La aparición del factor Y
¿SE PUEDE QUERER A DOS PERSONAS A LA VEZ?
Desde hace unas semanas, me encuentro haciéndome la misma pregunta varias veces al día: ¿estoy enamorada? No lo hago sólo por la intromisión de conocidos y desconocidos sobre lo que pasa en un terreno que solo me incumbe a mí: los límites de mi corazón, pero que en definitiva me han hecho sentirme presionada a intentar contestar, una y otra vez. Así que decidí responderla, por lo menos a mí misma. Yo no quería. Me había negado. Quizás por no encontrarme segura de que fuese el momento; quizás porque esta vez, o lo que podría ser mi siguiente, por decirlo de alguna manera, enamoramiento, no quiero que sea como los anteriores: abruptos, apasionados, en medio de estremecimientos, ilusión desmedida y algunas literales caídas al vacío; así estos hayan tenido finales felices o no, hoy, prefiero frenar, salirme de la vía rápida y tomarme un tiempo para reflexionar con calma y mayor atención sobre esto del amor, antes de tomar una decisión. Me lo debo a mí, antes que a nadie.
Hoy noto un cambio, jamás fui tan consciente de lo que pasa en mi interior al conocer a alguien. He seguido sus pasos con mayor claridad. La ilusión del comienzo se rompe apenas la realidad hace su entrada en la vida de dos. La pasión a veces no pasa de ser pasión. El amor, ¿cómo hacer para definirlo?
En esas estaba, una noche a solas, sentada en una vereda frente a mi casa -que hace las veces de jardín- (es una calle tranquila, pero igual corro el riesgo de que pase un choro y me arranche el ipod de un tirón, pero no puedo evitarlo, no hay bancas cerca), después de una pelea sucedida de tres días sin noticias y sin querer saber del contrincante, y con un ligero sabor a “esto ya se terminó”, cuando una sombra hizo su aparición en la esquina que da a la avenida. Me acomodé los anteojos. La figura me era conocida, pero a la vez no. ¿Nunca les hablé de él? Creo que no. El que desde ahora llamaré el factor Y, hizo su reaparición en mi vida. Pese a la alegría que me produjo volver a verlo –habían pasado meses, casi un año, desde nuestro truncado por la distancia casi-romance-, poder acariciar su pelo, oler su cuello mientras nos abrazábamos con fuerza y ver su sonrisa otra vez cerca a la mía, pensé: ¿por qué diablos apareciste justo ahora?
Hace mucho, mucho, tiempo atrás estuve en una situación a la que juré no volver jamás. Podría llamarlo de mil formas. Sin embargo, creo que mejor es decir las cosas tal cual, como siempre. Conocí a un chico que me deslumbró. Yo no había conocido a nadie, hasta ese lejano momento, que utilizara la inteligencia y el ingenio como sus mejores armas de seducción. El cuento jamás hubiera tenido un final feliz porque el tipo (me di cuenta poco después) no era inteligente, entre otras cosas; lo que si, era muy hábil para engañar, engatusar y usar toda su maquiavélica creatividad para obtener lo que se proponía: divertirse con las mujeres. Yo, que provenía de una tradicional educación sentimental enamorado-enamorada, caí redondita, y no en un triángulo, sino en un cuadrilátero porque ambos teníamos novio y novia, respectivamente.
Después un tiempo en el que me resistí a establecer una relación con alguien que supuestamente amaba a alguien y de traicionar a quién me quería, me enamoré. De inmediato, terminé con mi novio. Por supuesto, él no, y claro, no me lo dijo. Entonces, entramos en el carrusel del engaño. Mientras que yo le creía las mentiras, al principio, y fingía no hacerlo, después, otra también lo hacía. Ella creía que era su novia, yo también. Pero como toda mentira, no puede durar para siempre. O mejor dicho, tan baja autoestima de mi parte no iba a durar mucho más. Por más que me dolió en ese momento, me quité el parche que me había puesto en los ojos, los tapones que me puse en los oídos para no oír las advertencias y consejos de mis amigos y por último, tuve el valor suficiente para aceptar que ese chico no me quería, reconocer que era un don Juan de poca monta, cortar la relación desde la raíz y mandar al diablo a toda esa historia que tanto mal me hacía. Qué rica fue la sensación de libertad. Qué pajas fueron esos meses de renovada soledad, sin falsas dependencias, sin conflictos, sin más auto-mentiras ni auto- flagelos. Esa vez, la curada de espanto, dije: nunca más. Las relaciones son de dos y punto.
