solo un momento, para aprovechar ese fin de semana en el centro de Lima.
Antonio del Carpio Marreros conducía un viejo y pequeño camión de placa Nº 59918, y a su lado iba su esposa Grimaldina Quesada. Con ellos, viajaban sus dos menores hijos, de 9 años y cuatro meses, respectivamente, y dos parientes más, los hermanos de Grimaldina. El vehículo iba a poca velocidad, debido a la zona pedregosa y a los baches de siempre. Cuando llegaron por el “Callejón de Mirones” cerca al cruce con los rieles del Ferrocarril Central, todo era jolgorio, risas y charla familiar.
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Hasta esos últimos segundos, nadie dentro del pequeño vehículo divisó la llegada de la locomotora Nº 203 que, según algunos testigos, iba a regular velocidad y nunca tocó el silbato, como se solía hacer siempre en los cruces. El tren tenía seis vagones y se dirigía al Callao. El choque fue seco, triturador, brutal. Se sabía que así el maquinista los hubiera visto a 20 o 30 metros, si el auto seguía igual los habría arrollado con freno y todo, debido al peso de los vagones que empujan hacia adelante a la locomotora.
El lado lateral izquierdo del vehículo recibió el fuerte impacto de esa mole de fierro, y luego fue arrastrado por 132 metros, exactamente; hasta que el maquinista recién pudo paralizar la fuerza de los vagones. El tren y lo que quedó del camioncito se detuvieron.
Por el impacto, Antonio y Grimaldina salieron despedidos del vehículo y sus cuerpos fueron arrollados por las ruedas del tren que los enganchó. Quedaron destrozados, mutilados y con los rostros desfigurados a un costado de los rieles, a diez metros de distancia entre ellos.
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Los heridos también quedaron fuera del vehículo (al parecer trataron de salir mientras era arrastrados); el que lucía grave era el cuñado de Antonio del Carpio, el joven Humberto Quesada, quien fue hallaba desmayado, inmóvil y casi sin respirar.
La hermana de Grimaldina, Marta Quesada, y los menores Fernando del Carpio Quesada, de 9 años, que pasó al Hospital del Niño con lesiones graves, pero superables; y la menor de apenas cuatro meses, Aurora del Carpio Quesada, se salvaron. La bebe pasó a la Asistencia Pública, y luego la llevaron a la casa de sus familiares. Milagrosamente, ella no sufrió daño alguno, salvo algunos moretones.
Es cierto que al comienzo la noticia se dio con “dos muertos y cuatro heridos”, pues las muertes de Antonio y Grimaldina fueron instantáneas y sus cuerpos trasladados por la autoridad judicial a la Morgue Central de Lima; en tanto, los dos hermanos de la esposa y sus hijos pequeños habían quedado heridos. Sin embargo, Humberto Quesada no resistió las numerosas fracturas y hemorragias internas que lo derrotaron. Días después, dejó de existir.
MIRONES ALTO: LA TRAGEDIA DE UNA FAMILIA TUVO TESTIGOS
Hubo una testigo de excepción: Hermelinda Jiménez, vecina del “Pueblo de Mirones” y comadre de la pareja fallecida. Ella, según cuenta, iba en otro vehículo “a una distancia de treinta metros del vehículo fatal, en la misma dirección, habiendo presenciado cómo se produjo el tremendo encuentro”, indica El Comercio. (EC, 27/12/1954)
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Hermelinda Jiménez confirmó lo que la prensa limeña sospechaba desde que se enteró del accidente: la testigo dijo que “la locomotora con sus seis coches transitaba sin dejar oír las fuerte pitadas que sirven de alarma y de aviso a fin de que en la línea nada se interponga a su paso”. EC, 27/12/1954)
El tren se acercó “a gran velocidad”, repetía la señora Jiménez, aún acongojada por las muertes de sus compadres. “Después del accidente, yo procedí a recoger a las criaturas, que se quejaban, conduciendo al mayor al Hospital del Niño y a la de cuatro meses a la Asistencia Pública de donde la trasladé a la casa de su abuelita en Chacra Colorada”, dijo la testigo. (EC, 27/12/1954)
Ese cruce fatal, como se indicó, era muy temido por los vecinos de Mirones Alto. El reportero de El Comercio buscó más testigos y halló a uno que contó que, hacía un mes, en noviembre pasado, en ese mismo lugar de la tragedia, un tren había embestido con violencia un volquete, que se dio “tres vueltas de campana”. El conductor, lanzado a larga distancia, solo había quedado herido. (EC, 27/12/1954)
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Muchos de los vecinos confirmaron el peligro que representaba ese muro que tapaba la visión de los conductores que iban del “Callejón de Mirones” a la intersección con los rieles. Ese muro, señalaron, correspondía “a una pequeña chingana”. La Policía de Monserrate confirmaría esa situación de peligro; y también confirmó que, pese a haber “señales escritas” de peligro en la línea férrea, “no existe una barrera como en otras intersecciones”. (EC, 27/12/1954)
¿Quién fue el maquinista de la locomotora Nº 203? Su nombre era Julio Villa Morales y fue citado a la Comisaría de Monserrate, donde solo atinó a contar los hechos, y a precisar que el vehículo arrastrado apareció de improviso, por lo cual no pudo frenar a tiempo y menos impedir el violento choque.
Los vecinos de la zona pidieron que el Ferrocarril Central colocara “barreras controladas por un operador”, como ya existían en algunos cruces. Veían eso como la solución a los graves accidentes como el que habían presenciado ese domingo 26 de diciembre de 1954. (EC, 27/12/1954). Dicho pedido se convirtió, con los días, en un clamor popular.