!NO TE ENTIENDO! (II)
FERSCHTEHE ICH NICHT!
(Y ADEMAS, NO TE QUIERO VOLVER A VER)
Siempre me ha molestado cierto tipo de comentarios de tías, amigos, conocidos y, en especial de mis padres, por la cuestión de tener o no tener novio. Es como un juego en el que nunca se gana. Si tienes novio la pregunta es: ¿para cuándo?, es decir, (¿cuando se casan, formalizan, tienen hijos y un interminable etcétera), y cuando no tienes novio, por lo general, los cuestionamientos van acompañados de un gesto que no he terminado de descifrar, una mezcla de lástima y una fingida condescendencia: ¿y (ya) tienes enamorado/galán/novio/futuro esposo?
Al volver de visita a Lima la primera vez descubrí una nueva variante de la llamada “presión social”, aún más terrorífica: ¿Ya conseguiste a tu español? Las primeras veces no podía ocultar mi irritación porque no solo considero una indiscreción inmiscuirse con total atrevimiento en un aspecto tan personal y privado como el emocional, sino porque además son excluidas, de forma automática, todas las aspiraciones, intereses y experiencias que conllevan vivir fuera del país. Hasta llegó un momento en el que pensé que para evitar dar explicaciones, para mí innecesarias, podría imprimir volantes informativos que en resumen dirían: me fui a estudiar, no a “conseguir” un hombre y le agregaría en letras chiquitas: además estoy sola y bien, gracias por su preocupación. Pero luego, mi lado racional le atribuyó estos cuestionamientos acerca de mi falta de pareja a la preocupación, que se acrecienta con la acumulación de años, de que pudiese quedarme (me cuesta escribir esta palabra) “solterona” y no a la mala onda de nadie. Que yo no piense de la misma manera, ese es otro rollo. Mi rollo.
Esta debe ser una de las razones por la cual, cuando llegué con la novedad de un novio que tenía en Barcelona y que iba a visitarme en Lima, se produjo un alboroto en el imaginario de mi entorno. De alguna manera extraña, dejé de ser una especie de paria o un bicho raro a los ojos de los demás, aunque yo me sintiera exactamente igual que siempre. Había una especie de felicitación (y de tranquilidad) en la cara de todo el mundo.
Llegó Christian y con él, el comienzo del fin. La primera vez que fuimos a cenar con mi familia, esa sensación incómoda de que no me había equivocado al presentir que no era un tipo sincero, volvió. Lo veía hablar, sonreír a diestra y siniestra, y repetir el mismo discurso que me había metido a mi cuando nos conocimos. Todo él sonaba y parecía perfecto, pero yo sabía que no lo era. Casi todos estaban encantados con él, menos mi hermana menor, que siempre ha sido cautelosa y muy observadora. Ella notaba que algo no estaba bien. Ese algo era yo. No estaba enamorada, y él cada vez me gustaba menos. Sin embargo, consciente de tener un mes por delante y sin poder admitir mi cambio, porque tampoco lo iban a entender, no dije nada y traté de llevar la fiesta en paz.
A él no pareció incomodarle mi distancia, al contrario, se dedicó a comer, comprar, salir a brichear a escondidas por las noches y disfrutar las atenciones de mi familia. Con ellos era una persona, conmigo, el verdadero Christian. Cuando anduvimos a solas por Lima se burló del tráfico, la gente, las casas y todas las peculiaridades que pude tener una ciudad nueva para un extranjero, pero de manera despectiva e irónica. Además de ser un charlatán, me di cuenta que era más agresivo, maquiavélico, competitivo y controlador de lo que me había imaginado. Sólo un ejemplo para graficar. Mis hermanos decidieron llevarlo a Cusco. Después de todo un día en Machu Picchu, nos echamos a descansar en el pasto con una vista maravillosa alrededor. Era un momento perfecto, hasta que a Christian se le ocurrió abrir la bocota solo para decir: “¿Esto es todo?, !Pero si éstas son sólo piedras muertas!”. Todos se miraron entre si con cara de signo de interrogación. Sin embargo, yo no me aguanté las ganas y le dije que su hermosa Viena natal era también una ciudad hecha de construcciones de piedra y que eso no le quitaba la belleza. En ese instante mi paciencia se acabó. Además de todo, no tenía una pizca de sensibilidad.
Lo más irónico de la situación, es que para mi familia yo era la malvada que de pronto lo dejó de querer sin razón. A él, al hombre “perfecto”. La realidad era que yo me había equivocado. Había sido mi error pensar que esa relación podría haber funcionado y no sabía como explicarlo. Estaba avergonzada. Sin embargo, antes de convertirme en la más odiada del verano, ocurrió una especie de milagro. Fuimos a pasar todos un fin de semana en la playa y en improvisado partido de fulbito a la orilla del mar, el hombre este no pudo más con su genio y en su afán de meter un gol, le metió tal patada a mi madre que cayó sobre la arena y se quedó coja como una semana. Mi padre, al ayudarla a levantarse, sólo atinó a decir: “penal”, mientras que Christian celebraba su gol dando saltos y gritando como un orate. Pero ahí mismo se acabó el juego porque mi hermana lo mandó a la mierda y todos regresaron atónitos a la casa. En la noche, ocurrió una situación similar, pero esta vez en pleno juego de mesa. Ante la impotencia de no poder ganar, Christian cerró el tablero con fuerza y las piezas de colores salieron disparadas en todas las direcciones. En lugar de disculparse, empezó a decir que los peruanos hacíamos trampa en todo.
De regreso en Lima, hablé con mi madre y creo que algo me entendió, porque no hubo más preguntas, de parte de nadie. Lo que si hubo fue una despedida fría en el aeropuerto y un silente no te quiero volver a ver. No se lo dije, no era necesario, igual no me iba a entender. Además, supongo que él, por otras razones seguro, pensaba lo mismo. Finalmente, en algo estuvimos de acuerdo.
Canción para Christian
Escucha aquí un extracto de “Pesadilla en el parque de atracciones” de Los planetas