Gracias, don Ramón
Ramón García es uno de esos hombres que parecen venidos de otros tiempos. De mirada transparente, andar pausado y maneras caballerosas, parece como si la rudeza de trabajar la tierra durante 60 años hubiera tenido en él un efecto inverso. No hay duda: Ramón es un hombre de sangre elegante.
Don Ramón y su nieta.
Su fundo San Pedro no es grande, solo tiene tres hectáreas. Es el típico ejemplo de uno de los cientos de miles de pequeños agricultores del Perú. Aquellos que representan a la última trinchera de nuestra biodiversidad. Aquellos que, con su trabajo diario, dan vida a nuestra hermosa gastronomía, cosechando cientos de productos diferentes, en todos los rincones y climas del Perú, a partir de una relación casi mágica de respeto y dialogo entre su trabajo y la naturaleza. Porque ellos, más que nadie, saben escucharla, respetarla y sacar lo mejor de ella sin necesidad de avasallarla.Como Ramón, el pequeño agricultor peruano, observa su entorno, escucha al viento, saborea la tierra. Y es a partir de esa reflexión que actúa en consecuencia, siempre pensando en el futuro antes que el presente. Siempre entendiendo sus vidas no como un fin, sino como un medio para alcanzar logros mayores.
Logros como los que Ramón y la comunidad a la que pertenece alcanzaron cuando decidieron apostar por convertirse en agricultores orgánicos certificados. Allí, en el corazón del valle de San Lorenzo, hoy Ramón y sus huestes empiezan a cosechar los frutos de una revolución que iniciaron hace cinco años y que hoy les permite, con sus paltas, sus mangos y limones, obtener el doble de ingresos que antes, mientras le dan más vida, conservan y protegen el valle. Un círculo virtuoso por donde se le mire.
Los retos aún son grandes. El valle vive en constante amenaza por la pequeña minería informal, la más destructiva de todas. El Estado aún no tiene una política definida que promueva esta pequeña agricultura con altísimo valor agregado, precios oscilantes en abundancia y carencia, y con un mercado mundial que, gracias a nuestra gastronomía, recién comienza a valorar nuestros limones.
Pero es solo eso: retos, batallas que la comunidad sabrá enfrentar con la certeza de sentirse –además- soldados de las alegrías más profundas de los peruanos. Aquellas que aparecen cuando comemos un cebiche o nos tomamos un pisco sour.
Porque eso es algo que ningún peruano puede olvidar. Que gracias al trabajo diario de los agricultores del valle de San Lorenzo, y de los otros valles que dan vida al exclusivo limón peruano, es que podemos disfrutar los millones de cebiches y piscos sour que comemos y bebemos año tras año.
Comunidad de productores de limón.
Es gracias a esas manos curtidas de honor, a esos rostros eternamente bronceados por el sol del campo, a esas almas entregadas a darle vida y calidad a nuestro limón, que los cocineros peruanos podemos ir seguros por el mundo mostrando las bondades de dos de nuestros productos bandera más poderosos y atractivos.
Y es por ellos que todos los peruanos podemos, gracias a los poderes del cebiche, sazonar los retos y dificultades de nuestras vidas con hermosos momentos de placer.
Gracias, don Ramón; gracias, agricultores del Perú. Por ustedes, hoy los peruanos podemos disfrutar, podemos brindar, podemos codearnos con la felicidad.