Daguerrotipo tomado a San Martín en 1848, en Francia.  Mientras en el Perú la imagen que conservamos del Libertador es la del enérgico militar cuarentón, en Argentina prevalece su imagen de abuelo confiable. Dos enfoques muy distintos para imaginar a un héroe.
Daguerrotipo tomado a San Martín en 1848, en Francia. Mientras en el Perú la imagen que conservamos del Libertador es la del enérgico militar cuarentón, en Argentina prevalece su imagen de abuelo confiable. Dos enfoques muy distintos para imaginar a un héroe.
Enrique Planas

Ajeno al tráfico porteño, en la rotonda de la avenida Mariscal Castilla en el barrio de Palermo, se instala el que quizás sea el más bello monumento del Libertador. Realizado un siglo después de su muerte, la escultura lo retrata sin caballo ni sable. Es la imagen de José de San Martín anciano, vestido de civil, leyéndoles un cuento a sus nietas Merceditas y Josefina. Realizada en bronce, descansa sobre un pedestal de granito que lucen tres bajorrelieves que evocan actividades cotidianas posteriores a sus días de gloria: limpiar sus armas, cultivar sus dalias, posar desde la ribera del Sena, lejos del Río de la Plata.

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