Equiparable en grandeza literaria a la Ilíada, la Odisea, la Canción de Rolando, el Mío Cid, Los Nibelungos, Kalevipoeg (de Estonia), solo por citar las épicas más famosas, el “Kalévala” se yergue no solo como la obra cumbre de las letras finlandesas, sino como una de las más valiosas joyas de la literatura universal; y no obstante ello es aún poco conocida, al menos por el público de lengua castellana.
La feliz traducción de la obra completa debida a Ursula Ojanen y Joaquín Fernández (Madrid, Alianza Editorial, 2004, 672 pp.), que desde hace un par de décadas tenemos entre manos, intenta cubrir ese gran vacío en los amantes de la buena literatura. Queda pendiente la traducción española del “Kanteletar”, conjunto de poemas folclóricos compilados por Elías Lönnrot, autor del Kalévala, y que es su contraparte. Cabe mencionar que Finlandia tiene en su haber un premio Nobel (Emil Sillanpää, 1939), así como escritores de primera línea que de un tiempo a esta parte empiezan a ser difundidos y admirados: Aleksis Kivi, Edith Södergran, Veijo Meri, Arto Paasilinna, Gösta Ågren, Sofi Oksanen…
Cantos y poemas populares
La guerra de 1808 entre Suecia y Rusia terminó con un tratado de paz en el que Finlandia (“Suomi”, en finés) quedó anexada a los rusos en calidad de Gran Ducado Autónomo. Tal autonomía, juntamente con el espíritu romántico nacionalista que a la sazón se propagaba desde Alemania, estimuló a intelectuales y artistas finlandeses en la forja de su propia identidad, creándose, entre otros grupos, la Sociedad de Literatura Finlandesa (Suomen kirjallisuudenseura).
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A esta institución perteneció Elias Lönnrot (1802-1884), que en los múltiples viajes a la zona de Karelia (compartida con la actual Rusia) y al norte del país, recopiló decenas de cantos y poemas populares finlandeses, cuyo origen se pierde en la época precristiana, y que fundió y refundió, hasta que en 1835 diera a la imprenta la primera edición del “Kalévala”, (32 cantos y con 5.052 versos), y en 1849 entregase la versión definitiva (50 cantos y más de 23.000 versos), que de paso sirvió para fijar la lengua finlandesa actual.
El héroe principal
El “Kalévala” tiene por héroe principal al bardo Wäinämöinen, mago eterno, imperturbable y silencioso, dueño de un inagotable repertorio de canciones y sortilegios. Su palabra es creadora y poderosa; basta con una frase y de una astilla construye una espléndida nave, tal vez otra y no tarda en obtener las mejores cosechas. Junto a él destaca el herrero Ilmarinen, forjador de la bóveda celeste y de las columnas del universo. Es él quien fabrica el mágico y misterioso Sampo, que trae prosperidad al pueblo que lo posea, y que por lo mismo es motivo de permanente lucha y discordia con los habitantes del Póhjola (el Norte), cuya ama, Louhi, es una mujer vengativa y cruel que se vale de todas las trampas y de todos los hechizos con tal de hacerse del increíble objeto.
Por su lado, Lemminkäinen es un joven hermoso, altanero y mujeriego, que por impetuoso perece descuartizado, pero que, tras un largo y complicado ritual y una serie de conjuros y hechizos, resucita gracias al esmerado celo de su afligida madre.
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Kúllervo es otro de los personajes, quizás el más trágico de todos ellos. Tras una infancia huérfana y desdichada, se entera de que su familia aún vive. De camino a su casa, se topa con una bellísima doncella a quien termina poseyendo por la fuerza. Pronto sabría que se trataba de su propia hermana hacía tiempo extraviada. Desesperado, Kúllervo, cual Áyax, acaba con su vida arrojándose contra su espada.
Otras historias
Pero, naturalmente, hay otros muchos personajes en esta epopeya, llena de peripecias, aventuras, tragedias o situaciones desopilantes que dan cuenta del aspecto humano y casi divino de todos ellos. Es el caso, por ejemplo, del joven e inexperto Joukahainen, hermano de la bella y núbil Aino, que, airado y bravucón, reta al poderoso Wäinämöinen para saber cuál de los dos era el mejor de los poetas. Por cierto, el mozo pierde y Wäinämöinen, siempre con su poderoso canto, lo castiga hundiéndolo en un mortal pantano. Joukahainen, para salvarse, le ofrece a Aino en matrimonio, algo que el ganador acepta de buena gana. Solo que la joven no lo acepta y cuando su futuro esposo quiere raptarla, ella se escapa y se convierte en una perca, dicen unos, o en un salmón, otros.
