Una historia violenta (y verdadera)
TE AMO, PERO TENGO QUE DECIR: NO
El viernes no fui a trabajar porque estaba enferma. El sábado amanecí peor. Sudaba en mi cama, entre despierta y dormida por las pastillas y la fiebre, cuando mi celular comenzó a timbrar. Era un número que no conocía. Igual contesté, aunque por lo general nunca lo hago. Felizmente lo hice. Era una amiga con la que no hablaba hacía mucho. Ella me preguntó qué estaba haciendo. Yo le dije que estaba encerrada en mi habitación con el cuerpo adolorido con una temperatura que oscilaba entre los 38 y 39 grados. Me preguntó si podía visitarme. Por el tono de su voz y su, entre comillas, no importarle mi estado de salud, supe que no era una visita social ni repentinas ganas de verme, sino algo realmente importante. Le dije que la esperaba. Por motivos que entenderán líneas abajo, desde ahora la llamaré Sofía.
Mientras la esperaba pensé que, aunque la quería mucho y me gustaba estar con ella, durante el último año solo había visto a Sofía en alguna reunión en el departamento que compartía con su novio, en alguna fiesta, bar, restaurante o saliendo del cine. Llegó al fin y se sentó al borde de mi cama. Estábamos casi a oscuras porque yo había cerrado las cortinas para poder dormir de día, pues mi noche había sido un infierno. Claro, ésta se convirtió en un paraíso cuando ella se decidió a comenzar a hablar. Cuando me dijo que el miércoles, 14 de noviembre, su novio la había dejado. Asentí, pero me equivoqué al pensar que esa era la razón de su cara triste. Eso no era lo que Sofía venía, ni siquiera, a contar, sino a confesar.
Le era difícil hablar. Me dijo que lo único que le había dicho a su familia y amigos cercanos era que se habían separado; y que quizás mantendría esta versión por siempre. También dijo que no sabía si comenzar por el comienzo o por el final. En ese momento me miró. Yo quise incorporarme, pero con una seña me dijo que me quedara recostada. Entonces comenzó por el principio. Hacía ya bastante tiempo, cuando su convivencia con este hombre recién comenzaba, una noche después del trabajo, había ido a jugar fulbito en un campeonato que la empresa en la que trabajaba organizaba todos los años. Después del partido había tomado unas cervezas con la gente de la oficina en el mismo kiosko del colegio en el que alquilaban las canchas. Cuando regresó a su departamento, no después de las once de la noche, la puerta del dormitorio estaba cerrada y la luz apagada. Así que entró al baño sin hacer ruido, dispuesta a darse una ducha. Cuando de pronto, unos golpes la sobresaltaron. A los golpes, se sumaron los gritos del novio histérico exigiéndole que abriese la puerta. Ella se estaba lavando los dientes y con la pasta en la boca le dijo que espere un segundo. El tipo no pudo esperar por lo visto, porque rompió la puerta a golpes y después la molió a golpes a ella. Primero fueron un par de cachetadas, luego, puñetazos que la tiraron al piso. Luego de patearla, la jalo del pelo y la arrastró hasta la habitación donde la golpeó, mordió y escupió, hasta que se cansó. Y todo esto, en medio de insultos que no voy a repetir, la mayoría frases tan sucias e hirientes, que ni ella ni yo habíamos escuchado jamás.
Estaba tan sorprendida que seguro le hice la única pregunta que ella no quería oír: ¿por qué no te fuiste? No me dejó, fue la respuesta. Sofía me dijo que ella solo lloraba cubriendo su rostro con las manos, no entendía nada y estaba aterrorizada; y que, después de aplacada la ira del sujeto este, lloró él también, le pidió perdón como mil veces y no dejó que se fuera. Sin embargo, como en toda historia de terror, este fue solo el comienzo. La violencia entre ellos continuó por demasiado tiempo. Y ella tuvo un solo cómplice: el silencio. Lo peor de todo es que este energúmeno le había hecho creer que ella tenía la culpa. Le repetía que ella “lo ponía así”. Así que claro, Sofía se sentía también culpable, no solo de tanta humillación y agresión, sino también de haber sido una mala pareja, una mala persona y como si eso fuese poco, de que él la dejase.
Después de escuchar a Sofía, además de estar sorprendida, apenada y sin saber exactamente qué decir, me sentí ridícula por haber escrito hace unos días un post sobre los disfraces que utiliza la gente, cuando ellos detrás de la careta la “pareja perfecta” escondían una problema de agresión sicológica, verbal y física. Yo siempre los había visto contentos, cariñosos, con esa conexión tan especial que más de una vez me hizo envidiarlos.
No había pensado escribir sobre este tema, pero no puedo hacer otra cosa después de haber escuchado la historia de Sofía. Ella no fue solo víctima de un hombre abusivo, cruel e inseguro, que solo por medio de golpes e insultos podía hacer sentir su poder. Fue víctima de sus propios miedos, inseguridades, de la falta de información, del pensar que a uno no le puede pasar una cosa así, del qué dirá un entorno muy chismoso por un lado pero muy “calladito” por el otro, y claro, de perder al hombre que amaba y con el que pensó tener una familia. Gracias a Dios, se fue; eso es lo único bueno que él hizo por ella. Ella aceptó que escribiera sobre esta triste experiencia, no por un afán de venganza. La conozco, ella jamás se vengaría de nadie y yo tampoco aceptaría utilizar este medio para aclares personales de terceros. En lo que las dos coincidimos es que el silencio no es la respuesta al problema. El permanecer callados frente al abuso es el problema. Y es grave. Y en cuanto al sádico personaje ese, no existe temor alguno de represalias, ya comprobó con sus acciones que es un cobarde y los cobardes, sencillamente, no dan la cara.
Solo espero que el daño que él le causó y que ella se hizo a sí misma, no tome mucho en sanar. No sé por qué me han dado ganas de llorar. Me siento impotente. Porque hay heridas que uno no sabe si van a doler por siempre. Sé que en el terreno de la violencia no solo existe una víctima y un victimario; también sé que hay muchas formas de agredir, humillar y maltratar; y por último, sé que esto no tiene nada que ver con que sea uno mujer u hombre, las relaciones de poder no tienen sexo. Se trata de respeto. Por esto, lo único que puedo decir es que a la primera agresión, se dice: NO. Así cueste.
Canción para borrar los malos recuerdos
Escucha aquí un extracto de “Everybody´s gotta learn sometimes ” de Beck