Cinco historias más...
En este post descubriremos la creatividad de cinco lectores de nuestro suplemento autores de los cuentos “Aprendiendo a amar”, “La jaula de hierro”, “La más bonita de la cuadra”, “Robie” y “El regreso”.
Aprendiendo a amar
El sol como un ladrón entró suave y ligero por la ventana, tocó la pared despintada, la mesa desordenada, el piso de cemento, la cama deshecha y la espalda de Julia que lavaba inclinada sobre una batea.
-¡Ya amaneció!
Se secó las manos en los antebrazos y en el mandil que llevaba puesto, luego se acercó a la cama con la intención de ordenarla. Aquella cama siendo pequeña le pareció enorme y vacía al ya no dormir Octavio en ella. Estirando las frazadas descubría que la vida de los casados era más dura de lo que había imaginado. Recién casada, creyó poder cambiar a su esposo pero se encontró con que Octavio tenía sus propias ideas respecto a ella y bien acentuados sus conceptos acerca de la vida.
Las primeras discusiones rompieron el encanto de su vida matrimonial. “Pobres pero juntos” le había prometido Octavio una noche apasionada. Aquella promesa flotaba aún en la habitación haciendo el ambiente pesado e impidiendo volar libremente a las moscas que se conformaban con caminar por las paredes. Regresó a la batea a terminar de lavar.
Dos noches había trascurrido desde la última discusión (la más fuerte que habían tenido hasta ahora) y ese mismo lapso de tiempo era el que Octavio no regresaba a dormir. Lo extrañaba terriblemente.
El día anterior mientras hacía compras, el carnicero que era uno de sus vecinos en la quinta donde vivían, le dijo maliciosamente:
-¿Todavía no regresa? Tú lo que necesitas es un hombre de verdad -hablando había agregado unos gramos más al pedido de ella que se reflejaron en el indicador de la balanza-. Ya sabes dónde encontrarme.
-¡Estúpido! -gruñó contemplando la pared desnuda como si en ella viese proyectado su recuerdo y el plato que tenía entre las manos cayó al piso donde se destrozó-. ¿Por qué no regresa? ¿Acaso una discusión va a acabar nuestro amor?
Recogió los pedazos del plato roto y los puso en una caja de cartón destinada a recibir la basura.
-Seguro debe estar donde una puta ¡Todos los hombres son iguales! Una pelea, su mujer les grita y al toque se buscan otra. Después, cuando regresan, andan por la casa como si nada hubiera pasado. -Le explicó una vecina a la que confesó su problema.
La cama, la mesa, el piso… todo lo poco que poseía, estaba limpio y ordenado. Cogió una bolsa y salió a comprar pan.
En el matrimonio, una mujer no siempre logra cambiar a un hombre ni un hombre tampoco a una mujer, lo que lo hace es la mutua decisión de hacerlo. Estando sola recién lo comprendía.
Camino a la tienda oyó la voz de Octavio llamándola.
Parado en una esquina se le veía demacrado. Peleado con Julia había pasado las dos últimas noches durmiendo en la fábrica y reflexionando sobre su propio comportamiento ¿Realmente era el esposo que Julia esperaba que fuese? ¿No había sido egoísta al pensar que debía ser ella la que cambiase? Decidido a salvar su matrimonio había regresado a buscarla.
La miró fijamente durante largo rato, antes de animarse a llamarla. No sabía que hacer, no sabía qué decirle.
-Perdóname. Te prometo cambiar -dijo al acercarse. Las palabras se le agolpaban en la boca y, aunque no dijo mucho, dijo lo más importante.
-Tonto -murmuró Julia refugiándose en su pecho. Lo conocía tan bien que sabía era sincero. Unas lágrimas impulsivas brotaron de sus ojos. También ella iba a cambiar-.
El sol sonrió calurosamente y apadrinó festivo la reconciliación de la pareja.
Santiago Roberto Tello Tapia
DNI Nº 08123448
La jaula de hierro
Mi madre mira tras la ventana y bebe café a pequeños sorbos, pronto llegará el invierno, el café es solo la antesala… Ese tibio aroma, inconfundible olor de madre, de casa, de nosotros, se suspende frágil y tímido. Papá lo percibe y, de algún modo, también bebe café. El sonido de las páginas del diario capitalino es todo cuanto se oye, ruido característico del hermetismo disimulado. No tan disimulado aquí, claro. Escondido bajo unos lentes gruesos y acostados sobre el sillón verde, que por curiosidades de la vida forma parte de él, de su personalidad, está mi padre.
