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Era retraído, de aspecto descuidado y obsesivo en su trabajo. Y a esas características debía el apelativo con el que todos lo conocían. Porque era huraño y tosco.
Nació en Castel San Giovanni, en 1401, y las circunstancias de su mudanza a Florencia no son precisas. El único dato fidedigno de aquella época data de 1422 y es su registro en el gremio del arte. De la noche a la mañana sorprende a todos con su trabajo. Es solo un joven, pero ya algunos lo consideran un intelectual, un artista elevado, un genio difícil de calificar. Más allá de los elogios, lo cierto es que es un hombre de pocos amigos y gran talento. En 1428 se encuentra realizando el mejor encargo de su carrera, los frescos de la capilla Brancacci de Florencia, cuando decide interrumpir la obra para viajar a Roma. Allí llega y, repentinamente, muere. Tiene 27 años, su nombre es Tommaso di Giovanni di Simone Cassai, pero todos lo conocen como Masaccio.
¿Por qué un artista tan prometedor deja su trabajo de un momento a otro? ¿Quién lo llamó a Roma? ¿Qué lo esperaba allí? Sin la debida documentación es difícil pensar en alguna gran oferta laboral de la Santa Sede o de un determinado mecenas. Nunca conoceremos las razones del viaje fatal. Lo cierto es que Masaccio muere y deja abierta una incógnita. Unos dicen que fallece por causas naturales. Otros sugieren envenenamiento. En una época donde las riñas, disputas y celos se resolvían con el asesinato, esta última afirmación no carece de fundamento.
UNA IGLESIA EN OLTRARNOPese a su aparente simpleza, la iglesia de Santa María del Carmine se levanta con majestad y domina la plaza que lleva su nombre. Estamos en el barrio de Oltrarno, en Florencia. Un vecindario antiguo y bastante más tranquilo que el resto de la localidad, invadida por miles de turistas del mundo entero. Son pocos quienes se acercan a este rincón de la ciudad y lo hacen por una razón: conocer la Capilla Brancacci en el interior de la iglesia. Para ingresar es necesario hacer una reserva por teléfono y llegar puntual a la cita. No se permiten muchas personas a la vez y, ya adentro, la visita no deja de tener un tono de misterio.
El edificio original fue construido en 1268 como convento carmelita, y hoy queda poco de él por una serie de restauraciones posteriores. En 1386 fue construida en su interior una capilla por encargo de Pietro Brancacci, un mercader de sedas. Pero no fue hasta muchos años después que comenzó la obra pictórica. El trabajo fue encomendado a Masolino da Panicale, quien se puso a trabajar en la capilla junto a un pintor más joven, Masaccio. Trabajaron en perfecta coordinación en una serie de frescos sobre la vida de San Pedro y algunos episodios del Génesis, hasta que Masolino es llamado a Hungría para trabajar en la corte. El 1 de setiembre de 1425 deja para siempre la capilla.
A partir de entonces, Masaccio trabaja en solitario. Y los frescos que dejará allí no solamente serán su mejor trabajo, sino que se convertirán en las primeras obras del Renacimiento.
DEL GÉNESIS A LOS APÓSTOLESBasta comparar las dos imágenes del Génesis que se encuentran en las paredes de la capilla Brancacci para entender el genio de Masaccio. Por un lado, tenemos “La tentación de Adán y Eva”, de Masolino. Una obra medieval. Rígida en su planteamiento, es cierto, pero también sensual. Sin embargo, se oscurece frente a la formidable “Expulsión del Paraíso”, donde Masaccio hace un despliegue pictórico inusual para su tiempo, y dota de realismo a un arte que hasta el momento estaba al servicio del culto religioso.
Ahí están Adán y Eva en el momento en que el ángel del Señor los castiga por desobediencia. La pareja camina desnuda, absorbida en sus sentimientos de desesperación y fracaso. Su lamento conmueve Estamos frente a una obra que marca un antes y un después. Hay una escena muy significativa en la serie de televisión “L'età di Cosimo de Medici” (1972), de Roberto Rossellini, en la que un extranjero visita la capilla Brancacci mientras los artistas trabajan en ellas. Se siente fuertemente sorprendido por las obras que contempla y también escandalizado por los desnudos que ve. Algunos historiadores señalan que son los primeros desnudos del arte en siglos. Y es probable que Masaccio se haya inspirado en las estatuas de la antigüedad que se estaban descubriendo en aquella época.
Lo sorprendente es que Adán y Eva, al caminar desnudos, nos permiten percibir el movimiento de sus carnes. Adán aspira hondo y se refleja en su abdomen. Eva rompe en llanto. Masaccio se atreve a pintar el sonido. Del mismo modo, los frescos con los episodios de la historia de San Pedro que le tocó ejecutar a Masaccio son únicos. En “El bautismo” pinta a un hombre sumergido en el agua y que tiembla de frío. Por supuesto, “El tributo” es una grandiosa pintura en la que, de manera teatral, el autor cuenta en tres actos el episodio. Notable la actitud de sus personajes, la expresión en sus rostros y la secuencia dramática. También ejemplar el uso de la perspectiva, la iluminación y el color.
Como bien dice Giorgio Vasari en “Las vidas”, Masaccio es de aquellos artistas que “supieron despojar al arte de durezas e imperfecciones”, y destaca “porque con él comenzaron realmente las bellas poses, movimientos, fierezas y vivacidades, a las cuales dio cierto relieve verdadero y natural, cosa que ningún pintor había hecho hasta entonces”.
EPÍLOGOMasaccio muere a los 27 años. Y aunque la noticia produce un fuerte impacto en la comunidad artística, nadie se anima a poner una lápida en su tumba. Solo el arquitecto Filippo Brunelleschi, autor de los edificios más emblemáticos de Florencia, se pronuncia con una nota de dolor: “La muerte de Masaccio es una inmensa pérdida”.
¿A qué se debe esta actitud de desdén de sus contemporáneos? Solo nos queda la afirmación de Vasari sobre los tremendos celos que despertaba el maestro entre sus colegas y, claro, la sospecha de asesinato.