Anécdotas de viaje: Blogueros de Viaje Hispanos opinan
Uno puede viajar por diferentes lugares, decenas de destinos pueden ser parte de tu historial viajero. De algunos ya no te acuerdas mucho, y de otros te acordarás toda la vida. ¿Por qué? No precisamente porque sea tu lugar favorito en el mundo, sino porque hay anécdotas que en ese momento parecen el fin del mundo, pero que tras haber digerido bien lo que ocurrió, hoy se vuelven ese momento de risas cada vez que lo recuerdas.
6 Travel Bloggers de Latinoamérica y España nos cuentan esas anécdotas de viaje que nunca podrán borrar de la mente.
“Lo que siempre quisiste preguntarle a un Travel Blogger” es una nueva sección que trata justamente de eso; de tocar temas que seguramente tenías en la cabeza, que muchas veces nos preguntan de forma interna, y de lo que estoy segura, es que seguro te gustará leer de varios viajeros experimentados.
Florencia Zaccagnino | Viaje y Descubra
Belo Horizonte, Brasil. Todos los días que había partido del Mundial íbamos con un grupo de amigas y nos “colábamos”. Es decir, usábamos varias estrategias para evadir a los policías y poder pasar las vallas que rodeaban el estadio. La clave era estar las 4 juntas para poder “planearlo todo”. Nunca habíamos fallado. Un día, por cosas de la vida y de los viajes, yo me fui para otro lado y llegué al estadio sola, con un colectivo que nunca había usado y quedé exactamente del otro lado donde estaban ellas… era imposible pasar. Las llamaba y no me respondían. Estaba sola: tenía que rebuscármelas.
Los policías me miraban “mal”, expectantes. Estaba ahí parada sin hacer nada. Sólo con mi celular. Tenía en mi mochila una entrada de un juego anterior… junté fuerzas y me mandé, a ver si no se daban cuenta:
– “Hoy juega Costa Rica – Inglaterra”, me dijo la policía.
– “Sí, ya sé, soy fanática de Costa Rica” – (dije, con una gran sonrisa, mintiendo).
– “Pero tenés el ticket de Bélgica – Argelia, movéte de la fila.”
¡Pum, me rebotaron terriblemente!
Me reí, y me senté justo al lado de las vallas, a seguir probando llamar a mis amigas. Estaba a punto de irme a pasar el día al lago, auto-regalandome un día libre: no habría banderitas por un día… hasta que llegó un hombre. Me miró y me dijo en portugués:
– “¿Querés entrar?”
– “No tengo plata para comprarte el ticket”
– “Yo te pregunté si querés entrar”
– “Sí, claro”
Me reí, tenía toda la razón. El hombre extendió su mano, yo me paré y agarré el sobre. Era una entrada diferente: VIP con acceso a un Lounge especial en el estadio….
Estaba entre sorprendida y feliz con el universo por regalarme semejante enseñanza. Junto a él venía un señor que cuidaba coches y faltaba elegir a alguien más que viniera solo ya que les sobraba una entrada. Ahí pensé rápido y le dije que había una de mis mejores amigas dentro, que me comprometía a encontrarla y si no, en tal caso, saldría a buscar a alguien que viniera solo para darle la gran entrada. Aceptó.
Así fue como entré y la encontré a Jenni, me miró ya sonriendo, como si supiera. Nos pusimos a gritar de la emoción y cuando entramos…. ¡TODO LIBRE! Un Lounge que en mi vida ví: tapas, sushi, carnes de todo tipo, ensaladas, tablas de quesos y fiambres, postres y las mejores cervezas del mundo…. todo libre (¿se los había dicho?). Salías por una puertita y tenías el estadio con una ubicación privilegiada, casi al lado del campo de juego. Me acuerdo y se me eriza la piel. Imaginense nuestras fachas, short de jean deflecados (por no decir todos rotos), remeras hippies, con las caras maquilladas con banderitas y demás, entre gente con trajes y directores de empresas grosas. Nadie nos miraba mal, de hecho, el mozo estaba feliz con nuestra presencia ¡y no paró de traernos cerveza!
Samantha Fernandez | En Donde Sea
Pues no voy a contar ninguna terrible (aunque efectivamente a veces tocan). Prefiero destacar una de las que más me han tocado el corazón.
Ocurrió en Omán. Nos ubicamos en una carretera nacional una mañana de sol intenso a intentar nuestro primer autostop. No sabíamos cómo podría cuajar esta práctica en un país completamente desconocido para nosotros, pero lo intentamos igualmente. Pasaban pocos coches pero teníamos la esperanza de que alguno pararía.
