Bala(da) perdida
Un triste posteo de desamor para que recibas el 14 de febrero con el corazón partido.
Subí las escaleras de la discoteca muy despacio. Tenía que despejar el camino con apuro pero sin sobresalto. Dribleaba, casi como si fuera un Lionel Messi noventero, a todos los amigos que no querían que mi imberbe corazón se embriague con el veneno del desencanto. Acabé mi prueba de obstáculos más bizarra como disciplinado atleta y entré al salón de baile. Tenía 15 años y era un adolescente que se imaginaba entregando “las doce rosas que significan vuelve” o que cantaban serenatas como Christian Castro en el video de “Yo quería”. Tenía 15 años y me dormía escuchando en mi walkman Sony amarillo “No pensé que era amor” de Pedro Suárez y “Parte de este juego” de Gianmarco. Era un chico bueno. Sí pues, era. Antes de abrir la puerta ya quería llorar como un bebé pero tuve dignidad. Allí estaba ella. Bailaba “Love Hurts” de Nazareth con un jovenzuelo tres años mayor que yo. La conquistó con el viejo truco de “yo sí tengo DNI”. No solo bailaban. También se estaban besando. Era una fiesta de verano, una fiesta de 14 de febrero. Hace 17 años. Cancelé el pedido de flores, tiré a la basura mi cassette de baladas 1995. Me senté a un lado de la fiesta y mientras tomaba una de las primeras cervezas de mi vida me prometí que esa historia jamás se iba a repetir.
Hace un par de años fui al cine a ver una película de nombre “Conviviendo con mi ex”. En aquella producción aparecía un individuo que después de un desbarranco sentimental se convirtió en un carrito chocón. Le rompieron el corazón cuando apenas aprendía a respirar y eso lo blindó. El varón de la cinta transitaba de relación en relación con una armadura más efectiva que las usadas por los Caballeros del Zodiaco. Invulnerable. Fuerte. Perdió la esencia y la pasión. Solo pudo recuperarlas cuando hizo la regresión hasta la primera caída. Hasta el primer KO. Solo allí, este muchacho retrocedió unos metros y sintió otra vez el golpe. Y en medio de esa herida que seguía intacta miró su rostro más honesto. Cayó al suelo, le contaron hasta diez. Pero ya estaba listo (ahora sí) para volver a comenzar.
Es difícil retroceder con precisión hasta el día del primer “Big Bang” de tu corazón. El momento de tu debutante gran explosión en el medio del sistema cardiorespiratorio. Este post está dedicado a tu primer tropezón afectivo. Aún recuerdo como fue el mío. He tratado de definirlo, incluso lo he conversado con quienes nos une una experiencia similar. Dicen que se aceleran los latidos como si ese aparato de funciones vitales vibrara anunciando un imprevisto estallido. Dicen que allí al centro del pecho la circulación de la sangre llega a un repentino estado de ebullición. Quema. Miras hacia un lado, hacia el otro, tratando de obstruirlo el paso a la primera lágrima que quiere recorrer las riberas de tus rasgos faciales. Caminas sin dirección. Te haces preguntas. Sigue quemando. Tomas un autobús. Te vas. Regresas. Lloras de nuevo. Te condenas. Te vas de nuevo. Y así setenta veces siete.
Ese día que te encontré bailando “Love Hurts” con otro te odié con odio adolescente. Y los adolescentes no odian por piedad. Lo hacen sin medida ni clemencia, pero sin olvido. Ese golpe dolió. Si nunca te lo dije, pues aquí está mi declaración de guerra con abrumador retraso. Dolió por ser también un sentimiento desconocido, por haber resquebrajado los virginales cimientos de mi casi púber felicidad. Como lo dijo la gran filósofa de los años noventa, la gran Bibi Gaytán: chubidubidaum chubidadaum, qué triste es el primer adiós.
Me preguntan cuál es el secreto para escribir hasta con ironía sobre momentos como esto, me dicen cómo hago para decir las cosas por su nombre sin desarmarme como emo. Pues porque también regresé a ese cuadrilátero donde me venció la fuerza del cariño. Recordé que me noquearon pero volví al ruedo como el más picón de los retadores. Y con un gancho al hígado al pasado recuperé el cinturón de campeón mundial de mi presente. Así juega, Perú.
Fue cursi, soy cursi y seré cursi. Dice Joaquín Sabina que la cursilería es la ventana abierta para encontrarse con la plenitud creativa. Diré que merezco la excomulgación por haber dedicado una canción de Jean Paul Strauss. Tan imperdonable pecado. He coleccionado canciones desesperadas y las grabé en un cassette marca Maxell en tiempos donde no existía el Youtube. Por eso escribo otra vez en un 14 de febrero. No me gusta caer en la posición de Grinch en una fecha donde muchos otros son felices a su manera. Pienso que cualquier pretexto es válido para querer más o lo que ya fue querido. Los que reniegan quizá son los mismos que se niegan a subir al cuadrilátero otra vez. En estos desencuentros del corazón no hay peleadores invictos. En este texto quise tratar de explicarlo. Tuve una pelea perdida. Y seguro tú también. Hay que seguir. Tercos, con los guantes listos y el protector bien puesto. Hay baladas que golpean tan fuerte como Cassius Clay, hay otras que circulan en mi mente como cortometrajes que nunca tendrán final feliz. Eso sí, también están las otras. Las apasionadas y con amor explícito, aquellas que en días como hoy debes dedicar. Levántate, Lázaro. No seas cobarde. Boxéale al Grinch interior. Gánale por KO y deja chiquitos al Profesor Jirafales con Doña Florinda.
¿Y a ti con qué canción te rompieron el corazón? Comencemos con la lista. Prohibido llorar.
["De todo lo mío, lo mío es más" de Jean Paul Strauss. La balada más cursi que debo haber dedicado en mis treintaitantos años de vida que tengo]
["When you're gone" de los Cranberries. Soundtrack de mi último año del colegio]
["Love hurts" de Nazareth. Canción feeling y desgarrada, sin fecha de caducidad]
["When a man loves a woman" de Percy Sledge. Un clásico, del soundtrack de "Los años maravillosos"]
["We've got tonight" de Bob Seger. Otra balada con sentimiento "kevinarnoldiano"]
EJN en Facebook y Twitter: ¿Les parece bien si también nos encontramos en el Facebook? ¿O en la cuenta de Twitter @jovennostalgico ? Pues nos vemos por allí. Un abrazo.