Valgo más que una entrada VIP
NO MÁS EXCUSAS, POR FAVOR.
El jueves pasado salí con una amiga a la que no veía desde hacía un tiempo. La verdad no pude elegir una mejor “cita” para esa noche, pues esa larga y divertida conversación me sirvió para poner en claro un punto muy importante (echar cable a tierra o simple salud mental, le dicen): ¿cómo terminaron los últimos minicapítulos de mi vida emocional o mejor dicho, el Sr. Anónimo, el Sr. Control, el Sr. Nueva York, el Sr. Que no me quiso saltar a la yugular y el Sr. Con el que iba a ver a Andrés Calamaro en primera fila?
Dos palabras: falsas excusas.
Aquí va mi versión de los hechos (si después de esto ninguno de estos patas me quiere volver a hablar, aquí y ahora,asumo toda responsabilidad).
El Sr. Al que no le salté a la yugular no ha sido el primero en mi vida en darme una explicación falsa, sin embargo, me dio una excusa que necesitaría unos ocho diccionarios (y bibliografía recomendada) para entender. Si lo analizo racionalmente, no me estaba diciendo nada. Me dio vueltas como a una matraca con argumentos que se ¿contradecían? Por un lado, le gustaba; por otro, no quería perder mi amistad porque le caigo de “puta madre” (¿?), y todo, para terminar con un: cuando te conocí yo estaba en otra con otra y tú en otra con otro. Sí, es verdad, los dos salíamos de dos relaciones (bueno, él de una relación, yo de un error), pero esa tan usada ( y que ya debe tener los símbolos del tarot invisibles de lo manoseados) cartita de la “amistad” no debería ser utilizada solo para entrar en el terreno del agua tibia (nosotros los privilegiados tenemos termas en casa y estoy segura de que la suya funciona muy bien), en el limbo de las relaciones donde todo es gris, en el lugar para no tomar decisiones porque qué “flojera” pensar si quiero o no algo contigo.
Reconozco que después de una larga tanda de ¿qué le pasa a este pata?, lo autoexcusé: claro, quiere ser mi amigo y por eso prefiere “dejar” literalmente los besos (y su etcétera) a un lado. Pero luego, en una repensada nada autoindulgente, me contradije (y felizmente). El que quiere algo contigo, quiere algo contigo y punto, no hay más vueltas que darle a la ruleta del hámster. ¿Para qué demonios seguir jugando al “calienta-cabeza” disfrazado de “el buena onda (tanto que no quiere arruinar una posible amistad)” con alguien con el/la que no quieres ni un agarre? Seamos francos, yo creo que cuando le gustas a alguien y viceversa, la amistad es en lo último que piensas. Tendrías que ser una congeladora graduada en física cuántica y cerrada con cuatro llaves para aguantarte las ganas de arrancarle la ropa a tu “amiga/o”
El Sr. Control se convirtió en el hombre de las mil quinientas excusas: me entendiste mal, yo solo quería conocerte más, no fue mi intención presionarte, lo que pasa es que, tomen aire para esta última, me intimidaste (ja!). Excusas para borrar el pasado y abrirse camino hacia una nueva cita. Felizmente, a mí las cosas con este pata(n) me habían quedado claras desde que me paré de la mesa y me fui, así que “no insultes mi inteligencia” (El Padrino I) y chau.
Martin, más conocido como te-espero-en-Nueva York, también tenía excusas en su bolsillo. Y muchas. Listas para ser lanzadas como misiles y directo al corazón. Muchos me dijeron que, quién sabe, mejor lo hubiera escuchado. Pero, ¿no se han hartado ya de escuchar cosas que no creería el más ingenuo? Yo sí. La verdad es que fue claro que él no iba por mí. Si él hubiera querido algo conmigo, no me hubiera dejado ir o yo me hubiese quedado, pero no fue así. En vez de un interminable recuento de mentiras para quedar bien con la otra persona o con tu conciencia, es mejor aventurarse al camino más corto, el filudo, el más difícil quizás, pero el que te lleva a un buen lugar. En este caso, a mí me permitió terminar con una bonita ilusión y continuar con una tarde soleada en un viaje casi perfecto.
