All you need is love
CUARENTA AÑOS DESPUÉS DEL ÚLTIMA DÍA EN EL ESTUDIO DE GRABACIÓN
A “The Beatles” me los presentaron en dibujos animados. Era un miniconcierto de todas las mañanas, por Panamericana Televisión, acompañado de CoolMcCool, de Harry McCool (qué dice Harry) y de la Gata Loca. No me había detenido a escucharlos muy bien. Tenía solo cinco años y cada vez que veía algún disco de ellos le preguntaba a los vendedores si Ringo era tan tonto como parecía.Era un chiquillo observador, atacaba con preguntas porque sentía un delirio por las razones que no explicaban. Avasallaba hasta que algún adulto se sentara a mi costado y me dijera, por ejemplo, que Paul McCartney cantaba “Ebony Ivory” como solista porque ya el grupo se había separado o que John Lennon había hecho un viaje interminable justo cuando yo estaba a punto de cumplir mi primer año.
Fue extraño, pero a uno de mis grupos fetiche los conocí en reversa. Retrocediendo escenas, reconstruyendo lo que no pude vivir. Yo los escuché veinteañeros pero me los encontré casi en base cinco. Uno de los vendedores, que me encontré por esos años, no solo me explicó que Ringo no era un lornaza sino que además era un talentoso baterista. También me dijo que los habían recuperado en dibujos animados porque “The Beatles” era el mejor grupo musical de la historia. Nunca olvidaré cuándo escuché eso.
No tengo voz para cantar ni en primera ni en segunda voz. Toco la guitarra muy mal. Pero algo de mí es muy musical. Me gusta mucho escuchar y escribir canciones (las que te escribí y nunca te entregué). Por eso siento que esa afirmación del vendedor despertó una rara curiosidad en mí. Estaban lejos de mi época pero tenía que irlos a buscar. En los años ochenta, mis amigos escuchaban “Ylarié” de Xuxa y yo grababa en un viejo caset Maxell “She loves you” y “Please please me”. Ellos usaban raya al medio como niños del bien, yo me despeinaba para jugar a ser John (o Paul).
A los 12 años, ya en secundaria, pedía en el colegio que aprendamos sus canciones y así estimular nuestro alicaído inglés. Y me hicieron caso. Me sentía muy cómodo escuchando las canciones de “The Beatles”. Por esos años, el Perú moría por culpa de un coche bomba diario. La selección (tal cual ocurre hoy) perdía con todos en el fútbol y yo discutía con mis padres por mi ausencia de peinado en mi desordenada cabeza. Porque los niños se peinan, porque un niño acólito no agarra una guitarra eléctrica. Quería ser músico y me cortaron las piernas (como al Diego).
Si no iba a ser músico me quedaba la medicina veterinaria. Porque yo amo a los animales, me conmuevo con perros abandonados, defiendo a los toros (y pienso que quienes aman la tauromaquia se dejaron tragar por el pantano de la idiotez) y no le tengo miedo a ningún felino (así sea cósmico). No tenía otra opción (y aquí viene lo importante y lo mejor). Pero en las clases de Ciencias Naturales me negué a cortarle el estómago a una rana y me dije “¿Y ahora?”. Fue entonces que comprando un caset original de “The Beatles” me encontré con una dimensión desconocida.
Digo, y repito, que soy musical, porque no puedo escribir nada si no escucho música por lo menos una media hora antes de sentarme a cerrar un texto. Y en 1995 me acompañaron “The Beatles”. Supe que quería dedicarme a esto cuando participé de un concurso de ensayos sobre la marginación de la Amazonía. ¿Qué tienen que ver Paul, John, George y Ringo? Muy simple, yo no quería escribir y me tiré a mi cama a escuchar música, a escuchar mi caset de grandes éxitos de “The Beatles”, en mi walkman deportivo amarillo. Pocas cosas las recuerdo tan bien. Sonó “Ticket to ride”. Y entonces sucedió.
