ATRACCIÓN VIRTUAL (II)
NUESTRO VERDADERO YO
Días antes de darle mi dirección personal de correo electrónico, la curiosidad, me hizo indagar quién era este chico. Lo busqué en Internet y, a pesar de no haber hallado ninguna foto suya, encontré que había montado una exposición individual el año pasado, de la que sí había imágenes. Me gustaron sus instalaciones. Al parecer, eso del buen gusto que le atribuí de modo virtual, se extendía a su trabajo, y por lo tanto, a él mismo. En los artículos relacionados con esa exhibición, me fije en un detalle al lado de su nombre, su fecha de nacimiento: 1979. Esto me hizo sentir cierta aprehensión, que reconozco como un prejuicio tonto. Si él hubiera sido seis años mayor que yo, no hubiera sentido que existiese problema alguno; así que seguí adelante.
Por supuesto que tomé ciertas precauciones, de forma apresurada, pero lo hice. Le propuse un lugar muy conocido para mí. Iba a estar a salvo en caso fuera un asesino en serie, un acosador o un loco. Por coincidencia, además, dos amigas que iban a salir esa noche, iban al mismo restaurante. Además de una segunda y tercera opinión, tendría un salvavidas en caso de cualquier emergencia. Sin embargo, debo reconocer que el miedo más grande eran mis propias expectativas que, ya en ese momento, eran del tamaño de un globo aerostático.
Esto, además del factor virtual. Era la primera vez que iba a hacer una cosa así. No tengo nada con los romances por chat, mail o listas de gente que busca pareja a través del ciberespacio, pero hasta ese momento no era algo que me llamara la atención ni que me interesase. Creo que fue su irrupción en mi vida real de un modo tan especial lo que hizo que me mandara a hacer algo así. Y bueno, salí del trabajo como a las nueve directo a mi casa. Como habíamos cambiado la fecha del día siguiente al presente, quería cambiarme. La verdad no hubo mucho cambio, pero en fin. Los nervios seguro, que sacan las inseguridades por todos lados. Y si, estaba nerviosa.
Llegué unos minutos tarde, sin mirar a nadie me dirigí de frente a la barra. Me senté y pedí una algarrobina, que gracias a una amiga es mi aperitivo de la temporada. A los tres minutos sentí una mano en la cintura y un cuerpo que se sentaba a mi lado. Inmediatamente nos miramos a los ojos. No sé que habrá pasado por su cabeza, pero la mía dijo: no. Y no por una cuestión de atracción física, simplemente no era lo que me había imaginado.
De pronto todo se me vino encima. Arrepentimiento, decepción, culpa, nervios y un pensamiento que me empezó a corroer: ¿y ahora, qué hago? Nos sentamos en una mesa y tengo que admitir que no soy buena mentirosa en la vida real, se me notaba en la cara, estoy segura, y eso me hacía sentir peor. No sé tampoco si él estaba nervioso o no, pero sentí que nuestras primeras palabras fueron torpes, la conversación frustrada, tanto, que me quedé callada. Me limitaba a sonreír y a responder sus preguntas. Después de un rato, ya los silencios entre ambos eran una cosa horrible. No la estábamos pasando bien. Creo que no aguantó más y me preguntó qué me pasaba. Yo le dije que soy tímida (es verdad), que estaba un poco nerviosa (mentira, estaba muy nerviosa) y que era una situación rara (porque nuestra conexión había desaparecido). Me preguntó si quería tomar vino, yo acepté. Al poco rato mis dos salvavidas hicieron su aparición. Qué cara me habrían visto que me dijeron al oído que iban a estar cerca hasta la hora que yo dijera. Lo peor de todo es que sentía que él me podía leer en la cara que había dejado de sentir esa complicidad, o que en la realidad nunca había existido. Ya hasta empecé a hacerme rollos con el tema de la atracción hacia lo desconocido, le eché la culpa a mi estúpida imaginación, a la rapidez con la que me ilusiono y a mi mente crédula.
