Los verdaderos intelectuales
Había que deslindar, según el profesor, y determinar si los aspirantes a escritores (los que lo rodeábamos en aquel taller) éramos intelectuales o no.
Le decía un argentino sobre José Carlos Mariátegui que, a diferencia de los socialistas argentinos del siglo XX, el peruano no repetía a Marx, sino que creaba a partir de Marx algo nuevo. Por tanto, señalaba, Mariátegui sí era un intelectual, porque para ser intelectual hay que ser creador, un interprete que renueva el mensaje y no un simple eco de otros intelectuales.
En esa línea, un intelectual tiene la misión de leer el mundo para contribuir con una visión nueva. Pero el intelectual no está obligado a cambiar el mundo ni a esperar un impacto, lo suyo es razonar, pensar y aportar ideas al margen de sus consecuencias.
Pero ser intelectual no es suficiente porque hay de los que habitan una torre de márfil y ocupan el estrecho espacio dispuesto entre las alas del mantel, allá debajo de la mesa. No alumbran sino para ellos. Esta soledad es la del intelectual asceta e improductivo. El intelectual comprometido es aquel que difunde sus ideas, hurga tribunas y busca un público que lo lea o lo escuche. El compromiso no es con una ideología sino con el carácter público de la función pedagógica del intelectual.