-Adolfo -murmura mamá-. Pero su voz aun no logra alcanzarlo, como si no lo tocase, tal vez no fue esa la intención. Sus labios delgados recitan versos cargados de pasado, que no es más en sí mismo, pasado enajenado también en presente, y a veces también en futuro. Ahora la oigo cantar y mi corazón vibra como excitado. Gracias mamá, perfumas mi alma ¿Alguien más te oirá? A lo mejor…
Llegó el invierno, la estación que nos descubre, que nos imita. Nos sentimos desenmascarados, teatrizados, nos avergüenza y nos ruborizamos. El tiempo de la lluvia y de las flores ha pasado. Es extraño, pero también nos molestaba ¿Por qué? Quién sabe… Quizás por desarmonizar tanto. Un mundo tan ajeno no se consigue apreciar, tal vez por eso. La neblina se expande como bocanadas de humo gris y espeso que nos esconde en un abrazo fuerte, pero frío. ¿Cuándo fue que comenzó? ¿Es que hubo un comienzo? No lo sé, todo parece tan reciente y a la vez distante, se hace difícil distinguir. Los desencuentros, las conversaciones vacías, las respuestas sin significado, nos convirtieron en débiles sombras que a la luz del sol desaparecen. Hubo algo en nosotros que se atrofió, algo que por desgracia perdimos y creemos no encontrar jamás. Nuestra esencia, lo que hace que seamos lo que somos, en nosotros se traduce en un “no somos”, no podemos ser más. Renunciamos a nosotros mismos, a nuestra forma, y hoy pagamos las consecuencias de ese vil artificialismo, de esa alquimia degenerada. Perdimos la batalla, no fue posible resistir. El enemigo abstracto me sonríe descaradamente, es esa su manera de declarar como propio todo con lo que aquí tropieza. La gran la máquina externa hoy demarca territorio y escoge al eterno vigilante: papá.
Es esta nuestra jaula de hierro, aquí todo está milimetrado, nada sucede sin ser previsto o controlado. ¿Existen más jaulas? -me pregunto a menudo- ¿Será que todo sigue hoy el mismo proceso? Quisiera creer que no, que aun las acciones pueden ser triviales y circunstanciales, que es posible reír, bailar o cantar espontáneamente, que no existen lógicas absolutistas que gobiernen las acciones más subjetivas, más humanas. Intento pensar que alguien vendrá y abrirá mi jaula. Papá deja el sillón verde y se dirige hacia mí ¿Por qué? Me descubrió, pensar en esto es demasiada libertad, libertad que no es posible dentro de la jaula ¿Qué debo hacer? Mi miedo empieza a borrar lo poco que quedo de mí…
Isabel Rosario Quispe Soria
DNI 71291534
La más bonita de la cuadra
Ella sigue siendo la puta más bonita de la cuadra. Cuando paso por su esquina me observa indiferente. No quiere acordarse de mí o finge no acordarse de nada. Es una lástima que me haya olvidado y que yo esté a punto de olvidarla.
Recuerdo bien la noche en que nos conocimos. Llegué al night club invitado por unos amigos. Ella bailaba deliciosamente sobre la barra. Todos los ojos se posaron sobre ella: blanca y animal. Yo era solo el bicho más triste en aquel jardín de rosas secas.
La fulana era la atracción del lugar. Ella era suave, nívea. Nunca me perteneció y, probablemente, nunca le pertenezca a nadie.
Mariana tenía apenas 23 años cuando la conocí; era alta, de cabello castaño. Su brillo y su redondez eran el mundo para mí y para 20 hombres más que frecuentaban el antro. Cuando llegaba ebrio a la cama nunca pensaba en Mariana. Trataba de olvidar que se perdía en los brazos de miles, millones, de la humanidad misma.
Mariana nació en provincia, en un pequeño pueblito al sur de Lima. Su padre murió cuando ella era apenas una niña. Su mamá se casó con un viejo testarudo que pronto la echó de casa. La futura bailarina prefirió partir a la capital y encontró en la prostitución una forma fácil de ganarse la vida. Mariana siempre me seguía la mirada mientras yo tomaba. Estoy seguro que dudaba de mis intenciones: yo nunca preguntaba su precio ni hablaba con ella. Probablemente el idilio haya durado algunos meses. Ella permanecía curiosa y yo era una especie de muerto en vida.
Una noche dejé el bar más temprano que de costumbre. Mientras caminaba en medio de la oscuridad sentí el ruido unos tacones. Me detuve asustado, miré hacia los lados, respiré profundamente. De pronto, unas manos cálidas rodearon mi rostro y unos labios rojos tomaron mis labios. La pobre muchacha estaba allí, tomándome a la fuerza.