Me escapé al baño. Ahí tuve un pequeño, pero fuerte, encontrón conmigo misma. ¿Qué estaba pensando? A pesar de creer en la atracción a primera vista, no podía ser tan cerrada como para no darle y darme la oportunidad de conocernos, así que, más calmada, me senté nuevamente frente a él. Para mi sorpresa tenía un nuevo regalo en la mesa. Era uno de esos globos de cristal que al moverlos cae nieve sobre una ciudad. Este tenía dentro un laberinto hecho con pasto de plástico en el que una muñequita seguía un camino hecho de migas microscópicas de pan. Al final había un conejito de peluche con una camiseta con un signo de interrogación en el pecho. Lo moví esperando ver los típicos copos blancos y casi me caigo de la silla al ver una especie de garúa hecha con pedacitos de papel plateado. Le agradecí ese detalle, todos los demás y me sentí bien por haber tomado esa secreta decisión. Retomamos la conversación, ésta vez más relajada, y le pregunte por qué había querido conocerme. Entonces me contó una historia de lo más extraña, que él atribuía completamente al azar.
Me había visto en un bar cubano un viernes a comienzos de agosto. Yo estaba con unos nuevos amigos que me habían rescatado de una fiesta horrible en un lugar más horrible todavía. Según me dijo, había llamado su atención. Al día siguiente me vio otra vez en el número pasado de una revista que había pedido que le guarden por un artículo que le interesaba y había visto una foto mía. Entró en un buscador de Internet, de ahí al blog y me dijo que se la paso un domingo entero leyendo todos los posts que había escrito. Después venía lo demás, lo que yo ya sabía. Sonreí. Me pareció una historia bonita.
Pasé por la mesa de mis guardaespaldas y les dije que no necesitaba vigilancia, me contestaron que se mudaban a otro bar. Aunque no bajé mis defensas, mientras más lo conocí, más me gustó. Conversamos, nos reímos y ya casi me había olvidado del asunto del miedo, hasta que me cogió de la mano y me dijo que le gustaba, mucho. A mi me pareció que -otra vez- todo iba demasiado rápido y se lo dije. Me dijo entonces que no me estaba presionando, que me tomara las cosas con calma, que no había segundas intenciones – mi otro temor- y que su único propósito había sido conocernos. Lo demás, se daría como viniese. Lo miré a los ojos, pude notar honestidad y un gran interés que me hizo sentir halagada y algo atraída.
Pasaron unas horas más y ya fue momento de despedirnos. En la puerta de la casa de mis padres, yo aún no resolvía mi dilema interior: ¿me gusta o no? Parece que el pensaba lo mismo, porque me confrontó sin ningún reparo. Me dijo, además de que quería conocerme más, lo que pensaba de mí. Lo que más me sorprendió fue escuchar de su boca que yo tenía una coraza alrededor mío, que no dejaba que nada la traspase y que si seguía así, ni él ni nadie podría llegar a mí. En vez de escuchar, me molesté sin saber por qué y, después de una despedida abrupta, le dije adiós.
Al día siguiente ocurrió algo extraño, me la pasé pensando en él y en esas palabras que no me dejaban tranquila y me hacían sentir hasta un poco triste. Yo pensaba todo lo contrario de mí. Hasta ese momento me sentía como hasta demasiado abierta y confiada con las personas que quiero, sin embargo, hice una retrospectiva de los últimos meses de mi vida, casi un año, y sí, tenía razón. Mi lado sentimental no estaba tan abierto como yo pensaba.
Caminé hasta un café cerca del trabajo y me llevé el vaso de plástico a la banca de un parque. En otro acto, nada impulsivo, lo llamé por primera vez y le pedí que me disculpara por la despedida intempestiva y le dije (tomé aire antes): tenías razón, con un cincel y un martillo imaginarios has roto algo dentro de mi, quizás un hueco en esa coraza – o defensa anti-dolor, que hasta ese momento mantenía debajo de la ropa de manera inconsciente -. Miles de sentimientos han salido de golpe y no he sabido cómo controlarlos, esa es la razón por la que no he sabido como actuar. A continuación, le dije si podíamos tener una “segunda primera cita” y me dijo que sí. Me quedé sentada en la banca un rato más después de colgar. El miedo me había hecho actuar como una tonta. Lo que pudo haber sido una simple oportunidad de conocer a alguien, de pronto me confrontó con miedos y sentimientos que había ocultado tras un grueso armazón que no sabía ni que existía; y tuvo que llegar a mi vida un desconocido con una caja llena de sorpresas para descubrirlo. Esa es la sorpresa más grande que, hasta ese momento, me había regalado el chico de los detalles, y la que mas aprecio.
Y debo admitir, me muero de ganas de volver a verlo.
Canción para cambiar
Escucha aquí un extracto de “Cambio de forma” de Astrud.