
Después de vivir cuatro décadas en Estados Unidos, Matthew Morrison, un exenfermero irlandés de 69 años, decidió dejar atrás su vida, su trabajo y su familia para abordar un vuelo sin retorno a Dublín. La razón: el temor a ser detenido por el Servicio de Inmigración y Control de Aduanas (ICE) bajo la administración Trump.
“Mordería el polvo en una celda de ICE”, advirtió Morrison días antes de partir. Su decisión fue drástica, pero para él, necesaria. Con su permiso de trabajo a punto de expirar en octubre, no quiso pasar los próximos meses en un estado de ansiedad constante.

“No hay nada que les impida deportarme a Ecuador, Sudán del Sur o donde sea. La situación aquí se ha vuelto realmente descabellada”, dijo a The Marshall Project.
Morrison no es un inmigrante cualquiera. Llegó por primera vez a EE. UU. a mediados de los años 80, tras haber cumplido una condena en Irlanda del Norte por su participación en el Ejército Republicano Irlandés (IRA) durante el conflicto conocido como The Troubles. En 1976, fue arrestado por intento de asesinato tras un asalto a un cuartel británico.
En 1985 se casó con Francie Broderick, una amiga por correspondencia estadounidense con quien tuvo dos hijos. Más adelante, se casó nuevamente con su actual esposa, Sandra Riley Swift, y construyó una vida en Missouri, donde trabajó por más de dos décadas como supervisor de enfermería psiquiátrica. Además, impartió clases en la Academia de Policía del Condado de St. Louis sobre salud mental y tácticas de desescalada.
En los años noventa, el caso de Matthew Morrison se convirtió en un símbolo político durante los esfuerzos de EE. UU. por apoyar el proceso de paz en Irlanda del Norte. Gracias al respaldo de legisladores, organizaciones y la intervención de la administración Clinton, se suspendió su deportación en el año 2000.

Un regreso forzado
Sin embargo, décadas después, el miedo a ser detenido por ICE bajo el gobierno de Trump lo llevó a autodeportarse, dejando atrás su vida en EE. UU. pese al apoyo del pasado.
El 21 de julio, él y su esposa abordaron un vuelo de ida desde Cleveland a Dublín. Dejaron atrás a sus hijos, nietos, amigos y una vida entera construida en Estados Unidos.
“He cerrado el círculo”, dijo desde Irlanda. “Llegué aquí como inmigrante y me voy como inmigrante, a pesar de todo lo que ha pasado. Es una situación desquiciada y estresante”.
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