Cinco nuevas historias....
Seguimos publicando más cuentos enviados por los lectores. Ahí van los siguientes relatos: “Guerra en silencio”, “La improbable historia del camionero y la bella pasajera”, “La recompensa”, “Mientras muere” y “El mirón”. Gracias por escribirnos y sigan participando.
Guerra en silencio
Arthur, un joven estudiante de arquitectura, salió de clases en una tarde de agosto, curiosamente no fue a casa, como acostumbraba hacerlo, quizá por la carta que de improviso le llegó a sus manos; y es por esa razón que tomo una dirección contraria, para buscar un lugar discreto donde poder leerlo.
Corrían las cuatro de la tarde, en los cielos de barranco transcurría una ligera neblina, cubriendo sutil mente, palmeras, arbustos y antiguas casonas, de estilos góticos y moriscos. Arthur camino serenamente por la avenida “Sáenz Peña” nada parecía perturbar su calma, hojas esparcidas marcaban el camino a seguir. Todo a su alrededor parecía estar bien, caminaba con mucha seriedad sin prestar atención aquel paisaje invernal.
Y en eso, en aquel pequeño trayecto que realizo, se fijó en un hombre, de rostro afligido y de mirada extraviada, sentado solo en un banco de madera. Arthur lo miro algo desconcertado, con cierta extrañeza mientras caminaba. Y se dijo entre si –en que estará- y luego prosiguió con su andar.
Antes de llegar al malecón se detuvo, levanto la cabeza hacia el horizonte, diviso un lugar apropiado, algo discreto, para concretar lo que vino hacer; sin esperar mucho prosiguió a bajar por unas escalinatas de concreto, llegando así al borde de un barranco; sin importarle el ocaso del sol, ni de aquel panorama que se exhibía ante sus ojos; saco la carta del bolsillo de su pantalón y al decidir abrirlo, escucho su nombre a lo lejos, eran sus amigos, gritando en la distancia, entre silbidos y señas le invitaban a pasear por el empedrado muelle. Algo sobresaltado por aquel llamado guardo de nuevo la carta y se dirigió hacia ellos. Ya en la orilla de la playa mientras caminaban, reían y jugaban. Arthur nueva mente observo la soledad en la distancia; una mujer sentada con rostro nostálgico contemplaba un cielo nublado. Y es cuando nueva mente repitió aquellas palabras – en que estará- luego prosiguió con lo suyo…
En un banco de madero, entre buganvilias y geranios a su alrededor, yacía Arthur en silencio. Era de noche y estaba sin sus amigos; una hoja de papel algo ajada permanecía entre sus dedos, el, con el cuerpo decaído se fue perdiendo en sus pensamientos, aquellas palabras dibujadas en la hoja, fueron los que debilitaron su semblante, nada fue igual desde entonces. Parecía estar batallando contra algo, algo suscitaba en su fuero interior, y decía entre sí: -“no me acuerdo si lo que siento ahora lo sentí alguna vez, se me hace difícil todo esto nada será igual a partir de ahora siento al silencio deslizarse lenta mente y oscurecer cualquier claridad.”-
Solo sentado en la banca intentaba no ahogarse ni fundir su tranquilidad en el vacío; apretando la hoja que tenía en la mano, y respirando profundamente continuo divagando, arrancándole a ese vacío formas que abriguen el silencio. Arthur se invadió de dudas, de miedos, de penas, de incomprensiones, de soledades, parecía estar inmune a todas aquellas flechas insertadas en su ser, flechas venidas de lo lejos por su destino.
Aquel tiempo, momento, espacio, era el recinto propicio para el hombre que agoniza. Es aquí, en esta noche, en este banco, donde decidía vivir o morir. Aquel golpe furtivo que le vino de la nada, apareció como un estallido, esparciéndose por el desfiladero de su conciencia, pero él creía entender, lo que le estaba pasando.-“el hombre de mirada extraviada, y la mujer del rostro nostálgico, eran seres liberando una guerra interna en un espacio favorable para una pronta paz”- reflexiono Arthur, algo tranquilo al final de la noche.
Francisco Valverde Valverde
DNI: 31671882
La improbable historia del camionero y la bella pasajera
Están en una camioneta el conductor y el copiloto. Habla el conductor.
Ya bueno hermanito, así están las cosas. Mi tío era camionero y mi papá, que era su pata de la putería, me cuenta su historia. La huada es así. Él era un rutero y se las conocía todas. Le gustaba levantar flaquitas en el camino.