No llevábamos allí ni cinco minutos, cuando se acerca un señor a charlar con nosotros. La comunicación se hizo casi imposible ya que el sabía muy pocas palabras de inglés y nosotros muy poquitas de árabe.
El hombre, aprovechó que se paró un coche en la zona para pedirle que nos explicase lo que él nos quería decir: “Este señor os quiere llevar hacia el pueblo más cercano. Allí os resultará más sencillo hacer autostop porque pasan más coches.” Sorprendidos, aceptamos. En todo momento suponíamos que el pueblo más cercano estaría a unos pocos kilómetros. Nos equivocamos. Mohamed (así se llamaba el bendito señor), condujo más de una hora para llevarnos a la siguiente localidad, y al llegar, se bajó del coche y comenzó a parar coches para conseguirnos otro vehículo. No supimos cómo agradecer semejante gesto y la valiosa lección que nos enseñó de amor por el prójimo. Fue la encarnación de nuestro precepto de que el mundo está lleno de gente buena.
Francisco Ortiz | Viajando con Fran
El día que casi voy preso en Estados Unidos. Lo resumo porque es muy largo. Era mi segunda temporada trabajando en Lake Tahoe. Como ya teníamos experiencia, ese año habíamos conseguido una muy buena casa y hasta habíamos comprado un auto entre los 9 que vivíamos juntos. El auto era una van con 7 asientos y tracción 4×4, pero con 20 años de antigüedad. Igual la pagamos baratísima. Era un lujo para nosotros.
Un día con tres amigas decidimos ir a Las Vegas en la van. Y un día en Las Vegas, decidimos manejar hasta el Gran Cañón. Eran alrededor de 5 horas de ida y 5 de vuelta hasta el lugar que queríamos visitar. Era una locura, pero el lugar lo valía.
En el camino casi nos matamos. Yo iba manejando y el auto empezó a temblar, el volante me temblaba y el GPS se despegó del vidrio y se cayó al piso. Justo, de la nada, apareció una gomería en el medio del desierto. Paramos y resultó que la van tenías las cubiertas originales y necesitábamos cambiarlas todas. Era muchísimo dinero, así que cambiamos sólo 2 como para poder seguir sin matarnos.
Entramos al Parque Nacional y cuando sólo faltaban unos minutos para llegar, la camioneta de un guardaparque nos hizo señas para que paráramos al costado de la ruta.
Me hizo preguntas de rutina al mejor estilo policía, respondí a todas que no y se fue a su auto a verificar mis datos. Cuando se va, una de las chicas pregunta: “¿están seguros que no hay marihuana en el auto?” (algunos de los chicos fumaban de vez en cuando).
Abre la guantera y saca un cogollo enorme. Yo casi me muero. Lo único que se le ocurrió en ese momento fue meterlo en una bolsa de basura que había en el auto.
Vuelve el guardaparque y me dice que por las dudas me va a volver a repetir las preguntas y que si miento iba directo a la cárcel. Lo que le dije cuando me preguntó si tenía drogas en el auto, fue que yo sabía que el dueño (el auto estaba a nombre de otro de los chicos) fumaba, pero no había inspeccionado el auto en detalle. Mi amigo me lo había prestado y yo salí manejando.
Apenas dije eso, el señor llamó refuerzos y nos hizo bajar del auto a todos. Uno nos mantenía parados en línea recta y quietos, mientras el otro buscaba drogas en el auto. Yo estaba al borde del llanto. Nunca en mi vida había probado ninguna droga, ni siquiera tabaco, y me iban a llevar preso por posesión de marihuana. No estábamos en Washington, Colorado o California que son más relajados. Estábamos en el estado de Arizona, uno de los más duros y discriminadores.
No paraba de decirle que me hiciera el test que quisiera, que nunca había ni siquiera probado nada. Me hacía callar, y yo no podía de los nervios. Fue una situación muy tensa.
Por suerte el guardaparque no encontró el cogollo en la bolsa, pero no se rindió. Fue a buscar una cinta adhesiva y empezó a pasarla por el tapizado. Fue así como recolectó unos restos, como si fueran unas migas de pan, y salió de la van al mejor estilo película. Con las manos en alto mostrando la cinta adhesiva y gritando: “¡Positivo! Encontré marihuana”.
Yo ya me imaginaba en la cárcel, rodeado de tipos musculosos, sin posibilidad de comunicarme con nadie; planeando cómo escaparme al mejor estilo “Prison break”. Así y todo no paraba de decirle que me hiciera tests o lo que quisiera, que yo no era el culpable. Que sólo estaba manejando el auto de mi amigo.