-¿Qué te pasa? –grité, limpiándome la boca-.
-No puedo vivir sin ti –bramó ella-.
Esa noche y todas las siguientes forman parte de alguna imagen triste en mi memoria. No sé cómo me volví su amante, no sabía si yo era un capricho o un antojo para ella. Mariana nunca mencionó por qué me persiguió esa noche. Tampoco mencionó qué la llevó a apoderarse de mi mente y mi alcoba. A partir de entonces, la joven partía más temprano del local para darme el encuentro y huir conmigo. Mientras el romance enardecía, yo continuaba mi vida normal. Partía al diario todos los días y ocultaba al mundo que una prostituta dormía regularmente en mi cama. El final llegó tan súbitamente como el inicio. Su caficho vino a buscarla una tarde a mi casa. Se la llevó a punta de golpes e insultos. Apenas amenazó con matarme y levantó la pistola, la joven se puso de rodillas e imploró su perdón. Ella se fue medio vestida de mi casa y dejó solo algunas sombras que aún caminan entre los pasillos. No sé por qué razón no la busqué pronto. Tal vez aceptaba esta imposición como una salida fácil para una relación clandestina y sin sentido. Volví al bar algunas semanas después. El guardia me dejó ingresar con naturalidad. Mariana no estaba bailando, ni sirviendo un trago ni tocando a otro hombre. Su imagen se había desvanecido. Su aroma a violetas jamás regresó a mi casa. Su cuerpo triste tampoco volvió a regalarme un poco de vida. Tan sólo puedo observarla parada en la esquina cada noche y despedirla con la mirada cuando su caficho pasa a llevársela.
Carla Atencio Vergara
DNI 46056290
Robie
Robie, a pesar de sus diez años, era un niño peculiar. La mañana de hoy acababa de fallecer su abuelo, y él en lo único que podía pensar era en “eso”. El hogar estaba destrozado. Y aquel hombre, que a las 12:15 de la madrugada falleció, a falta de inteligencia se le dio por ser sabio, sabiduría que trató de heredar a su nieto.
Robie se levantó como todas las mañanas, se aseó como era su costumbre y se acercó al comedor, donde papá y mamá habituaban esperarlo para desayunar. Sin embargo, esa mañana fue distinta a todas. Papá no tenía ese apuro indomable por salir al trabajo y mamá no tenía esa enorme y carismática sonrisa que tanto le encantaba ver a diario. Ambos, con mucho sigilo y cuidado, trataron de darle la noticia, pero cómo darle tan terrible noticia a un niño con tan grandes y cándidos ojos, como lunas de verano, su abuelo (y digo SU, porque la relación entre ambos era única), había fallecido. Lo mejor era decírselo lo más discretamente posible. Inútil.
Robie lo entendió como los niños entienden que pueden tener todo lo que quieran por el simple hecho de ser niños. Sus ojos se entristecieron pero una sonrisa inmensa se dibujó en su rostro. Papá y mamá no entendieron. ¿Qué tenia de gracioso aquello?; y Robie, con toda su inocencia, dijo: ¡finalmente podré ver el tesoro del abuelo!, dio un brincó y la larga espera dio inicio.
Los hechos fúnebres ocurrieron como era tradición. El cuerpo fue velado dos días, lágrimas de familiares y conocidos, la tristeza y la pena eran absolutas. Mas en esos tres días de luto, Robie no derramó ninguna lágrima, todo lo contrario, “eso”, el tesoro de su abuelo, parecía ser más importante que cualquier cosa.
La mañana siguiente al entierro, el muchacho se despertó como de costumbre. Pero esta vez, había una excepción en su día. Luego de desayunar con papá y mamá, tomó su mochila, metió algunas cosas y, sin avisar, partió hacia el jardín donde solían conversar, por largas horas, cuando estaba al cuidado del viejo, y sin más, partió en búsqueda del tesoro.
La felicidad en su rostro era admirable. La luz en sus ojos, la frescura de su sonrisa. La determinación lo había vuelto, casi, un hombre. Camino a la aventura recordó a Sasha, su gran amiga, quien prometió acompañarlo en sus aventuras. Tomaría tiempo ir hasta su casa, esperar el permiso de sus padres y retomar el camino de nuevo; pero, “si te tomaste la molestia de prometer algo a alguien, lo mínimo que deberías hacer es cumplir con tu palabra”, decía su abuelo. No había vuelta que darle. Cogió la valentía que tenía, y sin pensarlo, emprendió la marcha hacia Sasha.