Por último, el Sr. Anónimo desapareció, pero no sin dejar excusas como migas de pan a un hambriento, o mejor dicho, hambrienta. Estoy ocupado, tengo harta chamba, tengo que salir, estoy pasando por un mal momento, me quiero levantar temprano mañana, he quedado con mi mejor amiga, etc. Un tiempo después, lo veía encendido en la ventana del chat y ya no tuve más ganas de hablarle, solo para preguntarle lo único que quería saber. ¿Dónde se quedaron todas esas ganas de salir conmigo?, le preguntó la Caperucita al lobo. Entonces, me citó –fuera de contexto, claro- y me dijo que yo le dije que no quería ser un “agarre” y que eso lo había asustado, porque no estaba seguro de querer una novia. Yo lo paré en seco y le dije “oye, tampoco te dije que quería un novio… ahorita”. Es sencillo. A esas alturas, nadie sabe en lo que el presente se va a convertir después. ¿Para qué tanto bla, bla, bla? Todo para no decir un simple: no me gustas, no me gustas tanto, como me gustas como para… (acá puede ir lo que sea). Esa excusa sí me da un poco de rabia, debe ser por los malos recuerdos: “no quiero una novia”. ¿Y quién quiere a un chico que desde el comienzo de lo que “sea” ya te pone frenos de un Ferrari?
¿Por qué digo que todo se resume a una tanda de estúpidas, absurdas e innecesarias excusas? Porque es mucho más fácil mentir o edulcorar la verdad, que decirla. Habría que aclararle a estas personitas que al escuchar la temible “realidad” el otro no se va a convertir en un monstruo que te arranque la cabeza en ese instante, que las amistades si son verdaderas perseveran, que ser honesto es una señal de respeto y que, de seguro, hará que el otro no lo odie sino que, muy al contrario, aprecie el gesto (así el pequeño, mediano o gran arañón al ego, ilusión o amor, duela). Y tampoco hay que olvidar, yo trato de no olvidarlo, que somos nosotros mismos los que a veces (o muchas) no queremos escuchar, ni saber, la verdad; y no por estar “confundidos”, sino ilusionados.
¿Buenas noticias? Sí las hay. Cuando las excusas se terminan (las suyas y las tuyas), la persona desaparece. Voy a revisar mi listita, a ver si no me olvido de alguien más por quién no vale la pena perder más tiempo.
Ahora que estamos en una extraña época de conciertos, no ha faltado la reaparición de un chico con el que salía antes y con el que iba a ver a Andrés Calamaro. Pero muy pronto, sus renovadas ganas de estar conmigo, se han convertido en mal humor y cierto… ¿desprecio? ¿Quizás porque cuando andábamos juntos la balanza de los sentimientos se iba siempre para su lado? Ya cansada de falsos porqués le pregunté qué diablos pasaba, para mi sorpresa esta vez la excusa no era él (solo en apariencia), sino era yo. Y a un: “me comporto así porque tú eres así” yo le digo NO. Esa excusa significa en castellano: no quiero ser (ojo, no quiero ser) responsable de mis acciones y es más fácil echarte la culpa de que lo nuestro no sea como yo quiero que sea. Es simple, tener la clara conciencia de que así nos convirtamos de pronto en un improbable diablo reencarnado, jamás seremos los encargados de pagar la cuenta de los estados de ánimo, comportamientos y actitudes del otro. Para eso no hay excusa, cada uno es propietario de su interior. Así que, no gracias, yo valgo más que una entrada VIP para ver a Calamaro. Me voy a la cancha (sola y mucho mejor que mal acompañada).
Y ustedes, estimados lectores, ¿hace cuánto que no revisan sus listas?
Canción para no escuchar (creer o invenstarse) más excusas
(y de paso, una breve parada en los ochentas)
La última vez que vi a Calamaro fue en dos conciertos el 4 y 5 de noviembre de 1999 en Barcelona y también fui sola (p.d. la pasé muy bien). Una de mis canciones favoritas de mi segundo disco favorito después del Alta Suciedad: Te quiero igual del Honestidad Brutal (una amable coincidencia).