Hombre al agua
Por Lizeth Vega Jáuregui
Pablo, con un divorcio a cuestas y un segundo matrimonio incierto, asumía la separación como algo natural. Durante el tiempo que salía con Fabiana desapareció sin dejar rastro. Ella se enteró que no estaba en Lima y se había involucrado con otra mujer a la que abandonó. Fabiana le perdonó su locura, retomaron sus salidas y en un arranque de pasión se casaron en secreto. A menos de dos años de convivencia, su matrimonio era insostenible. Fabiana entendió por qué en todas las relaciones anteriores de Pablo siempre eran ellas las que querían terminar y él en su incapacidad por definir el futuro desaparecía.
Con Estrella convivió cinco años, todo un “matrimonio” con sus momentos buenos y malos. Muchos platos volaron de por medio.
Con Paola fueron sólo cuatro meses pero muy intensos, a ella la conoció cuando vivió en Santiago. Bastó inventarse una excusa con sus documentos para regresar a Lima, aunque terminó viajando a Bogotá. Paola fue la única a quien confesó trivialmente el desorden que adolecía, cuando recién se conocían por el chat. Ella no le dio mayor importancia hasta días antes de su partida, cuando notó en él algunas conductas extrañas.
Andrea fue su primera esposa, la conoció en Bogotá. Su relación duró un año, bastante café, dos gatos y muchas justificaciones en los últimos meses. Lo curioso fue que durante ese tiempo Pablo retomó comunicación con sus ex parejas y salía con otras mujeres tan guapas como Andrea. Con ella las cosas terminaron después de muchas discusiones en un diálogo sincero durante un período de serenidad que le proseguía a sus brotes de violencia, igual no pudo soportar quedarse viviendo en Bogotá y sin pensarlo mucho decidió regresar a Lima.
Aquí lo conocí. En los primeros encuentros, cuando salíamos como amigos, me contaba de todas sus ex, y me decía que la razón de sus rupturas eran ellas, se volvían raras, agresivas, cambiaban mucho; pobre, lo sentía como a una víctima. Durante un tiempo no supe nada de él. Me extrañó recibir su llamada después de meses. En la cuarta cita acepté iniciar una “relación seria”, yo estaba tan enamorada que quería protegerlo y pensé que lo iba a hacer cambiar, que sería la última mujer en su vida, con la que se quedaría hasta el final de sus días.
Todo pasó tan rápido. Del año y nueve meses de casados, solo el inicio fue maravilloso, no sentí el transcurrir del tiempo, pero luego, de menos a más, todo fue transformándose. Pablo sufría de cambios de humor bruscos, se deprimía por situaciones pasadas, cuando le daban los arranques de llanto se arrancaba los cabellos, se arañaba los brazos hasta sacarse sangre, me asustaba mucho. Otras veces, se ponía demasiado irritable. Todo le molestaba y empezaba a tirarme cosas. Por las noches no dormía y en el día no me dirigía la palabra; otras veces dormía todo el tiempo que estaba en casa. Lo peor fue cuando intentó quitarse la vida. Ni se imaginan todo el horror que soporté y que hoy me sigue costando superar con la ayuda de un psiquiatra.
A pesar de que amé a Pablo hasta el último día que estuve con él, siento también que llegué a odiarlo, como en su momento lo debieron odiar todas las mujeres que estuvieron a su lado. Aunque, a veces, viene a asaltarme un sentimiento de arrepentimiento por lo que pasó aquella noche, sé que soy buena. Siempre le dije a Pablo que sería la última mujer en su vida. Hoy él ya no está conmigo. Lo siguen buscando. Todos piensan que ha huido una vez más.