Finalmente, no fui preso y simplemente me hicieron una multa que es equivalente a una por exceso de velocidad. La tengo guardada en mi casa. Dice mi nombre, tiene mis datos, y dice claramente: Posesión de sustancias ilegales (marihuana).
Se la hice pagar a todos los que habían fumado en el auto, y una vez pagada desapareció de los registros. Por suerte, porque después volví varias veces más al país del norte y no tuve problemas.
Valen Correa | Un Poco de Sur
El día que negocié un chantaje en Marruecos.
Alquilamos un coche que de hecho casi nos mata (y no miento, una rueda explotó cuando íbamos a 80 por hora y no se como conseguí controlar el vehículo) y uno de los chicos que viajaba con nosotros conducía pero no tenía el carnet con él y entonces yo era la única que podía conducir… Cuando me cansé, y sobre todo después del “casi accidente” le pedí que condujera unas horas, total, el chico tenía carnet de conducir.
Resulta ser que en Marruecos como en muchos otros países te para la policía para decirte que tienes mil problemas y te “multa” por cualquier cosa si eres extranjero, básicamente es dinero que se va a sus bolsillos, un chantaje.
Eso fue lo que nos pasó. Nos pararon porque supuestamente el conductor había sobrepasado la velocidad permitida, el problema era que al no poder aportar la licencia de conducir no estábamos en posición de hacer nada, así que nos hicimos los locos intentando buscar su cartera en el baúl (aún sabiendo que no existía) y como estuvimos tanto tiempo al final nos dijeron que podíamos ir a buscarla al hotel donde nos estábamos quedando (algo que tampoco íbamos a hacer) y que solo nos ponían la multa de velocidad: 400 Dirhams, a lo que yo respondí con una sonrisa en la cara y ojitos de perro abandonado ¿200? El tipo se partió de risa, creo que ahí todos sabíamos que estaba pasando y no se si fue porque alucinó con mi valentía o porque le caímos bien pero aceptó la reducción. Nosotros por mi lado, teniendo en cuenta que si hubiesen estado de mal humor la cosa habría sido peor pues nos pareció suficiente. Nunca he pagado por un chantaje pero en este caso, sin los papeles en regla, no estábamos en posición de hacer mucho más.
Me subí al coche y seguimos conduciendo (esta vez me tocó a mí hacer todo el camino) y como si nada, oye. Los otros dos ocupantes del coche me miraban anonadados hahaha. “¿Le acabas de negociar un chantaje?” ¡Yo estaba orgullosa!
Henry Urrunaga | The Borderless Project
Megan y yo andábamos buscando nuevos lugares para explorar y escribir, íbamos a estar un mes en Rio y queríamos espacios no muy visitados por turistas y que nos emocione de solo pensarlo. Decidimos ir a una de las favelas menos recomendadas de río, Rocinha. Habíamos escuchado miles de historias sobre el lugar. Que ya no había peligro, que estaba pacificada, que la gente es súper amable, que no tengamos miedo de ir y explorar. Comenzamos a subir hacia la cima de la favela buscando el mirador para tomarnos la foto que buscábamos. Bien arriba, conquistando la cima y la favela, demostrar a la gente que no hay peligro en visitar y recorrer sus estrechas calles llenas de personas mirándote raro. Cada vez que subíamos más, las caras se volvían menos amigables. No encontrábamos el mirador y ya estábamos cansados, nos mirábamos y preguntábamos si debíamos regresar, aunque el objetivo era más fuerte que las ganas de renunciar, queríamos llegar a la cima de la favela.
Nos perdimos muchas veces más y encontramos un camino desde donde se veía un camino libre hacia la punta. Las caras se tornaron agresivas y nos recomendaban ir a la otra cima. No sabíamos por qué, pero nosotros veíamos tan cerca el objetivo que nos parecía tonto volver para subir nuevamente. Pasamos varios niños fumando marihuana hasta que en un momento Megan me dijo: “Volvamos ahora, debemos volver Henry”. Nunca supe porque me lo dijo, estaba necio con llegar, tanto sacrificio debía tener recompensa.
Pasamos una especia de plaza donde un tipo se estaba bañando, volteo a mirarnos. Paró la ducha y empezó a caminar hacia nosotros. Algo andaba mal y Megan comenzó a temblar. Me hice el macho por unos minutos más y le dije que sigamos. A tres metros de donde estábamos, pasó un niño de aproximadamente 17 años con un AK47, no miento, esas armas que solo las ves en los videojuegos. Fumando y riendo. Con el arma gigante colgando de su pecho. Más adelante un pase gigante de drogas.
Estábamos en medio de un pase gigante de drogas. Voltee a mirarla y le dije que a la mierda la cima, vámonos de aquí. Fue cuando alguien me agarró del hombro y me pregunto qué hacíamos ahí. Le dije que nada y que estábamos perdidos. Le gritó al niño de la entrada. “¿Por qué los dejaste pasar?”
