Después que nos besamos
¿SENSATEZ O EMOCIONES?
Me abroché mirando al suelo esos botones malcriados que se habían salido de su sitio mientras el Chico Tímido y yo nos besamos. Cuando nos pusimos de pie, él cogió de la mesa el libro que yo había ofrecido regalarle. ¿No me lo vas a dedicar? –preguntó. Se lo quité de la mano y con un lápiz, en lugar de una dedicatoria, le anoté los nueve números de mi teléfono. Abrí la puerta y después de un largo beso, se fue.
El jueves por la mañana me desperté con un mensaje de un número desconocido, el suyo, que decía: “Es la mejor dedicatoria que alguien me ha escrito. Que tengas un bonito día, Ali”. Le respondí deseándole lo mismo y la verdad, fue un día muy bonito hasta que llegó la noche. Dicen que los fantasmas llegan con la oscuridad; pues ahí llegaron los míos. Sin otro mensaje a la vista, ni un correo electrónico ni la luz verde de “estoy conectado” encendida en el chat, me fui a dormir. Reprimí mis ganas de coger el aparato ese llamado celular. Después de todo no habían pasado ni 24 horas desde que me dijo entre un beso y otro cuánto le gustaba. Pero como después del primer sorbo de una cerveza heladita en pleno verano (en invierno también, para qué engañarnos), quería más.
Al día siguiente apareció un nuevo un mensaje que decía casi lo mismo que el del día anterior: “Hola Ali, que tengas un bonito día. Un beso.” Esta vez no le respondí.
Llegué a la oficina y no sé por qué una especie de pesar me empezó a invadir, como si las clásicas mariposas se hubiesen convertido de pronto en fastidiosas hormiguitas. Como si hubiera estado en una montaña rusa y ahora pisara tierra firme. Así que hice lo que muchos hacemos cuando no queremos pensar en nada que altere la pacífica convivencia con uno mismo: trabajar como maniáticos. Pero claro, no siempre somos capaces de prevenir esos inevitables asaltos a mano armada de la mente; esos mismos que te devuelven a ese momento de felicidad que las personas impulsivas como yo quisieran volver a repetir lo antes posible. Felizmente la Sra. Razón apareció a hacerme el pare y con justa razón. He salido con una persona, pensé, no con un robot, tiene su vida, sus tiempos. Ya aparecerá, si quiere.
De pronto, volvió a sonar el timbre del celular. Leí el nuevo mensaje del Chico Tímido. En ese momento Valentina y mi nuevo amigo Víctor –tan optimista y cándido como una canción de la hora del lonchecito o tan romántico cortavenas como una de Radio Felicidad (depende del día)– aparecieron en mi oficina con un cargamento de Cua Cua y la bandera rosadita de la ilusión con las gargantas listas para entonar a José José, pedir un aplauso (o una barra de estadio) para el amor y celebrar mi segunda cita con el Chico Tímido. Qué expresión habré tenido puesta que ambos pensaron que había ido todo mal y que no habría una tercera vez con el rey de los chupados.
- ¿Qué pasó? –preguntaron.
Yo les dije con cara de funeral:
- Me acaba de decir para vernos la próxima semana.
- ¡Qué chévere! –exclamó Víctor entusiasmado.
- ¿La próxima semana? –preguntó Valentina con cara de terror.
- Si, la próxima semana –dije recalcando cada sílaba, como quién le da la importancia debida, mirando a Valentina, que parecía ser la única que me entendía.
- No entiendo –prosiguió mi amiga- hoy es viernes.
- ¿Y qué tiene? –dijo Víctor. Valentina lo miró con una clara intención de degollarlo con el borde filudo de la envoltura del chocolate.
- Es VIERNES –le trató de explicar Valentina y luego me preguntó a mí – ¿y te ha dicho por qué no se ven este fin de semana?
- No le he preguntado –dije.
- ¿Por qué? –se le ocurrió decir a Víctor.
- Porque he salido con él solo una vez. No me da para tanto. –le respondí.
Víctor no entendía nada. Valentina contaba con los dedos cuántos días había entre “la” cita y el próximo fin de semana. Mi amigo me hizo dos preguntas. Una, qué tan grave es que un chico te diga para salir dentro de una semana. Dos, qué importa que el día que te lo anuncie sea viernes.
- A ver… tú que eres hombre, dime. Si te gusta una chica y sales con ella, le dices para salir ¿una semana después?
- Pucha, sí. No le veo nada de malo.
- Pero eso ¿no es un indicador de tu interés por ella? –pregunté.
- ¿No cambia nada que sea fin de semana y que los dos tengan tiempo libre para verse? –preguntó Valentina.
- Creo que no. Yo he hecho eso varias veces –dijo Víctor un poco incómodo por las miradas del tribunal de la Santa Inquisición que le echábamos Vale y yo. Pucha- dijo Víctor mirando su Cua Cua aún sin abrir –creo que por eso siempre la ando cagando.
Los tres nos reímos. Las dos abrazamos a Víctor y le dijimos que no estaba cagando nada. Quizás los hombres sí sean de Marte y nosotras por lo visto de Plutón, que ya ni siquiera es considerado planeta; o quién sabe, quizás nuestro amigo Víctor esté más perdido que nosotras en cuestiones de amor. Después seguimos hablando de cine, nuestro segundo tema favorito.
Ese viernes no salí. Fui al chifa de la vuelta de mi casa y pedí un tallarín saltado para llevar. Comí de la caja, bebí dos copas de vino blanco mientras veía una película en el cable que hace años dieron en el cine: “Mi novia Polly”. Comencé a pensar que existen historias de pareja, sin importar que sean buenas o malas, en las que abundan los estereotipos, o como a mí me gusta llamarlos, opuestos que se atraen. Aquí tenemos, entre millones a: Harry y Sally, Annie Hall y Alvy Singer, Shrek y Fiona, la Dama y el Vagabundo, Frankie y Johnny, Ana y Otto, Sid y Nancy (mal ejemplo, estos terminaron muertos), Rhett y Scarlett, y en ese momento en la pantalla de mi televisor a Polly Prince y Reuben Feffer.
Todos estos tienen algo en común: el momento en el que se conocen. Si cada persona o en el caso de las parejas de ficción, cada personaje, tiene una historia, una personalidad, una rutina, un tiempo y conoce a otro que ha tenido una historia bastante distinta, tiene otra personalidad, definitivamente otra rutina y un tiempo propio, ¿quién marca los pasos a seguir?, ¿existen estos pasos?, y de existir ¿hay velocidades para la etapa del flirteo o estas se redefinen con cada nueva relación? Por otro lado, ¿ir lento es sinónimo de garantía de la duración de la relación? y por último ¿son, en efecto, los estados exaltados indicadores del interés que el otro despierta en uno?
Sé que sería más fácil coger el teléfono y así despejar mis dudas en vivo y en directo. Sin embargo, no lo voy a hacer. Quiero dejar que esta vez, la vida transcurra. Así de simple.
Cómo odio a veces que algunas historias como esta no sean la copia de una película tonta con final feliz garantizado; vivir es un poquito más complicado (lo siento, tenía que decirlo).
CANCION PARA QUE LA VIDA TRANSCURRA.
Recuerdo musicalizado de las sensaciones de un miércoles que una mente terca no quiere olvidar.