El cepillo de dientes y el ¿amor?
LLEGÓ EL MOMENTO DE VENCER EL MIEDO (¿O NO?)
Este es el panorama: has conocido a alguien que te gusta, ha pasado cierto tiempo y quizás pueda pasar a ser algo más, punto. Bueno, lamentablemente, por lo menos para mí, ese punto medio –ése, el terrorífico, tantas veces anhelado, mil veces maldecido, el tan necesario para poder decidir con la mente clara- no existe. En su lugar vienen en desfile: signos de interrogación (varios, mejor dicho, interminables), paréntesis (a veces, ahora no), signos de exclamación (sí, claro, estamos en plena época en la que todo tiene olor a fresco, todo es nuevo, tanto que admito haberme despertado una mañana y reír sola como una orate al recordar los besos de la noche anterior), punto seguido (cuando ese “todo” parece tener una continuación), una optimista coma (cuando aún hay que ver “que pasa”), comita (cuando hay sospechas de que lo que pase después no es lo que queremos, o la certeza de que nunca pasará), o de arranque, un triste –o feliz- y definitivo punto final.
Por más que lo he buscado, nunca he encontrado el punto medio, ese que, supuestamente lo equilibra todo. Cuando ese alguien te empieza a llamar más seguido y sin motivo, cuando las citas se hacen más seguidas, cuando comienzas a desarrollar todo un comportamiento ajeno al habitual, en mi caso: un aumento en el guardarropa para la(s) siguiente(s) cita(s), un cara a cara con la tortura de la depilación con cera, la inclusión del kit de maquillaje de emergencia (yo que no me maquillo usualmente) de manera perpetua en la cartera, las miradas extrañadas en la oficina cuando te ampayan cantando mientras trabajas, una extraña y súbita desaparición del mundo de tus amigos y familiares, y una, no menos sorpresiva, aparición en un mundo de gente, actividades, rutinas y horarios que no conoces. ¡Qué ganas de caminar dando saltos de niña con un algodón de azúcar en la mano!, ¡qué paja sería estar en el colegio otra vez para tener tres meses de vacaciones y tener todo ese tiempo para estar disponible y poder verlo! Pero ese flotar en nubes de colores, no dura mucho. Hay cosas que en una te bajan los pies a la tierra, o mejor dicho, te obligan a decidir dejar tu muy querido, y necesitado, cepillo de dientes en un baño ajeno.
La primera vez que reparé en este tema del territorio del otro, fue cuando yo misma comencé a vivir sola o cuando lo hicieron también un novio que tuve o chicos con los que salí. Creo que uno no se rompe la cabeza mucho por este tema si alguno, o los dos, vive en la casa de los padres y los espacios compartidos son el carro, una combi, un parque, restaurantes, las restringidas visitas a la sala familiar (y las ocultas escapadas al cuarto cuando no hay nadie en casa), el cine, y un larguísimo etcétera.
El día D, o mejor dicho, la noche que lo cambió todo en mi cabeza, fue la salida número cinco, más conocida como la primera vez que me quedé a dormir en la casa del novio austriaco -ese que después se convirtió en el monstruo del lago Ness (felizmente, ninguno de los dos existe ahora, en la historia del las leyendas y en mi vida, respectivamente)- y me di cuenta a media cuadra de su departamento, que no tenía el líquido para quitarme los lentes de contacto. Tuve que gritarle que pare la moto y se lo dije con vergüenza, segura de que abortaríamos la misión. En vez de eso, él siguió su camino, pero hacia una farmacia. Yo, desde mi asiento de copiloto, con un casco amarillo bien feo en la cabeza, lo vi salir del lugar con un bote de líquido para lentes blandos y un cepillo de dientes.
Con una cara de signo de interrogación gigante pregunté: y eso, ¿para qué es?, como si de pronto me hubiese olvidado para qué sirven los cepillos dentales. Él solo se rió y seguimos rumbo a su dirección. No nos habíamos bajado del ascensor, cuando me di cuenta de que no podía más con la curiosidad y le pregunté si ese era un comportamiento anti-hombre “normal”, por lo menos según mi experiencia. Comparé figuritas. Otros chicos me hicieron sentir muchas veces una especie de Alien, la invasora o de Atila con sus huestes invisibles, usurpando sus respectivos espacios; y yo, muy respetuosa jamás leí un papel que no era mío, ni revisé cajones, cuadernos o computadoras. Siempre pedí permiso para usar el baño, para cambiar un CD y jamás de los jamases se me ocurrió aparecerme sin avisar y menos, olvidarme de algo o lo que ya lo que sería terrorífico para los guardianes de sus cavernas, perdón, departamentos: pedir una llave extra.
Ahora que me han ofrecido no solo un espacio para mi propio cepillo de dientes, sino para mí entera con toda mi maleta de cosas materiales y no-materiales, alguien que no piensa que estoy invadiendo su territorio sino que quiere compartirlo conmigo, soy yo la que se niega y prefiere andar como una nómada con el cepillo -y otras cosas necesarias para la supervivencia fuera de casa- en la cartera. Quizás soy una cobarde, a lo mejor todavía es muy pronto para mí, o no lo es y me estoy haciendo bolas por las puras.
Pienso que todo dentro del territorio emocional es un ring de box donde la razón vs. la pasión, emoción, ilusión, o como quieran llamarle, están para mí en el round número dos mil cuarenta y seis. Me encuentro en esos parajes por ahora y tengo que confesar que me está costando mucho deshacerme de viejos temores y costumbres, y poder salir del cuadrilátero con un trofeo y esa batita esa de seda que usan los boxeadores, al mejor estilo Million Dollar Baby.
Sin embargo, quizás no quiero dar el paso que lleva, literalmente, al más allá; quizás por el miedo de recibir un golpe mortal. Porque claro, ¿quién en su sano juicio quiere volver a sufrir? Nadie. Entonces, ¿por qué aventurarse a cruzar el puente que separa una común y corriente, aunque muy bonita ilusión, de un posible enamoramiento? Mi única conclusión es porque mientras ese amor dura, uno se siente de la puta madre.
Quizás todo esto suene tonto, pero para mí es una decisión grande. Porque se trata de mi vida (mejor dicho, de mi corazón). ¿Han pensado ustedes dónde están sus cepillos de dientes o dónde les gustaría que estuviesen? ¿qué dicen, dejo el mío?
Canción para dejar las puertas abiertas (de uno mismo)
Escucha aquí un extracto de “Left your door unlocked” de Harlan T. Bobo
EL CEPILLO DE DIENTES Y EL AMOR (Llegar a este punto es casi tan difícil como llegar a la luna)
ESTE ES EL MAKING OFF DEL VIDEO DE SAN VALENTIN