19 AÑOS DESPUÉS
Una noche en Barcelona, dando vueltas por los 30 metros cuadrados de mi departamento con una copa de vino en la mano y la botella vacía en la mesa, sentí que me encontraba completamente sola. La sensación de vacío me venció. No tenía con quién hablar, no sabía que demonios estaba haciendo en ese país. En un acto totalmente irracional, caminé hacia el teléfono y marqué el número de Martino Zolezzi, mi primer novio, diecinueve años después de que me dejara por una chica a la que jamás besó. Me di con la sorpresa de que ya no vivía en Lima sino en Nueva York. Me hice pasar por la una chica de su colegio y con la excusa de un reencuentro de la Promoción XL del Pestalozzi conseguí su teléfono.No dudé un segundo antes de marcar y mientras timbraba encendí un cigarro. Me contestó una voz que no reconocí pero me atreví a pensar que era él y le dije que le hablaba una voz del pasado, bueno, del recontra pasado. Le di tres intentos para que adivinara y claro que no pudo descifrar de quién se trataba. Si la situación hubiera sido al revés yo tampoco hubiera podido. Le dije mi nombre y entonces escuché su risa. Esa sí me resultó familiar.
Después de un breve ataque de risa y nervios comenzamos a hablar, con la diferencia de horas amaneció en Barcelona pero aún no teníamos ganas de cortar. Me enteré que había estudiado economía en la Pacífico, que estaba haciendo un MBA en Nueva York, que había tenido solo una relación importante (excepto yo, lo dijo textual, pero no le creí) en su vida por seis años con una chica que había terminado sacándole la vuelta y que eso había hecho que decidiese marcharse y vivir en soledad por los últimos dos años. Yo pensé que de ser así, a mí no me había ido tan mal.
Comenzamos una relación telefónica por algún tiempo siempre recordando detalles del pasado, incluyendo nuestro primer beso con lengua que fue 7 meses después de estar, la vez que pintó con spray en una pared “Ali + Marti” o cuando mi papá (que ya sabía que algo nos traíamos) lo pateaba a propósito en las pichangas de los sábados.
Faltaba poco para fin de año y los dos íbamos a Lima, yo de vacaciones y él unos días antes de partir a Chile, a donde iba a trabajar. Apenas llegó quedamos en salir a cenar. Pensé que al abrir la puerta de mi casa con mis 31 años y ver al primer chico que me besó en la boca era demasiado. No lo fue tanto. Los dos sonreímos y nos abrazamos con torpeza. Me abrió la puerta del auto y antes de arrancar me miró a la cara y me dijo que estaba igualita. Creo que es una de las cosas más bonitas que me han dicho en la vida.
Fuimos a la Dalmacia y después de una botella de vino, nos miramos a los ojos y pude ver que estaba triste. Le pregunté si le pasaba algo y zas! me contó todo el rollo de su larga soledad y sus ansias de encontrar alguien lo más pronto posible, casarse y tener una familia. Ingenua, le pregunté si era broma. Era verdad. El hombre estaba desesperado y por una fracción de segundo me pregunté si me veía con ojos de posible novia.
Regresamos casi en silencio todo el camino y cuando me acompañó a la puerta casi nos besamos en los labios. No sé cuál de los dos dudó o se arrepintió, y terminamos besándonos en la mejilla. Al verlo caminar hacia su auto pensé que diecinueve años es mucho tiempo para algunas cosas.
Un tiempo después mi mamá me contó que se había enterado por una amiga de la mamá de Martino que estaba con una chica que conoció por Internet y mantenían una relación virtual; pero casi me desmayo cuando vi su foto y la de su esposa vestida de novia en la página de sociales del periódico. Lo único que me molestó, fue que no me invitara a la boda.