Mi mejor libro del año
Bueno, para ser precisos, adquiero libros como cúmulos inmensurables que semana a semana agotan los espacios de mi biblioteca. Por ratos soy Borges entre las sombras, aunque con lágrima y reproche y con la vista plena. Si de elegir mi libro del año se tratara, tendría que disponer de las 24 horas de día durante los 365 días del año, en los espacios que complementan mi actividad periodística y mis otros quehaceres para decir con holgura: “El libro del año es….”
No aventuro tal soberbia porque en toda afirmación improbable hay una mentira. No he leído todas las novelas, cuentos y poesías que se escriben fuera de Lima, es decir en las provincias, que es el entorno negado de todos los rankings literarios, tampoco he leído o me han enviado todas las novelas, cuentos y poesías que las editoras independientes producen.
Probable es que de entre lo mucho que no llegó a mis manos rutile una obra ignota que se aproxime a la de Ribeyro o un poemario que brille como un sol (lamentablemente lejos de mis ojos y de las portadas que solo ven los que algunos astros con sutil influjo recomiendan).
Soy buen lector, pero quizás sea un mal jurado para cualquier dictamen. Lo que a Juan X le gusta, a Luis Z le es deleznable. Lo que Perico N llama “genio”, a Manuel Q le es letras para la medianía. Es tan subjetiva la elección que, mal haría en recurrir a la manida sentencia de los que se invisten con los ojos de Dios, de ese dios omnisciente de las letras que todo lo sabe y que todo lo ha leído y que abunda como una mitología de sabios cuyo único tiempo está consagrado a leer.
Y bueno, para ser más precisos, mucho más es lo que se produjo este año y que por infortunio no leí que lo que leí; y mucho de lo que leí es porque los demiurgos y el consenso así me lo mandaron y me dejé llevar ¿Y dónde quedan los demás escritores? ¿Y los despadrinados? ¿Y los que no tuvieron la logística de la difusión? ¿Dónde aquellos que tan discretamente y a la sombra pergeñaron una gran novela o un gran poemario que nadie vio?
¿El libro del año?, me preguntas. Bueno, podrá ser mi libro del año, esos de entre los que alcancé y que se ajustaron a mis tan subjetivos, discutibles y relativos gustos literarios. Siempre digo: si en los concursos literarios cambiaran de jurado para la misma lista de obras presentadas y en lid, siempre serían diferentes los finalistas y los premiados. El subjetivo canon manda y difiere de entre unos y otros.
Así que, soberbia al margen, mi dictamen sobre el libro del año no es certero ni afirmativo, es relativo, parcial, discutible y circunstancial. Se restringe a lo que llegó a mis manos, a lo que un influyente creyó una genialidad para contagiar el gusto de sus congéneres o a aquello que mi parecer discreto como el tuyo o como el de aquel tuvo por bien ver (Aunque hubo uno que me fascinó, de tapa amarilla, ya saben, pero es mi fascinación literaria, mi gusto, mi parcela).
Yo he leído novelas que fueron estelares el 2014, gusté de unas y no de otras. Unas fueron subestimadas por el consenso en mi parecer y otras sobreestimadas. Creo que ensayar un ranking (sobre lo que me es mejor), juicio aparentemente universal y categórico, no es más que un homenaje a la jactancia , cuando no a la soberbia que se embute dentro de su mejor traje: la arbitraria y simulada percepción de lector.
Poesía hubo y buenos poemas sostengo que leí este año que fue. El problema no es la pobreza o la decadencia sino la difusión y la crítica. La poesía no vende y no se sabe leer. Muchos versos se disuelven en la niebla porque no llegan a las librerías ni a las manos de los críticos, que al final, juzgan sin saber, o a la mala o con saber. La severidad de una sentencia que niega la poesía de este año puede ser tan injusta como justa la que niega la existencia plena de una buena crítica literaria nacional. Reseñas son las que abundan. La crítica es una técnica, no un parecer. la crítica debiera de estudiarse (tengo un manual para quien guste y me agenciaré de algunos más para compartir), debiera configurarse a partir del buen seso, la buena entraña, la múltiple técnica, el método (que refiere el contexto, la forma y el contenido) y el escaso adjetivo.
Sospechen del crítico que menudea con grandilocuentes calificativos, con textura de injuria, solo cubren su desnudez. Para honrar a la humildad, yo solo opino de los libros que leo, me sostengo en sus significados. No soy crítico aunque sé de crítica, soy un filósofo de la literatura, la aprecio por lo que a la vida le puede dotar, por sus referentes de verdad, por sus elementos nutricios antes que por su técnica de ficción. Así que hablo desde afuera. Pero me conformo. Me viene mal la soberbia y peor la simulación y la mentira.
No referiré mi libro del año, pero la experiencia permite señalar que las buenas letras son gotas disueltas en la niebla cuando no llega a donde deben llegar, a los ojos que las deben leer.
Y termino, sencillamente preguntándome y preguntando a los críticos si las suyas no son más que manidas presunciones, cuando no relativas perspectivas (les recomiendo a Ortega y Gasset) ¿Han leído toda la literatura nacional? ¿Han leído El Misha, que llegó desde Chimbote? ¿Han leído todas las páginas de Trujillo o de Arequipa? ¿Se han devorado los catálogos de los heroicos editores independientes?
Aunque me fascinó una novela y me gustó mucho un reciente poemario, debo decir que no lograrán de este sencillo y humilde opinante (que leyó de todo, de todos los géneros y disciplinas y mucho y desde antaño, me crean o no) una sentencia universal ni una prelación que hable más de mí mismo y de mis dilecciones que de los autores y libros que bien o mal leí.