Esquizofrenia
Por Alfredo Rodríguez Carranza
¡Hola papá!, ¿Podemos hablar? Preguntó Joaquín con la particular amalgama de temor, angustia y ansiedad propia de los adolescentes al hacer frente a conversaciones trascendentales.
¡Siéntate por favor! si, allí está bien; luego, un silencio inundó su ser y escucho esa voz susurrante en su oído: ¡Díselo, te va a entender!, es tu papá, ¡hazlo nomas!. Ya, ya. Ahora lo hago, respondió Joaquín a aquella voz en musitante tono. Sin embargo, a manera de excusa por el temor de causar una carcajada de burla tras verse descubierto oyendo solitariamente esa voz, que se había convertido en su consejera y que su padre no escucharía jamás, dijo a su interlocutor: ¡no!, …ehhhhh ¡pensaba en voz alta nada mas!, No es nada.
Joaquín, a su corta edad y con lo que él consideraba su “maldita introversión”, no era precisamente un orador locuaz, entonces sabía que debía ir al grano, sin rodeos ni adornos en su lenguaje; Pero, sabía también que estaba frente a su padre y que el respeto y la formalidad que ameritaban tanto el tema como su oidor debían ser los mejores. La labor no iba a ser ciertamente fácil.
Esteeeeee… quería hablarte deeeeeee….. ¿Si tienes tiempo, no? Porque esto es realmente importante para mí. ¡Bien!, ¡ahí voy! le dijo a su padre mientras la voz susurrante le decía al oído: ¡Hazlo!, ¡No seas maricón!, ¡Esta es tu ocasión!… y el muchacho le respondía asintiendo con la cabeza como quien le dice: ¡Tienes razón, es ahora o nunca!. Pero…. Joaquín fue traicionado por sus pensamientos, esos que le daban vuelta en la cabeza y que lo hacían retraerse en su cuarto por horas; Sus “idioteces”, como las llamaba, justo en ese instante se le vinieron como tromba a su cabeza repitiéndole una y otra vez: ¡Se va a reír de ti!, ¡Mira cómo te observa!, ¡eres una vergüenza!. Pero ya Joaquín sabía lidiar con ellos, así que les dijo con firmeza: ¡YA BASTA! ¡Lo voy a hacer igual!.
Y Mirando a su padre se sinceró: …Quería papá, esta tarde….pedirte disculpas, por lo de la otra vez, no era mi intención hacer lo que hice, fui un tonto ya lo sé, pero…a veces uno no hace lo que mejor piensa que debe hacer….tú me entiendes ¿no? Le pregunto a su padre y solo el silencio obtuvo como respuesta.
¡No te quedes mudo!, insistió, ¡dime que me perdonas!, yo en serió no quise reaccionar así y menos luego de ello ocultárselo a mi mamá, si supiese que yo fui el que provocó…¡por favor, dime que me entiendes!… ¡YA DEJA DE MIRARME ASÍ Y RESPONDE! decía al punto que unas lágrimas rodaban por sus mejillas, pero…no hubo respuesta, al menos no de su padre. Quien se pronunció fue la voz susurrante que le seguía diciendo: ¡Vas bien!, ¡Sigue! mientras que a la par sus pensamientos continuaban atormentándolo como siempre. Joaquín no supo qué hacer, si seguir disculpándose o gritarle fuertemente a su padre y tomarlo por la solapa del saco exigiéndole que le responda. ¡RESPÓNDEME MALDITO! ¿No ves que esto no es fácil?, quería decirle, ¿No ves cómo lloro?… ¡Dime algo por Dios!, ¡ESCÚCHAME! Y acercándose raudamente y sin control a su padre quiso violentamente hacerlo reaccionar pero se quedó inmóvil frente al sonido de la puerta de su cuarto….¿ Con quién hablas Joaquín? Le preguntó su madre, ¿ahhhhhhhh?…. con nadie, solo… pensaba en voz alta, contestó temeroso de verse descubierto. Ya pues, le respondió la mamá, termina de alistarte, que debemos ir a ver a tu papá en el cementerio.
Joaquín rompió en llanto. Una vez más, las voces le habían ganado la batalla.