Los cuarenta son los nuevos treintainueve
Cumplí cuarenta en junio. ¿Suena fuerte?, ¿suena a C-U-A-R-E-N-T-A?, o peor aún a algo como: “¿qué has hecho con tu vida mamita que tienes cuarenta y estas sola como un perro?” Abrí los ojos como todos los días. Eso si, un poco resaqueada por la espontanea fiesta que a mi amiga Carla se le dio por organizar. Sin embargo, todo parecía estar igual. No solo parecía, estaba igual. A lo Monterroso: cuando me desperté, yo misma seguía ahí. Con cara de sueño fui al baño a lavarme la cara y no vi nada nuevo en el frente. No. No amanecí cubierta de canas, no había una arruga nueva. Tampoco tenía escamas, colmillos ni nada que me señalara que me había convertido en un alienígena de la noche a la mañana.
Había encargado que le pusieran a mi torta esas velas gordas y grandes de números. Un cuatro y un cero.
¿En serio estaba orgullosa o solo era una defensa para ocultar mi temor de convertirme en la momia Juanita en el momento menos pensado?
La verdad, ni lo uno ni lo otro. Todo estaba normal, bien, tranquilo.
Pero la realidad esta contaminada, y nosotros también, como el agua, nos contaminamos. ¿De qué? De miedo.
Esa semana tuve que hacer varios trámites.
En la Sunat.:¿Edad? 40 (¿Y si me quedo sola para siempre?)
En la óptica: ¿Edad? 40 (¿y si en serio he desperdiciado mi vida?)
En el censo municipal: ¿Edad? 40 (y si soy una oficialmente una “solterona”?) y para rematarla: ¿está gestando? Qué cara le habré puesto a la señorita que me dijo: “es solo información referencial” (¿Y si nunca tengo hijos?)
Bueno, solo les puedo decir un par de cosas. La edad es un número para trámites, estadísticas y análisis médicos. No es una señal de alerta, no es un banca en la que hay que sentarse obligatoriamente a hacer un balance de lo que has hecho o no, menos un banco para ser juzgada por otros.
¿Por qué temerle?
La edad, ay la edad. Que tal fuente de miedo y prejuicios. Digamos que es una ruedita de hámster para meterle presión y pánico a la gente que no ha querido o no ha podido seguir lo que alguien nos exige (así ese “alguien” seamos nosotros mismos guiados por la señora inseguridad), que no es exclusivo de la base cuatro. Hay chicas que ni tienen ni veinte y ya sienten la presión de cumplirlos, los treinta ni que decirlo, los cuarenta ya es como una especie de edad perdedora, pero déjenme preguntar: ¿en que hemos perdido?, ¿que he perdido yo? ¿amor? Lo tengo, es mas, acá esta a mi lado leyendo una revista, ¿felicidad? Menos. Creo que cada uno es responsable de su felicidad. Y eso no tiene edad.
Si pues, yo no tengo hijos ni marido para justificar mi condición de mujer frente a un puñado de machistas. No digo que tenga de nada de malo tener una familia, simplemente nuestras decisiones nos llevan a donde estamos, lo queramos o no. Las mías me han traído aquí.
Y si me pregunto algo es ¿qué pasó con los nuevos comienzos, con la satisfacción de conocerse uno mismo, de saberse imperfecto, de renovarse cada vez que uno lo necesite? Nadie esta viejo para eso. Todo lo contrario. Si algo he visto y vivido es que la vida no tiene garantías, un día lo tienes todo, al día siguiente lo puedes perder.
Y lo que he aprendido es, a mi manera, seguir adelante. Con 40 o con mil años. Y en mi interior se llama: Correr, cambiar, seguir.
*Si, es una titulo inspirado en el libro “Comer, rezar, amar”. En mi propia versión, estas tres palabras representan mi nueva guía personal para seguir en esto de vivir el presente, dejar atrás el pasado y aprender, siempre aprender.
Esa es la trilogía que les prometí y que escribiré una por una en los post que vienen.
Gracias por la paciencia. Pasé un lindo cumpleaños, gracias por los saludos vía Facebook y Twitter; estos cuarenta años han llegado en uno de los mejores momentos de mi pequeña, accidentada por épocas, pero satisfecha (hasta ahora) vida.
Como dice esta canción, me siento afortunada.