El antagonista
Mientras bocetaba en un papel las claves del conflicto de mi novela traté de revisar todas mis batallas personales. Según las pautas del taller los recovecos personales de la memoria sirven y la novela es un rompecabezas sutil que reúne en todas sus piezas nuestras propias experiencias.
Reconocí en Matilde a L. En Don Isidoro a M. En Rudecindo a T. En Genoveva Pardouz vi los malhumores encrespados de mi abuela Isa. En Giacomo Marinelli estaba mi abuelo materno, el alegre genovés que se hizo osadamente a la vida peruana. Martina encarnaba a mi dulce abuela María, que como yo en mi infancia, cortaba artículos de los diarios para pegarlos en hojas de papel. Me heredó varios tomos. Era una mujer a la antigua que quiso ser periodista, pero que se redujo a una cercada vida de hogar, sin más panorama que el de sus sueños. Fue de ella que adquirí la avidez por publicar artículos en los diarios y quizás por su ejemplar amor a las columnas (que ella solo leía), que me hice a la vida del columnismo, como escritor de columnas más que como lector. Publicaba una columna desde mis últimos años de Derecho (porque el periodismo era mi pasión como lo es la literatura).
Había más personajes reconocibles, algunos críticos literarios y uno que otro escritor, dado que la historia complementaria era, es, sobre el círculo literario, el ombligo del mundo en la mismísima Lima. Sí, porque en este Olimpo vago hay quien cree que más allá de Lima, como más allá del mar solo existen los monstruos, como en las primeras cartografías.
¿Y el protagonista de “La danza del fuego”? ¿Y el antagonista? El personaje central soy yo, desde luego, el poeta que confronta con los límites de una ciudad de espanto y miseria moral. El enemigo es un sujeto que me persigue y que se ensaña. No revelaré la razón.En aquella razón reside el eje de mi creación.
El profesor X no me augura mucha fortuna. No será como “Contarlo todo” de Jeremías Gamboa, ni me abrirán los brazos los habitantes de esta fauna literaria y sé que habré de esperar lo peor, incluyendo el silencio. Y no porque la novela tenga el sello de la medianía, sino porque soy apenas un sigiloso advenedizo, un creador que se tornó algo tímido y porque soy poco llamado al escándalo. Según T, debería romper las lunas de una librería del centro, “así hizo Picasso”, dice y yo no le creo. Me perturba en exceso que me injurien o que con mala entraña me trocen como a un pescado. Viviría como Horacio Quiroga en las junglas o seguiría el camino solitario de Thoureau o, más, la senda sabia y remota de Fray Luis de León, solo para estar a salvo de la maldad, de esa maldad que se erige fácil, porque lo difícil es construir.
Quizás por tal razón mi protagonista es un perdedor radical que toma una granada y que…. No diré más. A veces son ángeles y en ocasiones, extraños monstruos los que nos habitan y en el fragor de las guerras nos convertimos en el reflejo de aquellos seres que queremos evitar.