El niño le contestó que no nos vio. Me he olvidado cuantas disculpas habré dicho en ese momento y todo el temor que sentía, pero gracias a Dios, tratando de no hacer contacto visual y callados, nos acompañó a la salida y nos dejó ir. Ese mes viviendo en Rio fue increíble, pero sin duda jamás olvidaré esta temida experiencia.
Analucía Rodríguez | Viajar Para Vivir
Me costó poder elegir una sola, pero posiblemente esta sea una de las más graciosas. Estaba recorriendo Cambodia y me tocaba hacer la ruta de Phnom Penh, la capital de este país, hasta Kampot.
Subí al bus de transporte público, me senté en la parte de atrás y a mi lado se sentó un chico muy alto y rubio y una chica que parecía camboyana a su otro lado. Como él y yo parecíamos los únicos extranjeros del bus, nos pusimos a conversar. De pronto la chica que estaba a su lado también hace parte de la conversación y nos cuenta que ella es de un pueblito cerca a Kampot pero que ahora trabaja de profesora en Phnom Penh y que solo regresaba un par de días para la boda de una amiga suya. En ese momento mis ojos se abrieron como platos y sin pensarlo mucho, me lancé y le pregunté: “¿Y yo también podría ir a la boda?”. Podía pensar que me iba a mirar raro, que podría decirme cualquier cosa, pero ya algunos días atrás había leído que no es raro que algunos extranjeros vayan a las bodas locales, ya que también somos como una especie de “atracción” para ellos, y evidentemente, yo solo moría de ganas de poder asistir a una celebración tan propia del lugar e importante.
Pues resulta que la chica no me miró para nada mal en lo absoluto y me dijo: “¡Claro que sí! Los dos pueden ir”. Pues entonces no solo yo estaba invitada, sino que mi nuevo amigo estadounidense también se unía al plan.
No cabíamos más de la emoción, ¡una boda camboyana! Le empecé a preguntar mil cosas. ¿Cómo debemos ir vestidos? ¿Se les lleva algún regalo? ¿Cómo es la celebración?
Ya habiendo llegado al hotel de Kampot empecé con las coordinaciones. Tenía un vestido largo muy sencillo que había comprado en Vietnam por US$2 y parecía que podía servir, y quise ir a buscar alguna peluquería (o algo por el estilo) al pueblo. Alquilé una bici en el hostel y me fui en busca de ella. No podrán creen que me cobraron US$1 por plancharme el pelo y maquillarme. ¡1 dólar americano! Yo no podía creerlo porque encima me invitaron una bebida y me trataban increíble, así que al final les dejé un par de dólares más de propina y casi ni siquiera me lo querían aceptar.
Llegó el momento y la chica nos mandó a su primo para que nos vaya a recoger en moto. Mis primeras experiencias en este vehículo habían sido un par de meses atrás empezando mi viaje por el Sudeste Asiático, pero eso no significaba que todavía no les tenía suficiente respeto. Pues ahí me veían, entre el primo camboyano adelante, yo en medio apretada más preocupada por mi nuevo peinado que otra cosa, y el rubio de 2 metros atrás. Entre que nos perdimos y la moto se quedó atracada en barro, ya no sabíamos que más podíamos pasar. Después preguntando, preguntando (evidentemente el primo, porque nosotros no hablabamos nada de jemer, el idioma de Cambodia) dimos con la dirección. Toldos multicolores, niños correteando y música a todo volumen. Yo no podía más con la felicidad. Por alguna razón los niños estaban en pijama y así se mantuvieron toda la noche, asombrados con nuestra presencia y rodeándonos para jugar con nuestras cámaras de fotos.
Una hora más tarde llegaron 3 franceses que eran dueños de un resort en la zona y una profesora de inglés, y nos pusieron con ellos en “la mesa de los extranjeros”. De verdad que no puedo expresar en palabras lo bien que nos trataron. No nos dejaban de traer comida riquísima, cerveza, bebidas, ¡demasiada atención! Los novios realmente parecíamos nosotros. Al final terminamos bailando con todos los pobladores locales, venían a la mesa y te sacaban a bailar como si te conocieran de toda la vida. Las mujeres venían con peinados extravagantes y vestidos brillantes y llenos de decorados y lentejuelas que parecía una competencia. Todo era tan diferente, tan gracioso y tan único que solo quería que esa noche no terminara. Después de bailar y comer hasta decir basta, no pudimos irnos sin tomarnos la foto respectiva con los novios. Sin duda, una boda que no olvidaré jamás.