Desde arriba (o aprender a ver lo bueno)
En cada tiempo generacional hay diversos interpretes que pretenden advertir que el suyo y el anterior es infecundo. Es, desde luego, una visión que como tal resulta subjetiva. Tendemos a usar como genérico lo que no es más que el apático gusto personal, una simple percepción. Decir que la segunda mitad del siglo XX y estos años del XXI han sido intelectualmente esteriles en el Perú es decir, en términos más precisos: “A mi nada me gusta de la segunda mitad del siglo XX ni de estos años en el Perú”.
Lo que ocurre es que en la negación descarnada y en la crítica encarnizada asoma como un atisbo de luz la inteligencia que la complacencia no sabe aparentar. Muchos críticos prefieren la acidez, la negación o el ninguneo absoluto en aras de ascender un escalón. Lo pongo así: “Juan y Pedro eran críticos muy bondadosos con la literatura que les hacían llegar, pero un día descubrieron que solo la maldad los llevaba a ser “alguien”, solo la maldad en grado superlativo los volvería dioses o emperadores, que destrozando la creación de otros ganarían terreno e importancia y… así fue”.
No es que el crítico deba ser un genio del análisis de la obra ajena, además el análisis tiene un método riguroso del que escribiré en un siguiente post. El crítico (no reseñista) que solo opina según sus gustos cercenando el talento que no quiere ver, más que practicar la disección de la estructura de la obra, apenas relata sobre la hondura de las sombras que ve, es un opinante a la mala y lo será aunque conozca de escuelas, tópicos, nombres, tendencias y géneros. La opinión abierta tiene múltiples espacios para la libertad viperina, te permite llenar el saco con todas las armas que la imaginación te puede prodigar.
Y mientras más “malo”, mejor, porque el mal que le provee el hacha o el cuchillo lo torna en un personaje popular, atractivo, seductor. La bondad del juicio, siempre que sea honesta, no atrae a nadie, el bien aburre, es plano, carece de agudeza. El mal jala, no hay una buena novela sin un buen malvado como antagonista, ni hay una película que toque las fibras sin una dosis de perversidad en las maniobras. Los malvados le proveen de sal a los argumentos, le dan consistencia y conflicto. La vida es una lucha entre el bien y el mal, una dialéctica plena. “El Conde de Montecristo” brilla en su venganza inteligente, sin ella Dumas hubiera erigido un edificio de arena ¿Qué sería de “Los Miserables” sin Javert?
Ocurre en el mundo de la crítica sobre el arte, la cocina, la literatura, el Cine, incluso en los ácidos cultores de la mala gracia en la vida diaria. Los que deshilachan tu apariencia, tu vestuario, tu voz y tus tendencias políticas. El mal como corrosivo y más si tiene por filo el adjetivo preciso, es un atractivo adicional. Nada más seductor para el morbo que una mala entraña debajo de un buen seso. Porque para la maldad no sirve la mediocridad.
Por encima del mal y de la complacencia excesiva, no obstante (si de la verdad se trata) rige la honestidad y la honestidad no es miope ni ve más de lo que hay. No tiene extremos forzados. En lo particular no ha habido década, al menos en las que me tocan, en la que no brillara un nutrido grupo de pintores, novelistas, poetas, escultores. Hay artes no muy cultivadas, pero no seamos la leche que agria todos los vasos. Incluso ahora, negar la calidad de diversas obras y autores sería mezquino. Solo den una mirada al panorama en emergencia y a las buenas novelas y poemarios y obras del arte entre el 2010 y el 2015.
Me pongo al final de la cola, soy solo un aprendiz humilde que no persigue más objetivo que el día a día y equilibrar las cosas para volverlas al nivel de la justicia. Así que no pretendo que me incluyan entre los grandes ni entre los medianos. Salvado ese asunto, creo que nunca en el Perú hubo un extenso desierto creativo. Algunos valores se consagraron por fortuna y merito y una multitud de estrellas en potencia quedaron varadas, no porque las virtudes les fueran esquivas, sino porque faltó el visionario, la editorial, el medio, el crítico que las supiera reconocer.