De pronto me sentí festivo, inspirado y con ganas de demostrarle al mundo que algo estaba pasando. Puse el volumen más alto y terminé el texto muy rápido. Lo volví a leer, lo reescribí (cuando redactas en una máquina de escribir Olivetti no existe el Delete) y lo entregué. Aquella vez mi texto ganó el concurso y desde allí no me detuve: seguí escribiendo e intentándolo, siempre con “The Beatles” como banda sonora.
Hoy puedo presumir que tengo toda la discografía de “The Beatles”. Algunas canciones en caset, otras en discos de vinilo, otras en discos compactos originales y otras en mi PC. Colecciono algunos muñecos de los cuatro de Liverpool (Quilca es la voz), tengo DVD, tres libros con biografías y dos pósters gigantes. He regalado cuadros de “The Beatles” a las personas que encabezan mi colección de accidentes afectivos. Yo también quise ser el quinto Beatle.
Siento que cuando escuché “Ticket to ride” comenzó mi verdadera vida y eso siempre estará. Después me encariñé con muchas canciones. Algunas repetidísimas como “Hey Jude” y otras menos comerciales como “Black Bird” o “Anna”. Una vez me enamoré, y en un intento de entregarle eternidad al alma que me acompañaba por esos días, le dije (pensándola mía para siempre) que yo iba a morir primero y que antes de cremarme por los parlantes debía sonar “In my life”. Ella lo anotó y al irse se llevó mi principal deseo. Por eso ya saben, es esa canción y después podrán olvidarse de mí.
Me gusta “In my life” porque me regala la paz que no tengo y porque es una buena prueba que “The Beatles” tuvo como soportes principales a dos voces que al unirse hacen el mejor juego de voces que conozca (Paul y John, y viceversa). Era aún adolescente cuando escuché que John Lennon, al casarse con Yoko, había acelerado la separación del grupo. Me demoré en quererlo por eso, preferí a Paul por mucho tiempo, cantaba sus canciones, decía que McCartney era el mejor de los cuatro. Ya con mayoría de edad, ya en la universidad, me di cuenta que el talento era Paul pero la genialidad estaba en John. McCartney siempre será el virtuoso. Lennon simplemente estaba loco. Y la locura gana.
A los veinte años había equilibrado mi escala de valores con las dos cabezas del mejor grupo (como lo dijo el vendedor). Poco después escuché “Something” de George Harrison y allí lo entendí todo. Si ese joven monstruo era el tercero de la lista, era obvio que a pesar de 40 años de ausencia “The Beatles” siga confirmándose como insuperable.
Algo de mí se conmueve cada vez que recuerdo la fecha de la muerte de Lennon. Murió el mismo en el que yo nací. No era justo. Maldita seas bala perdida, maldito el exceso, el desvarío, el deseo de convertirse en un Dios asesinando a un ángel caído. George tampoco quiso esperar y se fue inventando arpegios imposibles. Ahora quedan dos. Estuve a ocho días de ver en vivo a Paul en Israel pero tuve que regresar porque cada día en Tel Aviv era casi la bolsa de un mes en Lima. Algún día, aún tenemos tiempo. Ringo también sigue, sin ínfulas de nada, asumiendo su condición de cuarta leyenda. Él también se hizo eterno. Los dibujos animados también se equivocan. El hombre que tocaba la batería tirando la cabeza hacia un lado (y hacia el otro) llegó en el momento y lugar indicado. No había forma de que sea muy tonto. No había forma.
¿Cuál es tu canción favorita de “The Beatles”? ¿John o Paul? ¿Qué recuerdos de traen las canciones de los cuatro de Liverpool?
La palabra es de ustedes
MINIESPECIAL DE “LOS BEATLES” PARA EXTRAÑARLOS UN POQUITO MÁS
["Ticket to ride"... para comenzar]
["In my life"... para decir chau]
["Hey Jude"... para recordar]
["We can work it out"... para motivarse]
["Something"... la canción de George]
["With A Little Help From My Friends"... porque Ringo también cantaba]