Pero, la gente que dice que nunca hay que decir nunca tiene razón. Ahora, con la sensación de que han pasado mil años de ese arrebato de inexperiencia, de una manera muy diferente, me pasa algo similar. Pero ya no me debato entre irme o quedarme, mi duda es: ¿se puede querer a dos personas al mismo tiempo? Gustar, supongo sí. Pero querer, no lo sé. Y es esta pregunta la que me hace dudar. Si tengo dudas, además de las que ya tenía sobre si podía ser amor lo que empezaba a sentir por el chico de la pelea, se han multiplicado como pop-corn con el inminente aterrizaje en mi aeropuerto emocional del factor Y.
El factor Y, es un chico que conocí el año pasado; poco, pero lo suficiente como para hacer aparecer ilusiones y exaltar emociones profundas. Y ahora, ha vuelto a mi vida. Mejor dicho, volvió a vivir a Lima y esta vez para quedarse. Justo ahora, cuando la relación con alguien con quién estaba saliendo tambalea. En esta vida, al parecer, todo viene junto; y a veces, con una cuota innecesaria de ironía. Dan ganas de decirle al destino que se vaya a reír de su madre. ¿Por qué? Porque, en su momento, yo quería ser la novia de Y. Pero Y, es de esos chicos que te invitan, no a compartir su vida, sino un carrito en una montaña rusa, bonita, desde la que puedes ver paisajes hermosos e inesperados, pero de la que no sabes cuándo podrás bajar, ni si podrás terminar el viaje ilesa. Y digamos que en pocas, pero rápidas montañas rusas ya estuve, y no recuerdo haber salido bien parada, ni con alguien a mi lado.
Mi querido Y, puede decirme que me adora, repetirme lo especial que soy para él, llenar de colores las paredes de un mundo sorprendente e imaginario. Sin embargo, hay algo que me hace desconfiar. Porque Y también dice que su vida está lo suficientemente llena como para incluir a alguien más, pero no deja de llamarme en la madrugadas para decirme algo que nunca se atreve a decir; porque dice que no quiere una novia, pero sí salir a ver qué pasa. Escucharlo, verlo, sería pisar el terreno incierto de la tentación, que claro que me atrae como un imán gigante, igual que sus ojos o el recuerdo de sus besos, pero al que le temo por ser demasiado riesgoso, por lo menos para una chica como yo. Aún así, pienso en él. Extraño el pasado que compartimos. Si estuviera completamente sola, sin nadie más rondando mi mente y mi corazón, ¿lo haría?, ¿qué lo impide: él (el otro) o un cierto grado autoprotección?
Si este es el panorama, ¿cómo puedo sentir que estoy enamorada?, ¿cuál es el amor que hay que seguir?, ¿cuál es el verdadero amor? (¿existe?) Pienso en Y. Pienso en el chico que me está abriendo de par en par su corazón, el que se muere de ganas de ser mi novio. Propuesta que sigo considerando, antes que nada, por mis propias razones. Grandes razones (por lo menos, para mí): buenas y no tan buenas. La realidad asusta porque es real, porque no es perfecta, por que no hay sueños ni fuegos artificiales. Lo que hay es miedo a sufrir otra vez, otra posible e indeseada decepción, los defectos de ambos que se empiezan a asomar en una relación en la que hay que trabajar todos los días. Por otro lado, la realidad es honesta. Puede ser cruel, pero jamás te va a engañar. Está ahí para vivirla, si uno se atreve; a diferencia de la ilusión, a veces traicionera. No es tan simple esto del amor. No es fácil decidir amar a alguien. Porque para estar con alguien, no solo hay que sentirlo, sino decidirlo; y hay que tener un grado de certeza que, por ahora, no tengo.
Como verán soy una frase hecha, un nudo de dudas, una incertidumbre con vestido celeste de mangas blancas. Creo que nunca había apretado la tecla de tantos signos de interrogación seguidos, ni había tenido que pensar en decidir entre dos personas que me estiran la mano para que los siga a caminos diferentes, con un mismo entusiasmo. Ni siquiera sé si es que debo decidir entre ambos, lo que tengo que ser es clara conmigo. Pero por más que trato, no puedo.
De lo único que estoy segura, es que esta o la próxima vez, voy a entregar mi amor. Mi corazón me lo quedo yo. Claro, esto lo digo ahora, pero conociéndome cuando esté enamorada voy a dar mucho más que eso, después de todo, no se puede ir contra la naturaleza; y la mía, ya saben de qué pie cojea.
Canción para hacerse preguntas
“Are you alright” de Lucinda Williams
En esta escena de “Jules et Jim”, este trío sí la pasaba bien (claro, hasta que dos mueren)