En una entrevista concedida a mediados de los setenta, le preguntaron al crítico José Miguel Oviedo acerca de la incapacidad manifiesta de los escritores peruanos para retratar los comportamientos del poder político y su ejercicio real. Él respondió que se debía a una situación evidente: “el novelista los conoce de lejos, tiene que imaginar mucho y se los imagina mal, perturbado por sus buenos y malos deseos políticos y por la necesidad de simplificar sobre la base de lo poco que conoce”. A continuación, ofrecía un ejemplo -las ingenuas reuniones del directorio de “Todas las sangres”- y nombraba a “Conversación en La Catedral” como ilustre salvedad.
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La afirmación de Oviedo es -en general- cierta: los narradores nativos no son proclives a los consejos de ministros, a los escaños parlamentarios, a cualquier habitáculo donde se tomen las grandes decisiones nacionales. Las novelas al respecto, por ello, suelen caer en lo inverosímil o en el prejuicio, pero no por eso carecen de interés. Un caso paradigmático es “En octubre no hay milagros” (1965) de Oswaldo Reynoso, ficción caleidoscópica situada en una Lima sórdida y fracturada en la que se explora la vida cotidiana de los vecinos de las barriadas y quintas ruinosas y a la vez el discurrir de los potentados que se reparten el país en los jardines de sus casonas solariegas o en la solemnidad de sus rancios palacetes. Como es usual en Reynoso, las acciones son recubiertas por una poesía oscura, cromática, sensitiva, que se regodea en la degradación y la sexualidad inconfesable de los habitantes de una urbe violenta y desigual. Cuando Reynoso se aproxima al mundo de los desposeídos, es magnífico en sus descripciones de los paisajes de la carestía; sin embargo, a la hora de ilustrar la figura y las motivaciones de los poderosos, su mirada es insuficiente y esquemática. La perspectiva marxista que ha elegido le impide hallar matices o contradicciones en los dueños del Perú, transfigurados en seres degenerados y predadores, monstruos que, alegres, se revuelcan en su miseria moral.
Otro intento a tener en cuenta es “Cambio de guardia” (1976), la tercera y última novela de Julio Ramón Ribeyro y la más experimental. Empezó a escribirla en 1964, a la sombra de las técnicas narrativas y el furor del Boom latinoamericano. A de sus anteriores narraciones extensas (“Crónica de San Gabriel” y “Los geniecillos dominicales”), abandonaba el aliento autobiográfico para, al igual que Reynoso, desplegar un relato donde disímiles actores de diversas capas sociales son asociados mediante recursos técnicos presuntamente novedosos. Basándose en el contexto histórico del golpe de estado de Odría, Ribeyro ejecuta una resuelta impugnación del militarismo y del clericalismo por medio de personajes que se deslizan entre lo siniestro y la farsa. Si bien hay fragmentos que rescatan lo mejor de sus cuentos -esa agridulce mirada sostenida en un consumado conocimiento de las zonas humanas-, hay algo en “Cambio de guardia” que no termina de funcionar, que suena prematuramente envejecido. Quizá sea lo señalado por Miguel Gutiérrez, quien aseveraba que cuando Ribeyro se aparta de su inconfundible elegante lenguaje clásico en pos de la innovación expresiva, los resultados solían ser débiles e irregulares.
“Historia de Mayta” (1984), de Mario Vargas Llosa, es quizá uno de sus libros menos comprendidos, usualmente minusvalorado por razones eminentemente ideológicas. La intelectualidad progresista condenó al personaje principal, un trotskista de apariencia grotesca que había sacrificado su vida y renunciado a todo por la militancia en un ridículo partido de siete miembros, una más de las microscópicas escisiones de la izquierda vernacular. Que el protagonista fuera, además, homosexual, se interpretó como un inequívoco ataque reaccionario. Más allá de esas valoraciones, estamos ante una brillante reflexión sobre la creación literaria y la ficción política. Mayta decide participar en la lucha armada, envolviéndose en una aventura sin la menor posibilidad de éxito que le depara una derrota humillante; su negativa a aceptar las lecciones de la realidad lo marginan y estigmatizan hasta volverlo trágica caricatura. “Historia de Mayta” no ha perdido vigencia entre nosotros: el mesianismo, el dogma, la ilusión del paraíso en la Tierra aún sigue causando estragos visibles e irresueltos. Vale la pena releerla y recordar que las utopías siempre será mejor reservarlas para la fabulación. Por eso, hoy vote bien.
“En octubre no hay milagros”
Autor: Oswaldo Reynoso
Editorial: Ediciones Waman Puma
Año: 1965
Páginas: 293 pp.
“Cambio de guardia”
Autor: Julio Ramón Ribeyro
Editorial: Milla Batres
Año: 1976
Páginas: 219 pp.
“Historia de Mayta”
Autor: Mario Vargas Llosa
Editorial: Seix Barral
Año: 1984
Páginas: 346 pp.
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