También destacan el dios supremo Ukko (Trueno) y su cohorte de divinidades que no por menores, eran objeto de respeto y veneración por los humanos. Ahí está Tapio, deidad de los bosques, un equivalente al griego Pan. También Hissi o Lempo, espíritu del mal, o Tuoni, la muerte, entre muchos más que de alguna manera se constituyen en émulos de la mitología griega y romana, en las que Elias Lönnrot se basó para la creación de una epopeya que ya ningún pueblo podía imaginar en una época tan “civilizada” y secularizada de entonces.
Hay, pues, en esta obra tantas historias de una fantasía y hermosura admirables que aquí sería imposible reseñar. Solo añadiría que, al contener los motivos míticos de la tradicional literatura oral y popular, y tratándose de una epopeya popular cuyas raíces se remontan a tiempos arcaicos, el “Kalévala” es, sin duda, uno de los grandes poemas épicos de la humanidad.
A todo esto, en lo personal, me pregunto: ¿y si alguna vez aquí, con la literatura oral infinita que tenemos, un Lönnrot peruano se animara a hacer con ella una epopeya semejante? Eso sería una verdadera maravilla. ¿El Bicentenario la estimulará? No faltaba más.
Un fragmento del “Kalévala”
IV. Wäinämöinen en Pohjola
El viejo, el impasible Wäinämöinen, flotó como una rama de abeto durante seis días, durante siete noches de estío, a través del vasto abismo. Delante de él se extiende el húmedo mar; sobre su cabeza fulge el cielo. Y todavía flota dos noches más, dos de los más largos días. Al fin, al octavo día, tras la noche novena, se sintió fatigado y débil, porque ya no tenía uñas en los pies ni piel sobre los dedos. Entonces el viejo Wäinämöinen dijo: “¡Ay, pobre y desdichado de mí; ay, miserable! Heme aquí, lejos de mi país, despojado de mi antigua mansión, para pasar el resto de mis días bajo la bóveda celeste, arrastrado por el espacio sin límites, sobre este mar sin orillas. Frías están para mí las crestas de las olas; doloroso es verse suspendido eternamente a lomos del oleaje”. De pronto, de las colinas de Laponia, de las regiones del nordeste, un águila tendió el vuelo. Con un ala roza el mar, con la otra barre el cielo; su cola se desliza sobre las ondas, su pico rasa las islas. Y vio a Wäinämöinen errante sobre la superficie azul del mar. “¿Qué haces en el agua, oh héroe, qué haces en medio de las olas?”. El viejo, el impasible Wäinämöinen, respondió: “Me encuentro así en el agua, errante sobre las olas, por haber ido en pos de la doncella de Pohjola. Rápidamente bordeaba el mar de fundidos hielos, cuando de pronto mi caballo fue alcanzado por una flecha lanzada contra mí. Entonces rodé al mar, caí en medio del agua, para ser aquí mecido, empujado por el viento”. El águila, el ave del aire, dijo: “Cesa de gemir, oh Wäinämöinen; monta a mis lomos, entre mis alas; yo te sacaré del agua y te conduciré a donde te plazca. No olvido yo aquellos hermosos días, cuando tú talabas los bosques de Kálevala. Sólo al abedul dejaste en pie para reposo de las aves, para que yo misma encontrase en él mi refugio”. Y el águila condujo a Wäinämöinen por el aire, por los caminos del viento, por las anchas rutas de la tempestad, hacia las lejanas fronteras de Pohjola. Allí lo dejó caer, y nuevamente remontó su vuelo hacia las nubes. El viejo Wäinämöinen rompió a llorar, a sollozar ruidosamente sobre la nueva ribera, sobre aquel promontorio desconocido. Cien heridas se abrían en su costado, mil veces la tempestad le había golpeado. Su barba estaba erizada, sus cabellos en desorden. (…)
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