Trotsky: El fatal destino de un revolucionario
“Siento que esto es el fin. Esta vez lo han logrado”, musitó, malherido, el revolucionario ruso Lev Davidovich Bronstein, también conocido como León Trotsky. Había sufrido una brutal agresión; mortífera, en este caso. Apenas podía mantenerse en pie. Era la tarde del 20 de agosto de 1940…
Su esposa, Natalia Sedova, lo atendió presurosamente para detener la hemorragia. Le puso hielo en la herida y le limpió la cara. Mientras tanto, Jaime Ramón Mercader del Río, el hombre que minutos antes había perforado la cabeza del líder bolchevique con un piolet, recibía una inmisericorde golpiza de los guardias que custodiaban la casa en la que Trotsky vivió como exiliado. Veintiséis horas después del atentado, uno de los artífices de la revolución rusa dejaba de existir.
Han pasado ya 70 años desde que ocurrió este trágico crimen, y la enigmática figura de Trotsky no ha perdido ese brillo histórico que solo poseen los grandes hombres de nuestra era. Por el contrario, innumerables libros, ensayos, artículos periodísticos y biografías se han escrito en torno al hombre que, en 1917, protagonizó, junto con Vladimir Lenin, la Revolución de Octubre, suceso que marcó el ascenso de los bolcheviques al poder, y puso fin al régimen autocrático de los zares.
Ramón Mercader —un comunista captado y entrenado por el departamento gubernamental soviético (NKVD) para cumplir operaciones de espionaje e inteligencia— decidió acabar con la vida de Trotsky por órdenes del dictador soviético Joseph Stalin, quien, desde los años veinte, venía desatando una encarnizada persecución contra todos sus opositores políticos.
El Comercio, en su edición de la mañana del 22 de agosto de 1940, informó ampliamente sobre el asesinato que había conmocionado al mundo entero. La noticia, enviada a través de la agencia periodística United Press, decía: “A las 7 y 23 p.m. dejó de existir León Trotsky en el Hospital de la Cruz Verde como resultado de las heridas que le infiriera un hombre a quien se creía su amigo íntimo”.
Líneas abajo, en esa misma página, un periodista cuenta en qué situación se encontraba el fundador del Ejército Rojo mientras recibía atención médica: “Los médicos creen que el caso de Trotsky es desesperado, pues tiene el cerebro atravesado por el golpe de pico que le fue asestado anoche en su villa de Coyoacán (una localidad al sur de Ciudad de México).”
“En forma regular se le administra oxígeno y en algunos momentos Trotsky recuperó el conocimiento y conversó con su esposa que no se apartaba de su lecho, pero hay instantes en que parece que este segundo atentado contra su vida […] va a tener éxito”, concluía la información.
Días después, Trotsky era velado en la funeraria Alcázar de esa misma ciudad. Lo despidieron 250 mil personas. Sus restos yacen enterrados en el que fue su último refugio, hoy sede del Museo Casa León Trotsky.
Sólido legado
Trotsky, además de inquebrantable luchador social, fue un agudo analista de su tiempo. Entre sus principales aportes (solo por mencionar dos) destacan: la teoría de la revolución permanente, y su crítica a la burocracia soviética y al estalinismo. Sobre este punto, en una carta dirigida en 1929 a los obreros rusos, escribió: “La persecución rabiosa, las calumnias deshonestas y la represión del gobierno no podrán disminuir nuestra lealtad para con la Revolución de Octubre y el partido internacional de Lenin. Seguiremos fieles a ambos hasta el fin, en la cárcel estalinista y en el exilio”.
Por esos años la vena literaria de Trotsky era evidente. Sus obras cumbres, entre las que se encuentran La revolución rusa (dos tomos, de 1929 a 1932), Mi vida (1930) y La revolución permanente (1930), son una clara muestra de su culto a la prosa.
Julio Ramón Ribeyro, uno de los escritores más importantes de la literatura peruana e hispanoamericana, le dijo a su hermano en una carta de 1968: “Estoy devorando la Historia de la revolución rusa de Trotsky, que encuentro admirable. Como escritor, Trotsky me parece mil veces superior a Lenin, más elegante, penetrante y fino. Su retrato del zar Nicolás II es de antología”.
El trotskismo, de otro lado, tampoco estuvo ausente a las tendencias ideológicas locales. Según el libro “El marxismo en América Latina: antología desde 1909 hasta nuestros días”, escrito por Michael Löwy, Hugo Blanco, político de izquierda que presidió el Partido Revolucionario de Trabajadores (PTR), fue un militante trotskista que, de 1961 a 1963, “lideró uno de los mayores movimientos campesinos de masa en la historia reciente del continente”.
Asimismo, es de resaltar el trabajo del historiador peruano Gabriel García Higueras, quien en el 2005 publicó un conjunto de ensayos dedicados a la vida y obra de León Trotsky. Su obra, Trotsky en el espejo de la historia, es posiblemente uno de los estudios más exhaustivos.
La influencia de Trotsky trascendió el papel y llegó también a las pantallas de cine. En el 2009 se filmó “The Trotsky”, una comedia canadiense que relata las peripecias de un adolescente que cree ser la reencarnación del líder revolucionario. A esto se le suman los muchos homenajes que se realizan en su nombre, y de instituciones como el Centro de Estudios, Investigaciones y Publicaciones “León Trotsky” (CEIP), que buscan difundir su pensamiento.
Su legado crece y se revitaliza con el paso del tiempo. Si bien la vida de Lev Davidovich Bronstein se extinguió hace siete décadas, su espíritu, batallador y siniestro, no ha podido todavía ser aplacado.
(Carlos Franco Fernández)
Fotos: Archivo Histórico El Comercio