Cuando te cuentan sus huevadas uno no cree. Mucha huevada para un solo huevón. Entonces, la cuestión es que mi papá me cuenta que mi tío nunca cargaba un pata a su camión, nunca. Le podías poner una piedrón en el camino y si no eras flaca, el huevón pasaba de largo.
En uno de sus viajes, mi tío se cruza con una flaquita bien parada. La flaca hace parar el camión para que la cargue. Mi tío no se la creía y la hizo subir. No había tenido ninguna flaca tan linda en el camión.
Dice que hablaron de todo. La chica le contaba su vida. Le contaba que iba a visitar su pueblo. Mi tío le contaba sus huevadas. Le decía que era soltero y que había tenido varias decepciones amorosas y que por eso se había vuelto camionero, para no tener casa a donde volver, porque ninguna mujer le había tratado bien.
Así llegaron al lugar donde se bajaba la flaca y estaba lloviendo. Entonces mi tío, pensando en futuro (que para eso sí sabía pensar en futuro el puto ese), le dice a la flaca que no puede irse así, que le prestaba una casaca y que lo recogía cuando regresaba.
Este huevón llegó a donde tenía que llegar, ahí se agarró otra flaca y no pudo parar donde había dejado a la primera flaca. Y volvió luego de un mes. Como pasó de día, se paró en el cruce donde bajó la flaca y fue caminando al pueblo. Llegó y ya ni se acordaba el nombre de la flaca. Y el huevón iba preguntando por una chica de este tamaño con un cabello de tal color que siempre llegaba ahí de visita. Y al final llegó a la casa de una viejita.
Cuando le pregunta, la viejita le dice: ¡Ha! usted está buscando a mi nieta. Seguro ya quiere su misa mi hijita. Pero mi hijita ha muerto hace tres años. Murió con su papá y su mamá y me dejaron sola.
Y mi tío no le cree ni un carajo. Él pensaba que le estaban hablando huevadas para no devolverle su casaca. No es que fuera un casacón, pero no era para que se lo choreen. Entonces le dice a la viejita que no podía ser, porque él había hablado con ella y que hasta le había dado su casaca.
La viejita le dice: lo que usted quiere es su casaca… ¡Ha ya! Sígame papito, yo le llevo a donde está su casaca. Y la viejita sale caminando a paso de tortuga. Y mi tío estaba reventando. La sigue con paciencia y la viejita la lleva al cementerio. Luego llega a una esquina de una calle del cementerio y le dice: su casaca está allá papito.
Mi tío no se la cree y va a donde la viejita le apunta. Y encuentra su casaca sobre un nicho. Y la casaca estaba hecho mierda. Le había caído lluvia y sol. Lo saca un poco y en el nicho lee el nombre de la flaca.
Mi tío salió corriendo y ya se olvidó de su casaca y esas huevadas.
Por eso, maestro, yo nunca levanto a nadie en la carretera.
Gyanfranco A.V.
DNI: 70443771
La recompensa
Cuando Víctor Cárdenas acudió en la ayuda de un pobre anciano caído en la acera no pensó ni por un instante en recibir una recompensa. Pero aquel anciano era un hombre de negocios, un extranjero muy rico, tomando unas buenas vacaciones. El anciano quien se había fracturado la cadera en el accidente había estado consiente mientras Cárdenas lo auxiliaba. Ni las lágrimas ni el dolor le impidieron ver la desprendida diligencia que aquel peatón prodigaba a un completo extraño.
No hubo tiempo para una despedida ni un agradecimiento formal, el viejo empresario fue enviado a su tierra en donde podían practicarle complicadas operaciones, gracias a ellas el anciano se recuperó por completo. Tras el alta, no pudo dejar de pensar en su buen samaritano. Con una mano en la cadera y la otra en el corazón, escribió una muy somera carta de agradecimiento, a la cual anexaría un muy expresivo cheque de siete cifras, una recompensa como nunca antes había entregado.
Muy satisfecho observó su desprendida obra e hizo crujir los dientes. Tanta dádiva resultaba excesiva. No estaba la economía para tamañas generosidades. Después de todo, aquel hombre lo había ayudado sin esperar nada a cambio, podría parecer de mal gusto darle esa enorme cantidad. “Quizás pensará que le quiero pagar su gentileza como a un empleado, como a un siervo”, reflexionó mintiéndose mientras corregía el cheque borrando un cero. Para cualquier otra salvedad, el tipo de cambio agrandaría la cifra lo suficiente. Encargó la misiva a su hijo y no volvió a pensar en el asunto creyendo bien pagada la gentileza.
