Diógenes, Séneca y demás.
“Memento Mori” decían los romanos (Recuerda que morirás). Cuando regresaba victorioso un general de la batalla, siempre al lado tenía a alguien que le recordaba su mortalidad con esta frase latina. Al decir verdad la cosa es menos simple al decir de Tertuliano: “ Respice post te! Hominem te esse memento! ” que es lo mismo que “¡Mira tras de ti! Recuerda que eres un hombre” . Es decir, si eres un hombre no eres un Dios. Baja de tu nube, eres de entre los hombres, habitas lejos de la divinidad.
La soberbia no es buena consejera cuando se trata del autojuicio, la vanidad deshace la realidad. “De la brevedad de la vida” de Séneca, me alertó de aquellos arrebatos como los trajines de Diógenes el cínico, que es lo mismo que Diógenes el perro (Kynos es perro). La alusión canina deriva de la vida de este filósofo de Sinope, que despreciaba las convenciones sociales y vivía como un vagabundo. Dormía en un tonel y le eran irrelevantes las jerarquías. Se dice que alguna vez trató como a su igual al gran Alejandro.
La humildad, que dista de la falsa modestia, es también saberse un aprendiz crispado y ávido. Sócrates es el referente de ese “sentirse desprovisto”, arredrado frente a la convicción de que es poco lo que se sabe y lo que se llegará a saber. Tú ya lo sabes, te lo han repetido como una monserga: “Sólo sé que nada sé”, sí, pronunciado por la boca del más sabio de los hombres.
“Bueno no hay ninguno”, dicen los cristianos con razón, ni tú, por cierto amigo lector, ni yo ni él ni ellos ni ellas ni nadie porque la bondad es un diamante inasible y remoto de nuestra realidad humana tan cargada de pasiones. Maquiavelo y Hobbes juzgaban lo humano desde la vileza y la ruindad del carácter. Santos pocos y de los pocos pocos.
Dado el tiempo, solo me turba el hallazgo de una realidad inalterable, solo la compasión enriquece la sustancia de la que estamos hechos, lo demás es hueso nutricio para la carroña. Pero no creas que con este rollo pretendo destruir tu moral o tu autoestima, el imperativo es devolver al hombre a su realidad, al equilibrio de su juicio sobre sí mismo, a la plena sinceridad. El juicio certero siega la yerba, iguala a reyes y esclavos, pero torna al sencillo en lo que, realmente es. Sí, allí la clave de todo, la humildad no es sino la cara amable del realismo, la franca opinión soterrada e insobornable que tenemos de nosotros mismos con relación al mundo y a los demás.