Las siete décadas del Káiser
Franz Beckenbauer, el señor del fútbol bien jugado, nació el 11 de setiembre de 1945 y llega a los 70 años con una hoja de vida envidiable y lleno de gloria: respetado por los amantes del balompié, reconocido por su país y con el galardón de ser presidente honorario de su querido Bayern Munich.
Beckenbauer era la imagen del capitán que moría en el campo de batalla con su equipo al hombro, sin soltar la bandera. Es legendaria una postal única, durante el memorable partido de semifinales en la Copa del Mundo de México 1970, ante Italia, donde con el brazo vendado decidió comandar a los suyos hasta el final en pos de un triunfo que hubiera sido histórico. El suplementario más emocionante en la historia de los mundiales lo coronó como un grande.
Actualmente el reglamento lo hubiera prohibido, pero en aquel mundial los médicos le colocaron un cabestrillo para que continuará jugando, y así lo hizo durante 30 interminables minutos. “El problema era que no podían sustituirme. Habíamos hecho los dos cambios”, contó alguna vez el emblemático futbolista.
En el Perú, el Káiser paseó sus bondades futbolísticas, aunque también padeció de los regates de un par de endiablados delanteros: Teófilo Cubillas y Hugo Sotil. El 7 de enero de 1971 Beckenbauer formó parte del equipo del Bayer Munich que perdió en Lima 4 a 1 ante el combinado Alianza-Municipal, donde brillaron el “nene” y el “cholo”.
El alemán desplegó sus bondades futbolísticas por tres mundiales: 1966, 1970 y 1974, donde levanta la Copa del Mundo. Su peregrinaje por las canchas lo convierte en un trajinado y cerebral líbero, ese nuevo puesto que nació por la inevitable evolución del fútbol. Franz tenía la velocidad y el arranque para desprenderse de las posiciones de retaguardia, y lo hacía con elegancia e inteligencia.
El alemán que jugaba con la pulcritud de un caballero antiguo, fue un adelantado para su época; convirtió al defensa clásico de área en un jugador clave para iniciar una ofensiva cargada de sorpresa. Le arrebató a los volantes de ataque, en muchas ocasiones, la posibilidad de crear, y poniendo sobre el gras de las canchas talento y eficacia, dio forma a un nuevo actor en la pizarra táctica de cualquier entrenador.
Su revolución fue la bisagra que permitió el paso de la década de los sesenta a la de los setenta con una innovación funcional que luego abrió otras puertas, como la que nos mostró la mágica naranja mecánica de los holandeses, justamente en el mundial de Alemania en 1974. Podría decirse sin temor a fallar que Franz Beckenbauer hubiera encajado con excelsa prolijidad en ese ingenio de perfección que fue el equipo revolucionario de Rinus Michel.
(Miguel Angel García Medina)
Foto: Agencias