El hijo de ese anciano era un joven empresario. Como todo empresario era ambicioso y como muchos jóvenes era ingrato. Leyó el contenido de la carta una sola vez y el del cheque, mil. “Viejo ruin y chiflado” comentó a su amante. “Pretende darle a aquel desconocido enorme riqueza dejando a su pobre hijo con mermado patrimonio”. Presto a hacer justicia enmendó el título y redujo otro cero más. Despachó la misiva al contador de la empresa preguntándose cuándo heredaría la fortuna de su padre.
El contador de la empresa se encontraba muy nervioso en esos momentos. Había un serio desbalance patrimonial en los libros contables. Recibió el mandado sin mucha atención y lo dejó en el montón de pendientes. Tras una noche en vela revisando una y otra vez los papeles, volvió a tener en sus manos la carta. Examinó el adjunto y detectó las enmendaduras. Viendo aquel cheque profanado, el contador no dudó en resolver el asunto del desbalance patrimonial reduciendo en dos cifras la expresión del cheque. Sin embargo, dedujo la cantidad original en el rubro “Donativos”. Habiendo salvado su pellejo y sintiéndose más rico, se retiró temprano y envió el mensaje a la oficina postal, con orden de entrega urgente e inmediata.
Esa misma tarde la carta fue transportada vía aérea hasta el país de Víctor Cárdenas. En la oficina de correos local, un viejo empleado peso el ligero envío. Reconociendo al remitente como un poderoso magnate extranjero, la curiosidad le ganó y oteó el contenido. Leyó la insulsa carta y la ridícula cantidad del cheque. Horrorizado por la ingratitud del empresario e identificando el cheque como un insulto al destinatario, decidió destruir tan cruel burla. Satisfecho por su buena obra mando a entregar la solitaria carta.
Víctor Cárdenas recibió las gracias del empresario, sonriente. Nunca llegó a enterarse de la riqueza de aquel empresario ni de ninguno de los hechos narrados pero hasta envejecer nunca dejó de contarnos cómo salvó de la muerte a un pobre anciano y cómo este se lo agradeció.
Chino Cárdenas, Víctor José Gabriel
DNI: 72310263
Mientras muere
Sumergida en sus recuerdos cada vez más lejanos y gaseosos, siente que tocan la puerta de su habitación. A oscuras está más cómoda, así mitiga el dolor culposo y penetrante en los ojos de su hermano que ha venido a verla. El silencio apenas se rompe para responderle con monosílabos.
Afuera están sus afectos, esperando pacientemente el momento desde hace varios días. Ya arreglaron el funeral, y lo de la parcela familiar en el cementerio que compraron diez años atrás. La menor de cinco hermanos, pero la primera en irse.
Porque nadie sobrevive al ataque feroz en la carne cuyas células se han vuelto locas y comienzan a crecer más rápido y más de la cuenta, consumiéndolo todo, dejando solo esqueleto y ropa que no será mortaja. Ya el doctor viene solo una vez al día, coloca el metal frío sobre su pecho sin senos y la mano tibia en una muñeca seca como rama de árbol, en silencio cuenta, mira a su acompañante, afirma con la cabeza y se va.
Queda sola con sus pensamientos y con esas imágenes que le hablan sin tener voz, pero que les entiende todo. Son conocidos, pero están distintos; caminan sin rumbo, grises y sombríos, sin detenerse, ¿hacia dónde? , no lo sabe y tampoco se lo explican. Mientras ellos caminan las casas permanecen estáticas, con sus frentes sin número y sus ventanas igualitas, con las palomas comiendo en la vereda.
Su primera noche de bodas viene a su encuentro, como tantas veces antes. Él la toma por la cintura, la fija con fuerza a su cuerpo, siente la calidez de su aliento y más abajo la dureza de su miembro que la hiere e incomoda. Ya no le importan las riñas en la casa de sus padres, pues el desafío se ha concretado, ni le preocupa más su hermana mayor, oponiéndose sin haber amado jamás como ella ama. La única verdad se consuma en la noche de sábanas nuevas de una cama prestada; huyendo de allí en más, para evitar las recriminaciones y la amargura del desastre que vendrá para todos por igual. La profecía habrá de cumplirse.
¡Ay! Cómo duele el alma cuando se ama a quien te ha dejado de amar hace tanto que ya ni te acuerdas, como este dolor en huesos y entrañas.
