La boda de mi hermana
El sábado pasado un sueño, como en esos ingenuos cuentos de amor que recuerdo desde que tengo uso de razón, se hizo realidad. Uno similar, casi idéntico, desapareció. Mejor dicho, me dejó en paz porque yo así lo decidí; o si me esfuerzo y trato de explicarlo mejor, soplé fuerte e hice que se fuera.¿Cómo es posible que un mismo sueño se cumpla y desaparezca al mismo tiempo?, ¿cómo así en una noche mi hermana dijo firmemente: “sí quiero” y yo dejé ir esa decisión como factor determinante o culminación de alguna etapa de mi vida?
Parece que el destino tiene un especial sentido del humor, o se trató sólo de una simple coincidencia.
Con cierta frecuencia he ironizado y me he burlado de ciertas convenciones sociales incluidas en la celebración de algunos matrimonios. Me pregunto por ejemplo: ¿por qué las novias se estresan un año entero o más para planear con el más mínimo detalle absolutamente todo, desde el punto de la letra del parte hasta las zapatillas baratas que van a ir con su vestido carísimo para bailar toda la noche?, ¿qué tiene que ver con la unión de dos personas si hay o no una escultura de hielo en forma de copa que tenga mini caños para que la gente se sirva el Apple Martini?, ¿por qué es supuesto día más feliz de sus vidas?, ¿por qué es “su” día?, ¿por qué tengo que celebrar el matrimonio de un pendejo que le saca la vuelta a su novia y a una novia que no es feliz con su ahora esposo, y encima comprarles regalos y mandarme a hacer un vestido carísimo? Muchas veces me he cuestionado: ¿qué estoy pagando con un regalo de bodas, la invitación a una juerga o se trata realmente de una felicitación a dos seres humanos han decidido vivir juntos con la aprobación social, familiar, religiosa, etc.?
Mis múltiples interrogantes pueden seguir “hasta el infinito y más allá” (acabo de ver una maratón de Toy Story, ustedes comprenderán), pero antes tengo una confesión.
¿Quieren saber un secreto que no es muy difícil de adivinar? Yo he querido lo mismo que todas las mujeres que han crecido con el bendito: “y fueron felices para siempre” marcado en la frente. He soñado, hasta hace poco, ser la heroína del cuento, esa, la del vestido blanco (así con los años ha pasado de ser el de La Bella Durmiente a un Alexander McQueen), la que le dice sí a su chico –el hombre que la va a amar hasta que sean viejitos-, la mujer romántica que se ha imaginado bailando “nuestra canción” que por supuesto ha ido cambiando según el novio del momento. Búrlense si quieren. Esa fui yo por bastante tiempo. Ojo, dentro de mi cabeza. Porque eso, era una fantasía.
Las fantasías uno las hace, pero en su cabeza no en la realidad. Las fantasías no existen, por eso son lo que son. Creaciones o recreaciones mentales. Por eso creo que hay tanta mujer esperando ser novia-esposa-madre, como si esperaran el boleto ganador de la lotería de la vida.
Con el hombre equivocado o inclusive sin hombre a la vista, ese tipo de ilusiones o fantasías sin una dosis pertinente razón que nos baje a la realidad de cuando en cuando, solo causan stress y frustración.
Una sola es la razón: ¿y si no llega?, ¿mi cuento no está completo? Es decir: “yo, la heroína, ¿fracasé?”
La otra vez me enteré que una amiga le tiró el anillo de compromiso a su novio cuando “la pidió” a la cara porque era de oro amarillo, no blanco y “¿cómo así se iba a poner algo que no quedaba con el resto de sus joyas?”. ¿Esa es una novia amante e ilusionada?, por favor! Ese tipo de noticias me hacen permanecer reacia a la idea de un final feliz al lado de un hombre como un paso en la vida justo y necesario más que todo para la aceptación social, familiar y créanme, personal (la más importante). Me pasa lo mismo cuando escucho a alguna novia hablar de la torta de cinco pisos o del DJ con más interés del que nunca habló del novio.
Sin embargo, al ser la más fan de la libertad de las demás personas de hacer con su vida lo que les de la gana. Así como yo espero que los demás respeten mis decisiones, yo respeto las ajenas. Más si se trata de una de las personas a las que más quiero en este planeta.
Cuando me enteré que mi hermana se iba a casar, sabía que iba a elegir el más tradicional de los caminos. Yo, más feliz que una lombriz. Iba a estar dispuesta a estar en todas.
La boda de mi hermana coincidió con un momento especial, en el peor sentido de la palabra, de mi propia vida. Luego de varios meses de un profundo trabajo interno que aún no termina, una de las cosas que he luchado por dejar ir es esa fantasía romántica de que la vida comienza y termina con un “si quiero”, de lo que debo ser y empezar a ver con claridad, sin tanto filtro social-cultural-emocional a la persona en la que me estoy convirtiendo.
No es floro barato. Todo este proceso (del que ya les hablaré) ha hecho cambiar cómo veo mi propio futuro. Es más, ahora ni si quiera lo veo. Vivo el presente, acá estoy. Luchando por mirar atrás solo cuando es necesario y adelante, no lo sé, no sé cuando esté lista para hacerlo.
Por eso lloré en la boda de mi hermana, por lo inconmensurablemente feliz que me hace ver su alegría. Juro que nunca la he visto tan contenta. Me conmovió como un electroshock al corazón y chau maquillaje.
Un par de lágrimas, sólo un par, fueron por decirle adiós a esa novia que yo siempre quise ser desde que era chiquita. Sólo un par.
Y solo porque yo vi nacer y crecer a mi hermanita menor, por las tardes en las que me obligaban a llevarla en su cochecito al parque, por la mujer que es hoy esa pequeñita de rulos rubios, por lo tan amigas que somos, porque ella, más que nadie, me enseño a ser una hermana mayor, por las veces en las que yo fui su hermana menor. Solo porque se trata de ella, mi ironía se bloquea, no funciona, y mi falta de esperanza se convierte automáticamente en un deseo honesto de una vida llena de maravillosas experiencias al lado de su esposo.
Solo porque se trata de ella, si creo que ambos serán felices para siempre.
Y para todos los que me preguntaron con cara de terror al enterarse que iba a ir sola (mejor dicho, sin pareja) al matrimonio de mi hermana, les cuento que nunca me he divertido tanto en mi vida y que estuve acompañada mis Jimmy Choo la mitad de la noche y la otra mitad de mis incondicionales Converse blancas. Quince centímetros más chiquita pero baile hasta que se acabó la última canción.
Además tuve a celebres invitados con los que compartí un par de hits: Beetlejuice, El hombre manos de Tijera, Jack (el del Extraño Mundo) y Willy Wonka y hasta un Oompa Loompa. Tim Burton mandó a los personajes favoritos de mi hermana para que nunca se olvide que siempre va a haber una niñita dentro de su corazón. Esa, que es mi engreída.
Con mi hermana ya en la Polinesia, yo me quedo con el hermoso recuerdo de esa noche y ya no hay lágrimas, sólo sonrisas.
Mientras hago realidad un proyecto más que un sueño, seré la heroína de mi vida, no de un cuento mío o ajeno, y viviré de acuerdo a las leyes de mi propio reino. Así será, Alicia en su país.
Para ti Mari, pretty woman, beautiful girl.
Para los dos, con amor.