Universitario: 94 años de pasión
Por un rato, dejemos de hablar de Chávez, los niños y Gremco. Pensemos en los momentos felices que hemos vivido desde que Universitario pasó a formar parte de nuestras vidas. Yo tengo varios, el que leerán a continuación es uno de ellos: cuando le ganamos a Alianza, con el gol de Martínez, en la definición por el segundo lugar en el 95.
Esta fue la nota que publicada en Deporte Total de El Comercio, el 28 de diciembre de 1995
¡Esa es la ‘U’!
Cuántas alegrías puede contener un solo grito, cuánta angustia, cuánto llanto retenido.Cuánta rabia adormecida por la ilusión de olvidar el presente hosco, cuántas ganas de trocarlo por un instante de esperanza, de vecindad con la gloria. Cuánto, Dios mío, tuvo que aguantar este pueblo merengue sufrido y desesperanzado, que hace apenas cinco días había silbado hasta morir a estos mismos once que aquella vez se retiraban de la cancha a trote rápido, cabizbajos, mordiéndose los labios de impotencia, de dolor.
Cuánto, Dios mío. Porque en ese grito que explotó por los cuatro rincones del Nacional cuando el reloj de Tejada marcaba los 39 minutos del complemento, había todo eso: rabia, amargura,lágrimas, alegría que se liberaba luego de tantos meses de vaivenes, de sufrimientos, de dolor. Y el disfrute fue mayor porque el autor era el “capi” de siempre, el del trote remolón, el engreído, el disforzado, el tantas veces insultado, el mismo que había anunciado que este era el partido del retiro…
La pelota, recordemos, vino desde la izquierda. Maldonado metió un centro cerrado desde el córner que Pizarro debió sacar del área con los puños. Pero Pancho, como arquero peruano que es, la dejó ahí nomás, cerquita, justita para que Rossi intentara con un disparo al borbollón. El balón, ayer ingrato para el brasileño, fue a estrellarse a las piernas de Denys y salió para el medio. Y allí, atento al rebote, apareció el capitán, el Robert de siempre, para ponerle la dinamita justa al botín, el doblez preciso al pie y enviar un disparo seco, frío, que luego de pasar por una telaraña de piernas, se incrustó al fondo del arco, desatando el jolgorio.
LA TRISTEZA DEL DERROTADO
Pero frente a la fiesta desbordada, había también un pueblo que sufría, una legión enorme que confirmó su lealtad en este partido final y que se retiró triste, mascando su derrota, la misma que como maldición recurrente los persigue desde hace 17 años. Tiene justificados motivos para llorar este fracaso el pueblo aliancista. Porque este bendito equipo dueño eterno de su pasión no le devolvió con la misma moneda tanto amor prodigado. En fin.
Pese a ello, ayer no jugó mal Alianza. Amarró a la “U” en la primera etapa en base a un derroche generoso de energías de su volante, que lució el orden de sus mejores noches. Denys por izquierda, Rosales por derecha, alimentaban con sus arranques las llegadas de Tempone y Darío por el medio. Y si perdían la pelota, ahí estaban prestos para el relevo Jayo o Salazar, indesmayables en el primer segmento.
Pero los íntimos fallaban en la definición. No sólo porque Domínguez y Espinoza se pararon bien atrás, sino también por la ausencia de desequilibrio, de una cabeza pensante que marcara la diferencia para que el buen “Loverita” pusiera el puntillazo final. Esa luminaria faltó.