Sus dos hijos se acercan y se acuestan a su lado, ella, el vivo retrato del hombre a quien nunca amó. Tiene ese carácter rebelde que la sacaba de sus casillas y le hacía detestarlo al punto de las nauseas; pero cómo no perdonarla, si no tuvo nunca la culpa de que ella se casara con su padre por la peor de las razones, para olvidar su primer y único amor, para borrar de su historia ese matrimonio en secreto lleno de vergüenza, a escondidas, con solo un hermano de testigo y con la mala leche de toda su familia que sin quererlo, la empujaron a la tragedia de su vida cuando tenía apenas dieciocho años.
Dieciocho años se dice fácil pero se traga duro. El hijo en cambio, tan distinto y tan amado. Cómo hubiera querido que fuera de él y no del otro, lo querría todavía más seguramente, a pesar del abandono por otra mujer solo dos meses después de la boda, cuando su cama aún estaba caliente y el café recién servido, cuando su corazón murió para siempre.
Alguien se acerca y le dice que ya es hora. Abre los ojos, mira a sus hijos con enorme ternura y en un último suspiro pronuncia su nombre justo antes de expirar.
Miguel A. Guerrero
DNI # 07799718
El Mirón
Me dije a mí mismo que lo haría de una vez, para qué postergar una decisión tan pesada. El viejo ya me había visto, yo lo había visto, y ese encuentro fortuito no podría borrarse de la noche a la mañana. ¡Ni hablar! Hoy lo haría. Habrase visto semejante descaro, el de mirar por la ventana día y noche haciéndome víctima de su curiosidad.
¡Y seguramente lo negará!: “No, no miro por la ventana para verte muchacho, yo veo caminar a la gente, sus cosas, sus trajines, para ver el paisaje mijo”.
Sí claro –le respondería con los brazos cruzados- ¿Y qué es lo que más te gusta del “paisaje”: Sus robustos árboles que se levantan como faroles exhibiendo primaverales marañas de cables negros. O tal vez te extasían más los manantiales que brotan como montículos de basura embolsada a las siete de la noche?
A mí no me engañas viejo, yo sé porque asomas tu cabeza pelada por la ventana, me has retado, y acepto. Por eso hoy mismo lo haré, y lo haré en el momento en que nos vimos por primera vez… cuando estaba desnudo. ¡Sí!, te ruborizaste, y metiste la cabeza rápidamente, pero supimos que las cosas ya no retomarían su estado anterior, se había abierto el primer capítulo en la historia de nuestra batalla final.
Ya no se trata solo de mí, bueno lo fuera, sencillamente no puede haber dos fisgones en la misma cuadra, eso lo sabe cualquier fisgón desde tiempos babilónicos. Un fisgón no soporta a otro fisgón, lo estrangularía con sus propias manos para conservar el Santo Grial de su trabajo.
¿O crees que la gente se espía sola? Un fisgón ya es difícil de tolerar, ¿pero dos? ¿Qué quieres que la gente diga, que vivimos en un barrio degenerado? Salvar lo que queda de un oficio milenario muy mal reputado, es el destino de todo buen fisgón. Apenas te vi, viejo, te conocí; vi tu miseria, miré a un espejo, caminabas lado a lado en tu habitación oscura, sacando la cabeza como una lombriz la saca de la tierra para adivinar las primeras gotas de lluvia. La lluvia de su desaparición.
Pero no me malinterpretes, no soy todo mala sangre, tengo un lado fraterno. Sé que buscas la muerte en los trajines de la gente, o sea perderte a ti mismo, sabes que el tiempo te ha atropellado y de haber sido que lo sea que fuiste de joven ahora eres un viejo que mira por la ventana. ¿Buscas la “vida” ahí afuera? ¡Si tú también eres Vida, viejo! Y tu cabeza es un trajín asqueroso ¿Buscas la “muerte” ahí afuera?, ¡Búscala detrás de tus cortinas! Por eso hoy te daré una lección inolvidable.
Fue así que me desnudé en la ventana a las 7pm en espera del viejo. Poco me preocupaba que alguien más me observara, yo era en boca del marketing “un superado”. Mi espera dio fruto y el viejo me pescó con la mano en los genitales. Antes que pudiera darse cuenta de su mortalidad le saqué el dedo medio. Se metió de golpe con la boca abierta detrás de sus cortinas sucias. Ah!, ¡El sabor de la victoria!
Salvé la dignidad distrital y el viejo desapareció. Tiempo después le pregunté al portero del edificio de enfrente qué había sido con el señor del piso 5. En su departamento vivía ahora una joven pareja. Antes de irse sin embargo, le encargó una “carta” para mí. Rebuscó en su maleta y me la entregó. Era una hoja amarillenta y muy gastada. En ella pude leer todo esto.
Alberto Viale Espinoza
DNI: 44633226