Heráclito tenía razón
Para Heráclito nunca nos bañamos dos veces en el mismo río o para ser más precisos: “Ningún hombre puede cruzar el mismo río dos veces, porque ni el hombre ni el agua serán los mismos.”
En “Fervor de Buenos Aires” Borges lo explica así: “Somos (para volver a mi cita predilecta) el río de Heráclito, quien dijo que el hombre de ayer no es el hombre de hoy y el de hoy no será el de mañana. Cambiamos incesantemente y es dable afirmar que cada lectura de un libro, que cada relectura, cada recuerdo de esa relectura, renuevan el texto. También el texto es el cambiante río de Heráclito”.
Al decir verdad y dada la experiencia, la dialéctica, el paso del día y de los días aligeran todas nuestras anclas. Para algunos, la realidad filosófica es otra, como en la paradoja de Teseo, “aunque cambien todas sus partes, el objeto sigue siendo el mismo”.
La paradoja de Teseo nos llama a no cambiar, a ser inalterables en nuestros conceptos, a odiar sin remilgos por la afrenta de ayer, a tener por mira la venganza o el desprecio, a ver a los otros como muertos sin redención. Así, el joven que me golpeó sin justicia hace diez años, merecería hoy el mismo escarmiento y la fuerza de mi severidad. Ni una gota de agua nueva habría corrido bajo el puente.
Lo cierto es que nada permanece inalterable y las vindictas pueden volverse impertinentes con los años como las afrentas y las percepciones de antaño. Cambia la víctima y cambia el ofensor, cambian las circunstancias y cambia el registro de la memoria original. Por lo demás, con los años los recuerdos tienen mucho de imaginación y los errores caben en la conciencia con mayor nitidez.
Una guerra infinita es absurda como lo es la diatriba que pronunciamos el mes anterior. La calificación solo sirve al instante mismo en que se dicta y la crítica concluyente sobre una calidad propensa al cambio nunca puede ser tal, es decir, “concluyente o final”. Yo puedo afirmar que el artista Juan pintó un mal cuadro según mi actual juicio y percepción, pero no puedo decir que Juan es un mal pintor. Quizás una obra por venir me deje sin piso. Lo mismo vale al juicio sobre la maldad o la santidad de cada cual.
La condena que no se rehace tiene la textura de la lápida que se alza sobre un páramo. ¡Que para eso ni Dios!
Bien me decía un amigo y lector “Cuidado con el insulto que profieres en medio del combate, quizás tu adversario amiste contigo y tu juicio sobre él cambie, pero aquellas palabras allí quedarán, libradas al reto del olvido y la excusa”.
Posiblemente haya sólidos argumentos en contra de la teoría de Heráclito, uno de ellos es el concepto de causa en Aristóteles o la convicción sobre la sustancia de las cosas. Algunos sostienen, desde la histología, que cada día nuestras células cambian, mueren unas y se reemplazan y así, al final, todas ellas se renuevan, pero no dejamos por ello de ser los mismos en nuestra esencia e identidad.
Y tú, que me lees ¿Eres el mismo de ayer? Créeme, intenta leer este artículo el año que vendrá y lo leerás con otros ojos, como otros ojos serán aquellos con los que, seguramente, lo habré de rehacer.