Oswaldo Molina

Este lunes inician las clases para la gran mayoría de niños y jóvenes peruanos. Construir un país innovador, capaz de enfrentar los desafíos de este siglo, demanda de una educación de calidad. Sin embargo, el sistema educativo peruano aún está lejos de generar esas oportunidades. Y nosotros, como sociedad, deberíamos tener un mayor sentido de urgencia frente a este problema.

Cada joven que termina la escuela sin aprender lo que debía es una pérdida casi irreparable. Peor aún, no siempre tendremos niños a quienes educar: el bono demográfico -ese balance de edades en la población, por la que tenemos una alta proporción de jóvenes- va a llegar a su fin en las próximas décadas; con lo que las oportunidades de desarrollo si invirtiésemos correctamente en capital humano, se desvanecerán.

Y es que, mientras en 1950 el 42% de la población nacional tenía menos de 15 años, hoy esta proporción representa apenas el 24%, y esta cifra seguirá disminuyendo de manera acelerada. El momento para actuar entonces solo puede ser hoy.

A pesar del sostenido incremento del presupuesto asignado a educación, que casi se ha triplicado en los últimos 15 años, los resultados aún no son los esperados. El Perú experimentó uno de los avances más significativos en América Latina en los resultados obtenidos en la prueba PISA de la OCDE entre 2009 y 2018. Sin embargo, los resultados de la última edición en el 2022 muestran un estancamiento. De acuerdo con esta evaluación, el 66,2% de los estudiantes de 15 años no alcanza las competencias básicas en matemática, el 50,4% en lectura y el 52,6% en ciencia. Estos resultados además ocultan enormes disparidades según nivel socioeconómico o ámbito geográfico, lo que agrava aún más la situación.

Pero, ¿por qué tenemos estos resultados? El proceso educativo requiere de diversos factores para alcanzar sus objetivos. Pensemos en dos: infraestructura y docentes.

Pues bien, para darnos una idea de la magnitud del problema en infraestructura basta indicar que la brecha de infraestructura educativa al 2023 es de S/174 mil millones, más de 2,5 veces lo que era hace una década.

De hecho, casi 56% del total de locales educativos no están aptos para recibir alumnos y requieren de una sustitución total. La situación de la infraestructura educativa es incluso peor si tomamos en cuenta el acceso a servicios básicos, ya que solo el 29% de locales educativos tiene acceso a electricidad, agua y desagüe (en 2016, este porcentaje era 44%).

En el caso de los docentes, fundamentales dentro del proceso educativo, la reforma magisterial no solo no se ha profundizado, sino que ha sufrido retrocesos en los últimos años. Así, en la evaluación de 2019 para ingresar a la Carrera Pública Magisterial, solo el 2,1% de los postulantes consiguió obtener una plaza como docente nombrado. Asimismo, parece haber un deterioro en las prácticas dentro del aula. En el monitoreo de prácticas docentes llevado a cabo en 2022, se pudo apreciar que en 6 de los 8 indicadores monitoreados se tuvo un deterioro con respecto al 2019.

La educación en nuestro país es el principal pliego dentro del presupuesto público, pero no parece tener necesariamente esa importancia en nuestras prioridades como Nación. No olvidemos que somos el país que con indolencia se olvidó de las clases presenciales de sus niños durante la pandemia. Tomemos conciencia de la urgencia y retomemos el camino desandado.

Oswaldo Molina Director ejecutivo de la Red de Estudios para el Desarrollo (Redes)