Escribir novelas
El periodismo se hace de un cúmulo de perspectivas que en su sumatoria, solo nos aproxima a una verdad tangible, pero improbablemente total. De la poesía supe que la verdad es una expresión en fragmentos dispersos, los trozos de un vaso que reflejan la luz, pero no toda la luz .
Frente al abismo de la verdad ¿Por qué escribir novelas?, una pregunta que concibo ad portas de publicar “Sed de mal”, una historia que aún en la ficción se pretende una descripción crítica de la realidad.
No es mi afán darle a las letras por el frívolo oficio de entretener o impresionar. Escribo sobre el hombre universal con una íntima e insobornable misión: darle una voz a ese pequeño torrente de sangre, sudor y nervios que se angustia, que padece y que teme como tú y como yo.
La universalidad y atemporalidad de ese hombre de carne y hueso me llaman a bucear en la hondura de su sufrimiento, de sus crisis, pérdidas, incertidumbres, pasiones, derrotas, remordimientos, miedos, precariedades y dolores. La literatura tiende su balanza sobre el mundo, cala el fondo y luego emerge trocando el mal en heroísmo, en rebeldía, en amor, esperanza y dignidad.
No creo en los personajes de papel. Cada uno de los que aspiro a construir es la crisálida del dolor que vi, que padecí o que temí. Es una referencia de lo humano real que me atañe y me compromete. No me suscribo a la literatura por la literatura misma ni a la geometría del lenguaje ni a la revolución de la lingüística a través de las historias. Creo que la novela debe ser el espejo de la vida; sin formalismos, paradigmas, ideologías ni teorías.
El objeto de la novela es la vida misma, la vida del hombre universal, retratada, derruida y superada a la vez. Bajo tales propósitos subyace mi genuina ilusión de escribir.
La teoría crea una literatura espectral, pues solo se escriben buenas historias desde la infelicidad y el desencanto del escritor que es, por paradoja: la fe, el entusiasmo y el descabellado deseo de transformar la realidad.