Pepe y Lola Vilar en el recuerdo
José y Lola Vilar no solo tenían en común ser hermanos. Por sus venas corría una pasión por el teatro que los hizo sobrevivir, entre otras peripecias, a la guerra civil española. La conflagración los hizo abandonar la península en su juventud y luego de recorrer Sudamérica, llegar a la lejana capital peruana para hacer lo que más querían: subir a un escenario y recibir aplausos.
Lima fue también el escenario de sus últimas funciones. Pepe Vilar fue el primero en salir de escena: falleció el 8 de agosto de 1985 . Leonardo Torres Descalzi, su cuñado, recuerda: “Lola estuvo con Pepe en todo momento en su casa de La Planicie. Cuando murió, ella tomó en brazos a su hermano y echó a llorar. En silencio, yo la tomé a ella y le di todas mis fuerzas”.
Las lágrimas que Lola derramó por su hermano no detuvieron la función de esa misma noche. En efecto, el maquillaje fue el mejor aliado para que María de los Dolores Vilar Porcel ocultara su pesar y saliera a la tarima a seguir con su temporada teatral.
La actriz sabía que ese era el mejor homenaje para el hombre que en 1958 había llegado a Lima como el galán de una compañía española. Unas cuantas semanas le bastaron para hacer amigos e imaginar que aquí podría hacer el mejor teatro. Su instinto no le falló: en la década del 70, obras como “La tercera palabra” o “La corbata” le permitieron escuchar interminables aplausos.
A principio de la década del ochenta, la televisión había encontrado un lugar en todos los hogares limeños. Pepe, consciente de esto, decidió masificar la platea, y tomó la sala del entonces Teatro Arequipa para transmitir desde allí “Teatro como en el teatro”.
El adiós de Lola
Contundente y con la agudeza heredada de su madre, Leonardo Torres Vilar recuerda que Lola, ante todo, fue una mujer de teatro: “Mi madre dedicó su vida a las tablas. Su legado la respalda, tuvo grandes y exitosas temporadas”, afirma.
Torres Vilar rescata de su memoria la incredulidad que lo embargó el 19 de agosto del 2000, cuando mientras estaba en clases en la Academia de Arte Dramático de Nueva York recibió la noticia de la muerte de Lola por una llamada telefónica.
Al llegar a Lima, ver a tanta gente importante o desconocida rodear su féretro, frente a un telón teatral a medio levantar, le reveló la importancia de su madre y el cariño que todo un pueblo le profesaba desde 1963, cuando la actriz llegó a Lima.
Si bien Lola arribó a esta tierra convocada por su hermano para grabar una telenovela, fue en el teatro donde desplegó toda su gracia. Junto con su inseparable esposo fundó su compañía en 1971 y hasta mediados de la década del 90 el telón se levantó cientos de veces.
Juntos pasaron por los gloriosos inicios en la Sala Alzedo y el teatro Entre Nous del Centro de Lima, la migración de la movida teatral a Miraflores y el terror de escuchar una bomba en medio de una función durante la década del ochenta. “La mal querida”, “Vamos a contar mentiras” y “Hello Dolly”, entre otras obras, dejaron su huella en la historia del teatro nacional.
Mientras Lola entregaba el alma todas las noches en el escenario, su cuerpo empezaba a rendirse. La actriz de 69 años padecía de una enfermedad renal que se complicó con diabetes e hipertensión. “A mitad de los 90, ya estaba cansada. Era fuerte, de niña sufrió la guerra civil y estuvo a punto de morir quemada en un accidente en un teatro.
En Cuba, con el inicio de la revolución, tuvo que abandonar la isla y dejar todo lo que había ganado como artista”, comenta Torres Descalzi, quien durante la fría madrugada del 19 de agosto del 2000 la tomó en brazos para abrigarla como ella le había pedido, sin darse cuenta de que la estaba perdiendo.
(Dick Cáceres)
Fotos: Archivo Histórico El Comercio