Ya no me gustas tanto
ESAS PEQUEÑAS COSITAS QUE TE SACAN DE QUICIO
Al comienzo de una relación, o de lo que podría convertirse en una, siempre llega el fin de lo que yo llamo “la primavera”. Es escalofriante cuan relativo puede ser el tiempo que dura esta primera etapa, por lo general, idealizada, apasionada e histórica (si la pareja llega a durar en el tiempo será recordada con nostalgia a través de los populares: ¿te acuerdas cuando…?), llena de excitantes primeras citas, esos besos que te hacen estremecer al día siguiente, canciones que te hacen poner cara de tonta/o o ese insoportable verborrea monotemática sobre el/ella que vuelve locos –y en algunos casos, sordos- a los oídos piadosos de los mejores amigos. Todo es perfecto, todo es como siempre debió ser, nada puede ser mejor. Hasta que descubres que esa persona, hasta ese momento, perfecta, no lo es tanto. Mejor dicho, y perdonen la crudeza, no lo es nada.
Una vez le dije a un buen amigo (sus últimas noticias eran que había comenzado a salir con la que el llamó por años “la mujer que había esperado toda mi vida”) en tono de broma, que seguro había desaparecido del mapa porque estaba disfrutando como loco de la estación de la felicidad. Me asombré cuando dijo con voz grave: no, eso se terminó hace rato y, la verdad, duró solo un mes, ahora todo es una mierda. Mierda, pensé yo, metí la pataza. Porque uno asume con la ilusión, casi infantil, de esa nueva juventud que te da el posible inicio de una nueva relación, que esa desbordante y, a veces, ridícula felicidad durará para siempre. Digamos todos a coro: ¡ja! Por una simple razón: cuando conocemos a alguien es ilógico e irracional pensar que todo lo que hay ahí dentro y fuera de esa persona nos va a gustar. Cuando la envoltura del caramelo cae, después de un par de ricas chupadas, encontramos en sabor verdadero. Ni dulce, ni amargo. Es tan solo cómo sabe la realidad.
Y entonces, arranca el desfile de defectos. Seguro cada uno tiene su propio historial. Estos van de lo superficial -que algunas veces no lo es tanto, porque puede llegar a sacar de quicio, y en muchos casos terminar con la ilusión, y la relación incluso- hasta lo esencial. Cuando empecé a frecuentar el departamento que un reciente novio compartía con dos personas más, me di cuenta que no solo le gustaba estar calato conmigo sino frente a ellos también. Con el reparo de no ser demasiado crítica con alguien que no conocía mucho, no dije nada cuando lo vi cortando un pan baguette literalmente en pelotas mientras que hablaba de un partido de fútbol con los otros chicos. Pero señalarlo para que mis amigas vieran con quién salía, desde mi bikini, en una playa no-nudista y verlo jugar paleta calato ya fue demasiado. Todo bien con el nudismo, pero no las 24 horas del día. Le pedí, por favor, que se pusiera algo cuando estuviese conmigo y otras personas a la vez y me dijo que ya. Pasamos ese pequeño escollo pero luego vinieron otros, en serio relevantes, que ya no acepté y le dije chau al exhibicionista.
Bueno, la lista se podría alargar y mucho. Está por ejemplo el chico del water que apestaba a baño de estadio –y que en un esfuerzo por no perdernos le compró una de esas cosas que hacen azul el agua cuando uno jala la cadena-, el que jamás entendió que se ponía unas chompas horribles en verano, el que solo hablaba de sí mismo, el que me decía (cuando engordaba) que una mujer debía ser como una palmera (!), traducción: flaca, alta y con el pelo largo (si estos eran sus requisitos, de los que yo solo cumplía uno, el pelo, no sé cómo pude estar con él tanto tiempo), entre otros.
Algunas veces he aceptado que a los dos nos gustaban las mismas cosas y llegamos a un acuerdo. Fue con el novio al que le gustaba la música -algunas veces demasiado fuerte para mis oídos- y que se quedaba dormido en todas las películas que yo escogía, pero me gustaba demasiado para dejarlo ir. Así que pasamos los dos siguientes años, yo en conciertos hardcore que no me gustaban y el, tomando siestas a mi lado en la sala de cine. Recuerdo con especial cariño una tarde en la que vimos “El olor de la papaya verde” en el Cine Roma, y en el momento en que lloré de emoción (algo que siempre me ocurre en el cine) él, dormido, me secó las lágrimas, me acarició y se quedó seco otra vez. Estuvimos juntos dos muy bonitos años. Si nuestra relación terminó, no fue por alguno de sus defectos o los míos, simplemente el amor se termino para mí (y ese es uno de los misterios que hasta ahora no logro descifrar).
Quizás la clave no sea cambiar uno mismo y ni empeñarse en cambiar al otro, sino tratar de adaptarse. Tolerancia a la diferencia, dijo Fito Paéz en un concierto, pero creo que se refería a la homosexualidad y no a un novio incapaz de bajar la tapa del water. Aún así, veces me he preguntado: ¿por qué soy yo la que tengo que cambiar y no él? Muchas veces para evitar momentos incómodos o largas e inútiles conversaciones, me he quedado callada. Eso jamás solucionó nada, porque las cosas que uno guarda para sí, reaparecen igual y no siempre de una buena manera. Si alguien nos preguntara de modo casual: ¿hay algo que no te gusta de mí? de hecho ahorraríamos horas de malentendidos y discusiones tontas, pero nadie lo hace porque todos creemos que estamos haciendo bien las cosas o no percibimos que a otra persona le pueden sacar de quicio nuestras rutinas, manías o defectos.
Alguien hace poco me enseñó que estar en una relación es un continuo y a veces, agotador, ceder por ambos lados. Si en serio quieres quedarte al lado de esa persona, creo que vale la pena pensar en el otro antes de uno mismo, y si no vale el esfuerzo, es justo también pensar en uno antes que en nadie. Esa es la gran decisión: me quedo o me voy. ¿Me aguanto las ganas de matarlo cuando faltan veinte minutos para que empiece la película y se sigue peinando conmigo en la puerta cartera- al- hombro?, ¿desisto de hacerle un escándalo cuando me “sugiere” que ese polo me queda poco apretado? ¿le perdono que se aburra cuando salimos con mis amigos, pero me exige que salte en un pie cuando estamos con los suyos? o ¿seguimos adelante y tratamos de hacernos felices el uno al otro?
Después de un buen tiempo de haberme soplado cosas que, en un momento futuro no haría ni loca, me he vuelto más exigente. Sé que esto puede sonar y es, un poco arrogante, pero es real. Así como también lo es todo lo que yo cedería, con la persona de la que me enamore como una desquiciada. Sin embargo, por ahora, me quedo lidiando con mis defectos yo solita, es decir, me quedo conmigo, lo que no es fácil tampoco, porque para aceptar que alguien es imperfecto hay que saber reconocer lo imperfecto que es uno mismo, así como lo casi perfecto que uno (o el otro) puede llegar a ser, unas contadas, pero maravillosas veces.
P.D. Este miércoles 23, a las 9 pm, presentaremos la segunda edición de Pregúntale a Alicia, en La habitación de henry spencer. El tema de ésta semana es Ya no quiero estar contigo: ¿Cuál fue la peor forma en que terminaron/terminaste con alguien? Entérate cómo participar.
P.D. 2 Adrián Pereyra Falcón es un niño de 8 años que necesita nuestra ayuda.
Canción para quedarse de todas formas
Escucha aquí un extracto de “Either way” de Wilco
The Knife – “N.Y. Hotel”