Ahora todo estaba completo. Ahora, dentro de aquel basto jardín, debajo de la inmensidad, a los pies de un gigantesco roble, Robie y Sasha escarbaban en el suelo, esperando encontrar el gran tesoro que su abuelo le había encomendado rescatar, cuando ese día llegase.
“En la naturaleza viven los hombres. En los arboles nacen sus esperanzas y en el mar decaen sus sueños. Pero todo es un círculo. Lo que empieza debe acabar. No existe el silencio sin risas, ni la alegría sin esfuerzo. Aquel que se adelantó no debe ser olvidado y aquel que se quedó, tampoco. No olvides Robie, que por amor es que nació todo en el mundo”.
De vuelta en casa, con manchas de tierra en la ropa, y el rostro lleno de satisfacción, se acercó a papá y, dulcemente, acariciándolo le dijo: el abuelo te quiere.
Renzo Ulloa Bozeta
DNI 46790085
El regreso
Todos los que lo vieron recuerdan algunos detalles de su rostro aunque también olvidan otros. De su voz dicen que tenía un timbre extraño y que su forma de hablar era “a la antigua”. Un testigo dijo: “el caballero cruzó la frontera en ómnibus”; otro comentó a un periódico de Tacna: “no recuerdo si tenía barba, de su ropa no puedo decirle nada fuera de lo común, creo que era de color azul oscuro”.
Según una señora que venía de Lima, “ambos bajamos en el centro de Arica, me dijo que seguiría su viaje al sur, hablamos de cosas generales, me pareció un hombre muy educado y distinguido”.
Las investigaciones en el puesto fronterizo no dieron pista alguna sobre el nombre que dio para cruzar sin que se sospechara sobre su identidad o su propósito. Un oficial que no quiso identificarse declaró para una radio: “acá no se nos pasa nadie sin documentos, y los chilenos son aún más cuidadosos con la gente que cruza la frontera”.
Un curtido contrabandista, cuya identidad se guarda en reserva, dijo a una de las comisiones investigadoras: “el señor atravesó de noche y a pie el campo de minas sin ningún temor… yo seguí sus pasos pensando que era un colega, me dijo que no tuviera miedo”.
En el consulado peruano en Arica tres personas lo describieron, una de ellas recuerda su poblada barba, otro dijo que tenía un bigote muy bien cuidado; el cónsul recordó su fuerte mirada: “recuerdo que vino a la oficina a pedir algún tipo de información para seguir su viaje”.
Un comerciante ariqueño recuerda haberle vendido, o tal vez regalado, un mapa de carreteras: “parecía sorprendido por lo que veía, definitivamente su dejo era peruano pero no del que se escucha normalmente… creo que vestía una especie de uniforme con un corbatín”.
El dueño de un hotel en Iquique tiene la certeza de haber invitado a comer a un señor peruano de mediana edad: “no sé por qué lo hice, lo vi sentado en el malecón mirando el mar en la puesta de sol; se le veía pensativo, no recuerdo lo que hablamos, le di la mejor habitación y en la mañana ya se había ido…no se registró… y no le cobré un peso”.
Cerca de Antofagasta unos pescadores dicen haber visto a un hombre de apariencia algo extraña caminando por una playa desierta: “miraba el mar con un catalejo, después lo perdimos de vista. Más al sur hay informes contradictorios sobre su presencia, sin embargo el hombre volvió a aparecer con certeza en el puerto de Valparaíso. En la mañana del día del incidente, un sacristán lo vio rezando en la catedral de Concepción: “estuvo largo rato sentado, parecía que conversaba con el Señor, luego escuchó misa y hasta comulgó, debe haber sido él; nunca olvidaré su mirada, sus ojos brillaban”.
Varias personas dirían después que lo vieron caminando hacia Talcahuano. Una anciana dijo que lo vio a la entrada del puerto: “estaba rodeado de una extraña luz”.
El resto no está del todo claro. ¿Cómo pudo alguien entrar a una base naval tan resguardada?, ¿Por qué nadie pudo o quiso detenerlo? ¿Cuándo se conocerá el resultado de la investigación ordenada por el presidente de Chile?
Dicen que sonó una sirena, que hubo disparos al aire, que despegaron helicópteros de la armada y que varias unidades navales se hicieron a la mar.
Fue un domingo al mediodía; el Almirante Miguel Grau Seminario se embarcó en el Huáscar, enarboló su bandera de combate, levantó anclas y se perdió con el glorioso monitor en la inmensidad del océano.
Guillermo Guedes
DNI 07801741